El Nuevo Testamento de la música: las sonatas de Beethoven.
Número veintinueve, Hammerklavier.
Adagio sostenuto. Appassionato e con molto sentimento.
No intentaré explicarlo con palabras.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
El Nuevo Testamento de la música: las sonatas de Beethoven.
Número veintinueve, Hammerklavier.
Adagio sostenuto. Appassionato e con molto sentimento.
No intentaré explicarlo con palabras.
Miro al cielo nublado, sosteniendo la taza de té caliente a media mañana.
Lo compré en Xizhou, rememoro. Un pu'er como Confucio manda.
Dicen que lleva flavonoides, catequinas y polifenoles, para que no me oxide.
Cuando termine el asedio voy a estar por dentro como una patena.
Hoy es San Patricio.
¡Y todos los pubs de la ciudad con la chapa bajada!
Pues no sé el resto de asediados lo que hará, pero yo ahora mismo pienso solucionarlo.
¡A la cocina! ¡A por una buena birra! ¡Crucemos el pasillo, el Río Grande y lo que haga falta!
We are the San Patricios, a brave and gallant band, there’ll be no white flag flying within this green command.
Primera jornada bajo asedio. Pues el bando así lo ordena, tranco la puerta para entrar o salir del castillo.
Hay víveres para resistir, me parece. Con una docena de yogures, cuarto de lomo y la caja de mandarinas, el estómago no tiene derecho al refunfuño.
Aunque posiblemente las cápsulas de café vayan a quedarse cortas. Ahí surgirá un problema a no mucho tardar.
Y las latas de tomate, o de guisantes o… cualquier otra lata, que todas habían volado cuando fui a reponer existencias, también brillan por su escasez en la despensa.
¿Qué hago, a ver, macarrones senza pomodoro? ¡Que somos asediados, no salvajes!
Pero bueno, insisto, no merece la pena quejarse. La moral es alta.
No queda sino batirnos...
Noche profunda, cobijo de paño negro.
Errante entre seres extraños.
Un rostro me contempla con dureza mientras camino.
El levantamiento del gueto de Varsovia en 1943 es el hilo conductor de Ganarle a Dios.
Y los pequeños detalles personales, las conversaciones con testigos cuyos recuerdos pueden incluso resultar diferentes sobre los mismos hechos, son la manera con la que Hanna Krall nos sumerge en aquel episodio.
Tampoco pretende narrar la lucha en sí misma, los preparativos, el desarrollo, la «derrota». Al menos, no de forma lineal.
Lo que busca es unirnos en espíritu a supervivientes cuya existencia podría haber desaparecido en una fracción de segundo, tan fácilmente como lo hicieron miles de otras a su alrededor.
Fracciones de segundo y todo acabó. Sangre, heroísmo, la última voz sobre la Tierra de los condenados…
Con nombres y apellidos como el doctor Marek Edelman, que deben escribirse y pronunciarse en recuerdo de su sacrificio.
Mi deber consistía en salvar el mayor número posible, y una vez me di cuenta, de pie junto a aquella planta, de que, en realidad, era el mismo deber que allí, en Umschlagplatz. Allí también estaba junto a la puerta y salvaba a unos pocos del total de condenados.
Una llama eterna.
Primer punto a su favor: la argumentación está irreprochablemente planteada.
Otro aspecto positivo: la mordacidad elegante con que se expresa. Comenzando por el título, Por qué tengo razón en todo.
En este libro, Leszek Kołakowski nos ofrece pensamientos sobre temas de interés universal: utopías, religiones, verdad, justicia, política…
Que luego mostremos un mayor o menor grado de acuerdo dependerá de cada uno, como suele ocurrir. Pero no podremos sino reconocer el espíritu independiente del filósofo, al no dejarse maniatar por tendencias o por lo «políticamente correcto».
Ahora bien, dichas virtudes tampoco se traducen en un texto de carácter hipnótico. Personalmente me ha causado cierto cansancio.
Compensado quizá por las dos últimas páginas, divertidísimas, donde resume de forma enciclopédica todo lo que necesitamos saber sobre Freud, Descartes, Platón, la metafísica, la fenomenología, el relativismo…
Hobbes: que gana lo que es más fuerte y más grande, y, en general, los puños mandan.
Platón: que no hay nada más bello que la belleza, nada más ridículo que la ridiculez, nada más tonto que la tontería, etcétera.
Tomismo: que el mundo es pistonudo y todo está en su sitio.
Popper: que las cosas pueden explicarse de una manera u otra, pero de hecho no se sabe cómo son de verdad.
Así pues, obtiene un «relativamente entusiasta» visto bueno.
No es poco.
Vaya esto por delante: cualquier cosa que pudiera publicar Ádám Bodor, ahora o en el futuro, yo tengo intención de leerla.
Y es que su empeño en generar mundos absurdos, donde los personajes viven y se relacionan con acusada mordiente kafkiana, excita la imaginación.
Por ejemplo, tras los primeros párrafos de Los pájaros de Verhovina, entran ganas de abundar en quién es Anatol Korkodus, la causa de que planeen detenerlo, por qué el ferrocarril que lleva a la colonia funciona de manera tan peculiar, de dónde sale el nombre del Mesón de las dos pellejas…
Ahora bien, vaya por detrás que esta novela me parece menos lograda que sus precedentes, El distrito de Sinistra y La visita del arzobispo. No se paladea igual.
Como si el autor quisiera seguir recorriendo esos caminos —sociedades alienantes donde no importa el sinsentido de las normas, sino el hecho de que se cumplan a ciegas— y, a mitad de trayecto, no supiera cómo seguir.
El silencio prolongado, cuando se estira más y más, de repente cobra voz. Comienza con un suave suspiro, como el rumor de un lejano salto de agua; después empieza a chisporrotear y luego suena ya y retumba con una fuerza insoportable, y el mundo entero penetra en tus oídos como si les inyectaran hielo.
Aunque los personajes pugnen por resultar a cuál más estrafalario, aunque la atmósfera oscurantista de la que no son conscientes, o al menos para ellos es «lo natural», no cese de impulsar sus actos…
No alcanza a ser suficiente para mantener el listón del notable.
Simplemente aprueba.
Un puñetazo en el rostro. Súbito. Inesperado. Sientes parte de su dolor.
Ese es el impacto emocional por leer Una mujer en el frente.
Casi cincuenta años después, Alaine Polcz rememora y comparte con nosotros sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial.
Quizá no tenga sentido distinguir entre grados de sufrimiento. ¿Era ella más o menos inocente, más o menos merecedora que cualquier otro de librarse de la crueldad desatada?
Y aun así, su historia, oculta tras la gran estadística de las enciclopedias —ofensivas, contraofensivas, «liberaciones»—, es la de una portadora de luz para continuar viviendo con optimismo cuando parece que ya no vale la pena.
La historia de una superviviente, en sentido físico y espiritual.
Jovencísima, recién casada en marzo de 1944 con alguien que, llegado el momento, se mostrará indigno, Aline ve cómo el frente se transforma, de un escenario lejano, a asolarlo todo en derredor.
Los fascistas húngaros. Los nazis alemanes. El Ejército Rojo, ávido de venganza.
La primera violación. La segunda. La tercera…
Limitaron el tiempo que le tocaba a cada uno. Miraban el reloj a la luz de un fósforo y midieron el tiempo. Se dieron prisa. Uno preguntó: «Dobre robota?». No me moví. Pensaba que esta vez moriría. Naturalmente una no muere. Excepto si le rompen la columna, pero tampoco muere inmediatamente.
Nadie compartirá su carga. Si es necesario volverán la cabeza, cubrirán sus ojos, sus oídos y su boca. No querrán saber nada.
Hay una escena que termina de derrumbarnos.
Tras conseguir llegar a Budapest y reencontrarse con su familia, comienzan a cenar y la madre pregunta si los rusos también han forzado a las mujeres de su ciudad natal. Ella asiente.
«Pero a ti no te llevaron, verdad?», continúa la conversación.
Le cuenta que sí, que a todas. ¿Por qué se había dejado? Porque la pegaban. ¿Fueron muchos? Llegó un momento en que no pudo contarlos.
La madre protesta: no debe hacer bromas tan pesadas, al final se lo van a creer. Solo es posible que se llevaran a las que eran unas putas, y su hija no es como ellas. «¡Di que no es verdad, dilo!».
No se me ocurre qué otros aspectos comentar sobre este libro.
Un puñetazo...
Números.
Números, números.
Números, números, números.
Desde cualquier dimensión que puedan abarcar mis ojos, arriba, abajo, a los lados, en diagonal…
Alfombras de números en movimiento.
Series sin fin, cubriendo todo el espacio y todo el tiempo.
Y yo sé que algo… algo… en algún sitio…
Yo sé que hay un error. Un número no es el correcto.
Pero, por mucho que busco, no soy capaz de encontrarlo.
Así que el universo está en un completo caos.
Porque yo no consigo encontrar el error.
Hasta que amanece.
De acuerdo, quizá sea la fiebre lo que me ha producido este sueño. Sería una explicación.
Pero si alguien quisiera echarle un buen vistazo al estado de las esferas de la existencia, vaya, pues…
A ver si al final resulta que hay un error de verdad.