Primera jornada bajo asedio. Pues el bando así lo ordena, tranco la puerta para entrar o salir del castillo.
Hay víveres para resistir, me parece. Con una docena de yogures, cuarto de lomo y la caja de mandarinas, el estómago no tiene derecho al refunfuño.
Aunque posiblemente las cápsulas de café vayan a quedarse cortas. Ahí surgirá un problema a no mucho tardar.
Y las latas de tomate, o de guisantes o… cualquier otra lata, que todas habían volado cuando fui a reponer existencias, también brillan por su escasez en la despensa.
¿Qué hago, a ver, macarrones senza pomodoro? ¡Que somos asediados, no salvajes!
Pero bueno, insisto, no merece la pena quejarse. La moral es alta.
No queda sino batirnos...
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