Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Unchained Melody, de The Righteous Brothers ♪♪♪
Después de la grata experiencia que me proporcionó la novela Tan cerca del aire, me aproximo a Las historias de Marta y Fernando con los ojos iluminados. ¿Hallaré similar fortuna?
La respuesta es sí. Un sí agradecido. Gustavo Martín Garzo vuelve a atraparme con el mismo estilo seductor, hermoso, del que hacía gala en aquella obra.
No solo es que escriba a un nivel de «elegido» en lo técnico, sino que cada página —cada párrafo, cada frase— transmite un significado imprescindible en su propuesta global.
Lejos de autores que parecen cobrar por «cantidad» y lo que consiguen es un edificio de paredes combadas por la pesadez de lo superfluo.
Estas historias —un acierto que se refiera a ellas en plural, ahora veremos la razón— nos conducen al mundo de dos personas que se aman.
Pero amarse no significa que pasen las horas con labios de miel. Se trata de dos seres que comparten la vida, no una especie de alma platónica desdoblada que anhela refundirse. Ello significa que en sus días y sus noches hay afecto pero también equivocaciones. Comprensión pero también desacuerdo. Luz pero también sombra.
«Historias», por tanto, no «historia» de Marta y Fernando.
Ambientadas en la España recién salida de los años de plomo, donde un hombre y una mujer podían empezar a elegir sus propios roles aunque aún bajo inquisición social —esa señora que les recrimina la desvergüenza de sus abrazos, contrapunto a las colegialas que les miran con embeleso—, la prueba y el error, tanto en los aspectos más íntimos como en los más comunes, nos hacen cómplices de su viaje.
Los «¿sabes que…?», junto a los «¿recuerdas que…?» y los «nunca te conté que…» se llenan con experiencias antes y después de haberse conocido, con la desaparición prematura de sus padres, los compañeros y amigos que les rodean, los vecinos, sus sueños y pesadillas, un examen de violonchelo suspendido, un piso donde hace frío en invierno…
En una suerte de microcosmos dentro de un macrocosmos donde todo puede ocurrir y todo ocurre.
Premio Nadal de 1999 —hay galardones que todavía nos hacen concebir esperanza en la justicia literaria, o al menos solían hacerlo—, obtiene también mi más entusiasta recomendación.