viernes, 31 de enero de 2025

Carlos Núñez

Carlos Núñez en concierto.

Vosotros mismos os lo habéis buscado, al adorar al becerro.

Porque mancilláis Bernabéus, Metropolitanos y Arenas varias, desgarrando los oídos con músicas blasfemas.

¿Músicas he dicho? ¿Músicas? ¡Qué más quisierais!

Cuando se rompa el séptimo sello y vuestro falso reguetón se confunda con los ayes y el rechinar de dientes, quienes el otro día nos congregamos en el templo de Carlos Núñez seremos arrebatados a lo alto.

Los elegidos.

No hay consenso teológico entre el ovni y el carro de fuego, qué más da. La cuestión es que nos abrazarán eternamente voces, flautas, guitarras, violines, trikitixas, tambores y…

Y un ejército angelical de gaitas. Gallega, asturiana, irlandesa, bretona, escocesa… ¡Gloria!

Más os vale pasaros a la religión verdadera mientras estáis a tiempo: de haber faltado a este, pillad entradas para algún otro concierto. ¡Ya! En cualquiera puede llegar el arrebato.

Advertidos os dejo.

P. D.: Y de paso, haced muchas queimadas de expiación. Pero muchas, muchas. ¡Pecadores!

lunes, 27 de enero de 2025

Melina

Clave de lectura: «Amelia Fernández Agüeros vino al mundo cuando no debía y sufrió para vivir un tiempo que no era suyo».
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Xicu / Polca les Xanes, de Xuacu Amieva & Dobra ♪♪♪
Portada del libro Melina, de Juan Ramón Lucas.

(Nota: este comentario lo escribí originalmente para publicar en Chicoria, la revista de La Librería de Pimiango. Espero que el redactor principal no lo encuentre aquí de extranjis, o al menos que no encuentre luego los guantes. ¡Menuda dialéctica gasta el tío!).

Nos encontramos en ardoroso debate sobre teoría del Estado. Ocupa una esquina el redactor principal de Chicoria —sapiente, excelentísimo, de preclaro liderazgo moral y verbo como los guantes de Robert de Niro en Toro Salvaje—. La otra yo, aspirante a juntaletras sin trienios.

Apoyado en las cuerdas, intento hilar los argumentos. ¿Tendrá razón el jefe, al fin y al cabo? —hijo de la tinta, Prometeo de la garamond, gran panificador de editoriales—. ¡Me está noqueando!

En el momento de mayor apuro, sucede algo inesperado. Una figura atraviesa la puerta, saluda al redactor principal —cimiento de gloria, rugir de épica, digo yo que con esta coba ya será suficiente para sablearle un par de cañas—, me tiende también la mano y se queda escuchándonos.

A continuación, imagino que movido por caridad budista, pasa a arbitrar el ring. Pregunta, cuestiona, templa, encauza… Se le notan maneras, me da en la nariz que no es la primera vez.

Así trabo conocimiento con el autor cuya novela protagoniza esta entrada: Melina, de Juan Ramón Lucas.

El personaje que da nombre al título se basa en su propia madre y, gracias a ella, escuchamos la voz de miles de mujeres que, tras un punto de no retorno, volvieron a comenzar de la nada. Con la nada en la maleta y la nada frente a sí.

Amelia, Melina, nace en la Asturias de 1934, hoguera de desigualdad tanto entre clases sociales como entre sexos.

Su progenitor, Pepín, carpintero que asila a mineros revolucionarios, no se alegra de que venga al mundo. No ve a un varón que le sostenga en el futuro, cuando las fuerzas le abandonen, sino a una débil niña. Incluso se le pasa por la cabeza «solucionar el problema» de la boca adicional: cogéi una cuerda y afogáila.

La Guerra Civil, continuación de las violentas jornadas de dos años atrás, eleva al paroxismo el olor a cordita y el distanciamiento paterno hacia la pequeña.

Pero también hay personas —la madre, la abuela, la tía Lita, la maestra Lucrecia, Adela, la guisandera—, que le sirven de boya frente a ese represivo entorno.

¿Vencedores? ¿Vencidos? Nadie cuenta con ellas, de todas maneras. En ningún bando.

Aunque agachar la cabeza sería el fin. Por ello, a lo largo de cada capítulo asistimos a un despertar de voluntades que conducen a la protagonista hacia América del sur, tierra prometida de indianos. Y, cuando un giro del destino la empuje al retorno, ya no será lo mismo.

Una fuerza sobrehumana —o humana sin más— camina junto a ella, dentro de ella, en pos de una meta que parece imposible: ¡vivir! ¡Y hacer que valga la pena! ¡Con dignidad!

Has decidido ser fuerte, no someterte; vivir por ti. Y eso asusta, claro que sí. Pero ese temor te va a acompañar siempre. A los diecinueve y a los cuarenta y tres. Incluso cuando estés con un hombre. Sobre todo cuando estés con un hombre: no someterse es un extravagante y carísimo ejercicio.

Incluso con amor...

Si exigiéramos un realismo de tipo galdosiano como medida de valía literaria, ¿no encontraríamos ciertos hechos en estas páginas algo inverosímiles?

Un dictador que discute de tú a tú con el irreductible carpintero; una actriz famosa en el mismo camarote del barco; una novia que corre tras los pasos de un recuerdo justo antes de su boda; Clara Campoamor en aquel café bonaerense…

¿O quizá nos podría parecer el lenguaje demasiado solemne, como si cada frase pronunciada en cada escena reclamase su porción de trascendencia? Los halcones de la crítica podrían afilar sobre características por el estilo sus garras.

Sin embargo, ¿no he intentado demostraros al principio que lo inesperado es parte natural de la vida? ¿Que las puertas se abren por sorpresa y lo que creíamos inverosímil cinco minutos antes deja de serlo?

Resumo: Melina está bien concebida, igual de bien desarrollada y no menos bien escrita. Leed a Juan Ramón Lucas porque de verdad lo merece, no porque lo diga yo y esté dándole vueltas a cómo sacarle también a él un par de cañas…


viernes, 24 de enero de 2025

Nuestro mundo (XXI)


A cada anuncio del orador, el público se pone en pie extasiado (menos el mandatario cuadragésimo sexto y algunos pocos más, que sonríen desde, imagino, su dolor de entrañas).

La mirada, la pose, las reacciones, me trasladan a congresos en los que se escudriñaba quién silenciaría primero las manos.

(Como relata Solzhenitsyn, el sufrimiento causado por los continuos golpes piel contra piel era menos fuerte que el pánico a ser el primero en dejar de aplaudir).

También, la llamada al «destino manifiesto», a la superioridad en todo sobre todos, me traslada a concentraciones presididas por un antiguo símbolo oriental, budista, hinduista…

Rezo colectivo a la hora de la cena. Supongo que la divinidad es aquella de «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división».

¿Solucionar problemas? Por la espada. ¿Naturaleza? Perforar. ¿Justicia? Indultos. ¿Valores humanísticos? A la basura. ¿Que los votos en democracia no signifiquen arrumbar a los demás en un gueto? ¡Vencer, vencer, vencer!

¿Qué más estará pasando últimamente en nuestro mundo?

lunes, 20 de enero de 2025

Grand Hotel

Clave de lectura: Berlín, 1929. El Grand Hotel aloja a huéspedes de la gran comedia de la vida.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Moonlight Serenade, de Glenn Miller ♪♪♪
Portada del libro Grand Hotel, de Vicki Baum.

Grand Hotel tuvo un gran éxito cuando se publicó, allá por 1929.

Tanto, que al poco rodaron una adaptación al cine: Greta Garbo, Joan Crawford, John y Lionel Barrymore… Óscar a la mejor película.

Su autora, la austriaca Vicki Baum, aprovechó para mudarse desde Berlín a los Estados Unidos. Premonición acertada, dadas las raíces judías de la familia.

Por supuesto, el nuevo Reich no tardó en prohibir este libro. Según su concepción del mundo representaba una amenaza, desde el momento en que se trata de una obra de calidad, ingenio y personajes tan heterodoxos como la vida misma.

Personajes que coinciden en los elegantes salones (y a veces no tan elegantes habitaciones) del hotel con más glamour en la ciudad del Spree. Marionetas con hilos dentro de una época cercana a desmembrarlos.

La Grusinskaia, Elisabeta Alexandrovna, diva del ballet, se atormenta ante la decadencia de la edad. ¿De verdad han sido solo siete llamadas de aplausos tras la función de esta noche? ¿Solo siete? Ella cree haber contado ocho.

Y varias de esas siete burlonas, antes que rendidas a su arte.

Su camarera Susita, el director de orquesta Witte, Pimenoff, el maestro de baile, insisten en que sigue siendo maravillosa y no hay motivo para creer que las famosas perlas que la distinguen en el escenario atraigan la mala suerte. ¿Cómo piensa renunciar a lucirlas? ¡Inconcebible!

Susita guarda el collar en un maletín, lo que no pasa desapercibido al atractivo barón Gaigern. Tan atractivo como sin blanca. Si saliera bien el golpe que tiene planeado… Colarse en la alcoba de la Grusinskaia por el balcón, al amparo de los reflectores que ciegan los ojos desde la calle. Encontrar las joyas. Escapar por el mismo camino...

¿Y si ella volviera antes del teatro? ¿Y si una avería apagase los focos y desvelase su silueta? ¿Y si se refugiara tras la cortina y fuese testigo de cómo Elisabeta diluye un número mortal de somníferos en la taza de té, tras contemplarse largo rato desnuda en el espejo? ¿Cuál sería su reacción?

Cercano a ellos, el contable Kringelein desea emular al director general de su empresa, Preysing, huésped habitual del establecimiento. El dinero no importa: tras una existencia de privaciones, los médicos le conceden poco saldo a sus días (geniales los capítulos en los que, con Gaigern como cicerone, acude al sastre para hacerse trajes a medida, se enfrenta a la velocidad en la carretera, vuela desde Tempelhof, asiste al boxeo, bebe, apuesta...).

Preysing puede aún salvar la Algodonera de Sajonia. Si la entrevista para la fusión con la fábrica de géneros de punto de Chemnitz saliera bien, contrarrestaría el fracaso de la negociación con Inglaterra, según el cable que acaban de entregarle. Tiene que disimular, mentir si es preciso antes de que todo desaparezca bajo sus pies.

«Llamita» (el papel de Joan Crawford en el filme) le sirve de taquimecanógrafa. Aunque lo que ella desea es abrirse camino en sociedad, y está dispuesta a lo que sea para conseguirlo. Lo que sea, como demuestra la fotografía en cierta revista ilustrada de la que el director general no puede apartar los ojos mientras le afeitan.

Rhona, un conde de verdad, atiende a propios y extraños desde el mostrador de recepción del hotel. Senf, el portero, sufre porque no sabe cuándo dará a luz su mujer y no puede abandonar su puesto. Los botones, camareras de piso, electricistas, pululan al son de la música que se escucha día y noche allá al fondo, para amenizar a la distinguida clientela.

Y un veterano, el doctor Otternschlag, hastiado, la mitad de su rostro desaparecida en el frente de Flandes, deja su jeringuilla tras vaciarla de la morfina que le permite contemplarlo todo desde los sillones del hall, donde se sienta cada día. Quizá el ojo de cristal vea algo que...

Es espantoso —se dice—. Siempre lo mismo, nunca pasa nada; estoy terriblemente solo, el mundo es un astro apagado que ya no calienta; setenta y dos soldados perecieron en Rouge-Croix enterrados bajo un hundimiento. Acaso sea yo uno de ellos; acaso esté allí, entre los muertos, desde el fin de la guerra; muerto sin saberlo. Y si todavía en esta gran jaula aconteciera algo que valiese la pena… Pero no, no ocurre nada. Se ha marchado. ¡Adiós, señor Kringelein! Iba a darle a usted una receta para sus dolores pero, como se ha despedido a la francesa… ¡Bah! El jubileo de siempre: entran, salen, llegan, se van...

No me cabe ninguna duda: Grand Hotel, de Vicki Baum, en la lista de estupendas novelas de cualquier tiempo y lugar.


viernes, 17 de enero de 2025

El rostro

Anciana en un mercado de Xizhou.

No es joven. Viste mal. Camina encorvada, llevando casi a rastras cuatro o cinco bolsas de plástico en cada mano.

Apenas la contemplo un par de segundos, al cruzarme con ella mientras salgo de la estación.

Y, durante ese par de segundos, veo algo en su rostro que…

Desamparo. Soledad. Angustia.

Tristura.

Cuántas veces habré asistido a la misma «letanía» en los vagones del metro: ayuda, por favor, ayuda, soy padre de familia, nadie me auxilia, pido algo para comer…

Cuántas veces habré desviado los ojos, repitiéndome como un mantra protector: ¡no me lo creo, no me lo creo, no me lo creo!

Aquel hombre arrodillado a la puerta del supermercado, a quien invito a entrar para proveerle y que añade a la cesta, entre extraños productos «básicos», tinte de pelo.

E insiste en que necesita más. Quiere papeles con hermosos arcos y puentes.

Aquel otro que pone mala cara y deja de saludarme los días en que el donativo —cosas del cash en la economía moderna— es de cifras más cortas.

Aquella mujer que me maldice tras ignorarla, una ocasión de —he olvidado el motivo— mal humor por mi parte.

Las madres mostrándome a sus hijos en Myanmar, en Camboya, mientras palabras tan desconocidas como comprensibles salen de sus labios.

El orfanato en la India, hijas condenadas, madres ausentes, donde pugno por impedir las lágrimas.

Aquella abuela en un mercado callejero de Xizhou cuyo sencillísimo gesto, en la foto de arriba que saco por instinto, refleja la lucha diaria de la vida…

Una lucha con ganadores y perdedores, un juego de dados donde los puños se aprietan hasta hacer sangre, mientras aguardamos el resultado de la tirada.

Con los años he aprendido a endurecer el corazón. A seguir mi propio sendero estrecho. No sé si son injustas o quizá merezco las maldiciones.

Lo que sé es que, durante dos segundos, me atormenta un rostro.

Tristura…

martes, 14 de enero de 2025

Rastro de un sueño

Clave de lectura: Relatos que, bajo una aparente sencillez, ofrecen una agudísima percepción del mundo.
Valoración: Genial ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Frühlingsglaube, de Franz Schubert ♪♪♪
Portada del libro Rastro de un sueño, de Herrmann Hesse.

Volver a leer a Hermann Hesse es como encontrarme con un amigo después de largo tiempo y tener la impresión de que la última vez fue ayer.

Efectivamente, puede que llevara mucho sin saludar al padre de Siddhartha o El lobo estepario, pero sigo sintiéndome tan cercano a su obra como siempre.

Rastro de un sueño compila una docena de relatos contemporáneos a estos títulos (años 20 y tempranos 30 del pasado siglo) y, pese a su brevedad, la impronta de lo extraordinario se refleja en cada línea.

El protagonista del cuento que nombra al conjunto es un escritor «de amenidades» con aspiraciones poéticas. Aunque no un lírico intrascendente, sino como aquellos (Homero, Shakespeare, Goethe, Uhland, a quien musicó el mismo Schubert) cuyos nombres despiertan ecos en lo alto.

Dado que no encuentra la voz interior sale a caminar y, en estado de ensoñación paulatina, vislumbra un zapato de niña. ¿Quién es ella? ¿Por qué acude durante el lapso de un latido esa imagen a su cabeza? ¿Magda...?

A continuación, en un periódico de la Alemania de Weimar, el veterano cajista Johannes lamenta que hasta la lengua se haya degradado, simbolizando la caída de la sociedad que alguna vez conoció. Todos, empezando por el redactor jefe, utilizan el adjetivo Trágico de forma inadecuada.

Infancia del mago plasma los recuerdos de alguien que también fue joven:

[…] tracé planes para recuperar tesoros fantásticos, para obtener la raíz de mandrágora y para emprender triunfantes expediciones por el mundo necesitado de ayuda, expediciones en las que ejecutaba bandidos, salvaba desgraciados, liberaba prisioneros, quemaba guaridas, hacía crucificar a los traidores, perdonaba vasallos renegados, conquistaba princesas y comprendía el lenguaje de las fieras.

Pero el ídolo danzante de la India que antes observaba tras la vitrina del abuelo fue convirtiéndose en una simple estatuilla, en vez de cambiar de rostro y postura cada vez que volvía a verlo.

Y un hombrecillo que se aparecía ante él en las ocasiones más inesperadas, mudo e imperioso, pasó a exigirle otras fechorías, como colarse en la habitación de la jovial señora Anna.

Compendio biográfico, La ciudad, El cuento del sillón de mimbre, El europeo (un ejemplar de este continente sobrevive en el arca cuando Dios envía otro diluvio en plena hecatombe bélica y los pasajeros de culturas «menos desarrolladas», el hindú, el chino, el malayo, el esquimal, el negro, se preguntan qué utilidad tendrá salvar su soberbia)… Todos de gran valor.

No querría dejarme en el tintero Sobre el lobo estepario, donde el famoso Harry Haller es contratado por el dueño de una casa de fieras para exhibirse en una jaula. Si el público quiere visitarla, deberá pagar un centavo adicional. Gran negocio… ¿o no?

Abrevio: en este libro se demuestra cómo la sencillez aparente de unas parábolas puede contener profundas lecciones, a poco que nos demos cuenta. Ocurre si leemos no solo con los ojos, sino haciendo participar sentidos que quizá no sepamos describir.

Por eso hay literatura que llaman clásica. Autores y libros más allá del manto de la guadaña.

Y Hesse forma parte de ellos.


viernes, 10 de enero de 2025

Desde la ventana

Ventana azul sobre pared blanca.

Recuerdo aquel verso del poeta: «Mi oficina da al mar».

La mía no.

Los contemplo a través del vidrio. O de lo que quiera que estén hechas las ventanas modernas que no se dejan abrir. Si hubiera sido escritor, serviría de testigo poco omnisciente.

Ella, sentada sobre el muro que protege la civilización de asfalto de la hierba, se balancea igual que una niña en su columpio.

Abrigo de cuadros azules y grises. Zapatos negros, creo desde esta distancia. Vaqueros que se ensanchan a la altura del tobillo. Media melena. Gafas grandes de pasta, otra vez de moda…

Sonríe, eso al menos no tengo que achinar los ojos para adivinarlo.

Él, de pie a su lado, habla sin interrupción. De vez en cuando roza con la mano una pierna de ella, con descuido, como si quisiera ayudarla en su impulso al cielo.

¿Descuido? Ya, ya… Mira que las manos luego van al pan, le advierto, igual que cuando veo fútbol por la tele e insisto al que lleva la pelota que la pase al extremo izquierdo. Y el mismo caso me hace.

¡La ropa, un momento, la ropa! Si hubiera sido escritor, los detalles ya habrían quedado claros: anorak de un tono extraño, cercano al cian (no me gusta, en un libro lo cambiaría a azul tormenta). Vaqueros de corte recto, clásico (eso sí está bien). Pelo corto, ni mucho ni poco. Rostro delgado y anguloso.

Repito, hasta donde me llega la vista en este observatorio improvisado. Que, por mucha operación de rayos láser y la madre de la guerra de las galaxias, los miopes siempre quedaremos miopes.

Me pregunto por qué remolonean a las once y media, mientras el resto de currantes ofrendamos hasta la última gota de sudor a la sacrosanta chorrada a la que quiera que cada uno nos dediquemos.

No fuman. No toman café. No se enseñan gráficos con la estimación de ventas del trimestre.

¿De qué se conocen? ¿Cuál es su relación? ¿Compañeros de trabajo, amigos, amigos-amigos, amigos de los de buenos días, tigre? ¡Aurrrrggg! Ni siquiera calando las gafas les distingo anillos.

A lo mejor acaban de cruzarse en la puerta del edificio y algo les ha empujado afuera. Puertas circulares, ya se sabe. Gira que te gira, que te gira, que te…

¿Y el tema de conversación? ¿Qué milonga le estará intentando colar el tío, que no calla? ¿Una queja, un chiste, ganó ayer el Madrid, algún descubrimiento sobre el álgebra de Boole…?

¿Que qué co… lodrillos es el álgebra de Boole? Bueno, no os preocupéis, yo también tuve que informarme alguna vez. Un objeto booleano es… es… ¡Ay! ¡Se me olvidó!

Ella sigue sonriendo, inclina la cabeza, se impulsa más arriba en el columpio de aire, más.

Ajá, ya lo tengo: agentes secretos. O dos inteligencias artificiales implantadas en cuerpos clonados. O, bajo el abrigo y el anorak, ¿no ocultarán capas templarias?

Si hubiera sido escritor continuaría apuntando ideas, memorizando rasgos, sugiriendo que los plátanos de sombra al otro lado del muro susurran para ellos una canción invernal (platanus hispanica, por supuesto, aunque los ingleses les digan London plane, menudos piratas).

En fin, no he podido ofreceros una historia con sus andamios bien puestos, lo siento. O mejor un poema. Uno sobre el mar…

Tengo que volver a mi sacrosanta chorrada tras la ventana. Cuánto me gustaría haber sido escritor.

martes, 7 de enero de 2025

Movimiento perpetuo

Clave de lectura: Textos inclasificables de un relatista de renombre.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Perpetuum mobile, de Johann Strauss hijo ♪♪♪
Portada del libro Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso.

Se ve venir la comparación de esta segunda entrada del año con la última del anterior. En efecto, ¿qué autor de cuentos en lengua española podría disputarle a Cortázar un puesto en lo alto del cajón de medallas?

Augusto Monterroso se pone en pie (o se acuesta para soñar). Presenta, como defensa de su candidatura, Movimiento perpetuo.

Y no, «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí» no forma parte de este título, si alguien se lo pregunta.

En realidad, dudo si clasificarlo como libro de relatos o si su armazón interna a partir de un concepto surrealista (las moscas), lo convierte en un volumen de memorias, pensamientos, ocurrencias, aforismos más o menos largos o qué sé yo. Tampoco importa.

Aunque eso me lo ponga difícil a la hora de redactar sinopsis individuales.

Quizá el número más amplio de temas lo sumen aquellos que juegan con el mundo metaliterario (De atribuciones, Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges, Fecundidad, Homo scriptor…), describiendo la naturaleza de poetas y demás autores.

Otros hacen alusión al destino maldito de Hispanoamérica (La exportación de cerebros, Dejar de ser mono…).

O las dos cosas al mismo tiempo (El informe Endymion).

[…] en Nicaragua, como es lógico, fueron atendidos ruidosamente por unos amigos del poeta Ernesto Cardenal y más en reserva por el director de uno de los varios cuerpos de policía, general Chamorro Lugo, quien después de cuatro horas y media de diálogo y fatigado ya de barajar ágilmente con ellos diversos temas relacionados con su paraíso metapense y casi podía decir que protegido de su padre, Rubén Darío, a quien según probó se sabía de memoria, los envió con suficiente brutalidad y escolta a la frontera de Honduras, no sin antes confesarles que como compatriota de aquél se consideraría siempre amigo de Platón y de la poesía, pero más de su difícil cargo […].

Y todos comparten un humor inteligente, el mejor medio para desvelar el absurdo que vive en el corazón de tantas situaciones «serias».

Siempre las moscas, siempre, siempre, siempre…

¿Debería conceder entonces al guatemalteco laureles similares a los del argentino? Eso parece.

Sin embargo, cualquier obra debe arrostrar una prueba adicional, no necesariamente justa: la subjetividad del lector. Y, guiado —o maniatado— por ella, confieso que los cuentos, aforismos, etc. de Monterroso no llegan a impresionarme tanto como los de Cortázar.

¿Que la ironía me atrae como la miel a los dípteros? Sí. ¿Que la imaginación agita sus alas desde la primera a la última página? Sí. ¿Que lo he disfrutado? Sí.

Aun con tantas respuestas positivas, no lo encuentro imprescindible. «Solo» bueno.

Así son las cosas.


miércoles, 1 de enero de 2025

2025

Deseo para 2025.

Hoy solo voy a colgar una foto en el blog (y las inevitables corcheas marca de la casa, claro). Sin divagaciones existenciales ni demás zarandajas.

Vamos a lo positivo.

¿Quién sabe si en 2025…?

sábado, 28 de diciembre de 2024

Reunión y otros relatos

Clave de lectura: Introducción a los relatos de un grande de verdad.
Valoración: Grande de verdad ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Parker’s Mood, de Charlie Parker ♪♪♪
Portada del libro Reunión y otros relatos, de Julio Cortázar.

Cuando agito la mano para despedirme de Julio Cortázar, la alegría galopa por mis venas.

Sé que miles, o millones antes que yo, habrán sentido lo mismo. No me extraña, aun avisado es difícil reaccionar con indiferencia.

¡Qué nivel! ¡Cuánta calidad atesorada en Reunión y otros relatos!

Aunque, curiosamente, el cuento que abre el conjunto no llega a tocarme el alma: Las puertas del cielo, acerca de un abogado y su antiguo cliente y ahora amigo, recién enviudado, que rememoran a la esposa en un baile.

Y el segundo, Cartas de mamá, una relación familiar a distancia entre el Sena y el Río de la Plata, no lo entiendo del todo. Mea culpa.

Ah, pero, a partir de El Perseguidor pego un brinco. La historia del jazzman trasunto de Charlie Parker debe de ser de lo mejorcito que me he encontrado jamás sobre papel. Aprovecho el brinco para levantarme a poner un disco. Las notas del saxo comienzan a llenar la habitación…

Final del juego, el vínculo entre tres hermanas y el chico que las ve cada día desde el tren, permanece en las alturas. Prodigioso.

¿Y qué decir de La autopista del sur, colapsada por un atasco que dura días, donde los personajes crean un mundo propio, regido por nuevas normas de convivencia? No le apeo el mismo tratamiento: prodigioso.

Reunión, sobre guerrilleros que intentan alcanzar la sierra bajo el acoso de los soldados gubernamentales. Lugar llamado Kindberg, en el que un conductor recoge a una autostopista. Ya podéis imaginar: prodigiosos.

No hablaron mucho, fue un desayuno breve y había sol, a muchos kilómetros de Kindberg se pararon a tomar otro café, Lina cuatro terrones y la cara como lavada, ausente, una especie de felicidad abstracta, y entonces tú sabes, no te enojes, dime que no te vas a enojar, pero claro que no, decime lo que sea, si necesitás algo, deteniéndose justo al borde del lugar común porque la palabra había estado ahí como los billetes en su cartera, esperando que los usaran y ya a punto de decirla cuando la mano de Lina tímida en la suya, el flequillo tapándole los ojos y por fin preguntarle si podía seguir otro poco con él aunque ya no fuera la misma ruta, qué importaba, seguir un poco más con él porque se sentía tan bien, que durara un poquito más con este sol, dormiremos en un bosque, te mostraré el disco y los dibujos, solamente hasta la noche si quieres, y sentir que sí, que quería, que no había ninguna razón para que no quisiera, y apartar lentamente la mano y decirle que no, mejor no […].

Texto en una libreta, cuyo autor investiga a unos «ellos» que parecen no abandonar jamás los túneles y andenes del metro, pone el colofón.

Quizá os resulte una entrada demasiado entusiasta, o demasiado poco desarrollada en sus argumentos. ¿Prodigioso? ¿No me da vergüenza agarrarme a un solo adjetivo que se cae de tópico? ¿De verdad?

No es mi intención pontificar: hacedme caso o no me lo hagáis, o llevadme incluso la contraria, si lo habéis leído.

Lo aquí escrito, escrito queda.