lunes, 17 de junio de 2024

Hormigón

Clave de lectura: La vida de Rudolf es un cúmulo de sensaciones de disgusto.
Valoración: Sí que es un disgusto, sí ✮✮✩✩✩
Música: El sueño de una noche de verano (Obertura), de Felix Mendelssohn ♪♪♪
Portada del libro Hormigón, de Thomas Bernhard.

Hormigón, de Thomas Bernhard, es una novela con cierto prestigio crítico. A pie de página os dejo un par de enlaces favorables a su causa en blogs que sigo1.

Además, me la recomendó personalmente alguien que aspira a ser escritor. Se trataría de un modelo a imitar, según me dijo. La puso por las nubes.

A pesar de padrinazgos tan prometedores, tras leerla me temo que despierta en mí impresiones opuestas. Consigue pulsar el botón del «modo cascarrabias».

Su horripilante pesadez casi me vence los párpados.

El protagonista, Rudolf, desgrana en un soliloquio la infelicidad que le aqueja. Intenta redactar la biografía de Mendelssohn, el gran compositor romántico, pero por unas razones u otras se encuentra encallado.

Dichas razones podrían resumirse en su carácter misántropo: no está cómodo en compañía de nadie ni le gusta hacer nada.

Sobre todo, le irrita que su hermana Elisabeth no pare de entrometerse. Ella debe de ser la causa que le impide avanzar, con su carácter tan contrario al arte. Aunque tampoco se vea capaz de cortar lazos.

Y el desagrado existencial termina encauzándose en un escaso aprecio hacia su misma persona. La neurosis es la dueña de cada día. La obsesión. El amor-odio imposible de resolver.

Por otro lado, gracias a la herencia de sus padres no sufre de problemas materiales. Decide entonces viajar desde su residencia austriaca de Peiskam a Palma de Mallorca, lugar que conoce bien.

Pero es que —con vuestro permiso, interrumpo aquí la sinopsis, me da lo mismo que el argumento continúe si lo hace hacia la nada— tantas angustias lo único que me transmiten es incredulidad. No consigo descifrar el derrotero de esta historia. Cualquier sentido, ni lógico ni empático.

Deduzco que el autor quiso escribir la proverbial «gran obra» sobre la tragedia de la vida, llena de reflexiones trascendentales en cada coma y, de tan «profunda», se convirtió en insondable.

Ayuda al fastidio el conglomerado estructural, de párrafos eternos, repetitivos, deslavazados, rebeldes a la ortografía —¿rebeldes sin causa?— que exhibe como marca personal. Con fuerza de voluntad alcanzo la última página, pero… ¡¿Modelo a imitar?! Modo cascarrabias con las luces rojas intermitentes.

En definitiva, héroe o villano, vistas las discrepancias de criterio, solo a cada uno de vosotros, si os acercáis al texto de Bernhard, compete la última palabra. Todos hallaréis vuestra verdad.


1 Reseña en Desde la ciudad sin cines. También en Un libro al día.


jueves, 13 de junio de 2024

Nuestro mundo (XIX)

Museo Memorial de la Guerra en Lofoten.

En cierta ocasión comenté un libro titulado ¿Quién soy yo… y cuántos?, del filósofo alemán Richard David Precht.

Al comienzo de aquella entrada me preguntaba si la persona que hoy lleva mi nombre es la misma de hace veinte o veinticinco años, ya que el transcurso del tiempo nos modela no solo en un evidente sentido físico, sino creando, matizando o haciendo desaparecer múltiples capas de pensamiento.

¿Podría alguien que volviese a encontrarme tras un intermedio de lustros creer que no he cambiado? O al contrario, manifestar que yo ya no soy yo, sino «otro»… ¿Para mejor? ¿Para peor?

¿Quizá debería aplicar el aforismo de Goethe según el cual si me conociera a mí mismo saldría corriendo?

Con motivo del aniversario del desembarco en Normandía celebrado hace una semana, han proliferado los documentales televisivos que analizan la histórica jornada.

En uno de los que he visto, diversos supervivientes comparten sus recuerdos: las horas previas al «Día D», las impresiones nada más caer el portón de las lanchas —desde su interior y desde la orilla—, si consideran que el objetivo valía de verdad la pena habida cuenta del riesgo personal, si volverían a participar…

Y las palabras de un entrevistado, el tercer señor tudesco que aparece en estas líneas, me llaman tanto la atención como para buscar bolígrafo y dejarlas anotadas:

Si hubiéramos llegado con suficiente rapidez habríamos evitado la invasión […]. No éramos fanáticos, teníamos valor para combatir. Era nuestro deber. Habíamos aprendido a morir por la patria […]. Lo digo sin reservas: sigo estando muy orgulloso de haber pertenecido a las Waffen SS.

Es decir, a alguien que vive en un continente con reglas democráticas de las que imagino se habrá beneficiado desde 1945, le pones delante todo el conocimiento acumulado sobre los «valores» por los que luchó, se los sacude de la conciencia igual que una mota de polvo en la guerrera y responde que fuera arrepentimientos, que sus camaradas y él eran la élite de la humanidad y solo por la insuficiente punta de velocidad de sus Panzer no vivimos aún bajo el felicísimo Reich.

Podría buscar excusas por haber estado sometido a un condicionamiento psicológico que anuló su capacidad de distinguir entre lo moralmente justo y lo abyecto, pedir perdón por el error de juventud, por los millones de víctimas, y dedicarse a trabajar para compensarlo.

Y no. Sus múltiples capas de pensamiento, amalgamadas en una sola, no han olvidado nada ni han aprendido nada.

Esa democracia plural que le ampara, al compararla con los infames «honor» y «fidelidad» grabados en letra gótica sobre la hoja de su antigua daga, no le merece el mismo aprecio.

Tiene albedrío pero no lo quiere. Añora estar bajo las órdenes de un solo hombre, un solo caudillo, y su «visión».

Así siente aún una parte de nuestro mundo en este calendario de 2024.

Qué curioso…

Qué triste…

Qué desalentador.

P. D.: Si alguien tiene curiosidad, saqué la foto en un pequeño museo de la localidad noruega de Svolvær, el Lofoten Krigsminnemuseum, dedicado a la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.

lunes, 10 de junio de 2024

La última función

Clave de lectura: Intento de reconducir vidas incompletas.
Valoración: Indiferente ✮✮✩✩✩
Música: Homenatge al Misteri d'Elx, versión de Jordi Savall ♪♪♪
Portada del libro La última función, de Luis Landero.

De acuerdo con reseñas del todo fiables dentro y fuera de la blogosfera, Luis Landero es uno de los gigantes de nuestro panorama literario y La última función un libro que lo demuestra.

Por eso me animo. No me puedo quedar ajeno, pienso, tengo que participar en la fiesta.

Pues siento decir que el disfrute se queda bastante por debajo de mis expectativas.

Como descargo, no me atrevería a criticar a un Premio Nacional de las Letras en vano. Simplemente, mis gustos personales y los de otros lectores más perspicaces no tienen por qué coincidir.

La trama gira alrededor de dos figuras principales, aunque quizá Tito Gil disfrute de algo más de relevancia por el hecho de desencadenar los acontecimientos que van a poner patas arriba San Albín.

El protagonista regresa a un pueblo serrano en decadencia, que rumia su pasado mientras avanza hacia la desaparición. Los jubilados que se apiñan en el bar le recuerdan, le reciben, desean ser partícipes de su proyecto.

Aunque se considere a sí mismo un fracasado, propietario de una gestoría administrativa por influencia paterna en lugar de haberse dedicado en cuerpo y alma al arte. A la interpretación, gracias a su voz prodigiosa.

Ahora desea redimir ese sueño, levantando una obra teatral en la que los propios vecinos asuman los papeles. Reescribirá la antigua leyenda de la Santa Niña Rosalba y cada uno tendrá al menos una frase que pronunciar.

Pero hace falta alguien que interprete a Rosalba. Alguien como Paula, ahogada en un matrimonio y una vida tan mediocres que se deja llevar sin inconveniente por un error de identidad (la confunden cuando sale del tren en el apeadero).

Los ensayos, los decorados, la música, cada pieza del andamio se construye en un postrer intento por cambiar el destino. Avisan a televisiones, autoridades, al mundo, para que todos les observen. Como resultado…

Hay un resultado, desde luego. O dos, uno público y otro personal que atañe a Tito y Paula. No obstante, el desarrollo para llegar a él me hace perder paulatinamente el interés en lo que estoy leyendo y, por desgracia, no recuperarlo.

Landero escribe con voz personal, tanto como la que se supone adorna a Tito en el relato, pero aquí no pasa del mero ejercicio de sonido. La melancolía del texto me resulta indiferente. La historia, muy forzada. El mensaje queda lejos de cualquier revelación.

No me deja ningún poso, vaya. Ojalá otra vez...


jueves, 6 de junio de 2024

«Día D»

El crucero Belfast anclado frente a la Torre de Londres.

He hablado en varias ocasiones sobre el mayor reto de la humanidad si queremos tener no ya futuro, sino un presente en el que la palabra «vida» nos ofrezca algún pequeño significado:

La guerra. Abolir la guerra. Desterrarla de nuestras mentes, de nuestros corazones, de lo más profundo de nuestro ser, donde siempre acaba renaciendo.

También he hablado sobre muchos libros que la retratan fielmente, lejos de compases musicales para alegrar desfiles.

Pero quizá no he dicho tanto sobre los hombres y mujeres que la han sufrido. Sobre todo aquellos que, tras acudir a su llamada, pensaron que sería la última si conseguían atravesar una playa, un campo de alambre, una muralla de ametralladoras con rojas bocas hambrientas.

Aquellos que pagaron por su anhelo un precio.

El 6 de junio de 1944, la esvástica ondeaba en Europa. Uno de los mayores símbolos de devastación de cualquier tiempo.

Esa madrugada, el crucero Belfast, encabezando la flota aliada, abrió fuego sobre el «Muro del Atlántico».

Las lanchas de desembarco, el resto del «Día D», son historia.

La historia de aquellos hombres.

Nuestra historia.

lunes, 3 de junio de 2024

Raíces amargas

Clave de lectura: Autobiografía de un hombre devastado por la violencia. La que recibe y la que aplica.
Valoración: Difícil de calificar en términos literarios. Desde luego, impresiona ✮✮✮✮✩
Música: Al alba, de Luis Eduardo Aute ♪♪♪
Portada del libro Raíces amargas ,de José Vicente Ortuño.

Existió cierta corriente en la literatura española de posguerra denominada «tremendismo».

Se caracterizaba por presentar la vida de una forma violenta, crudísima, con personajes y tramas tallados a martillo, lenguaje de aristas no menos cortantes y sufrimiento generalizado.

Pues bien, el título de hoy, si bien publicado décadas más tarde, pulveriza cualquier ejemplo de tremendismo que yo recuerde.

Raíces amargas es, técnicamente hablando, la primera parte de una autobiografía: la de José Vicente Ortuño.

Nacido en 1933 del atípico matrimonio entre un padre boxeador y una madre de la «buena sociedad» albaceteña, la traición y los ajustes de cuentas comenzaron pronto a marcar su destino.

Al estallar la guerra, Charles Vicente, el padre, se convirtió en uno de los más sanguinarios líderes de milicias de la ciudad. La propia familia de su mujer fue criminalmente diezmada en las checas y prisiones de retaguardia. En 1939, como figura destacada del partido comunista, se exilió a Francia. Hizo caso omiso de sus lazos y allí volvió a casarse.

La sed de venganza de los vencedores no quedó atrás. Alcanzó a la misma María, la abandonada madre, de personalidad arrolladora contra la injusticia, adorada por protectores como El Maestro Barba, Jesús, Vargas el gitano, el Lobo, el Rata…

Un escuadrón de la muerte falangista, visto que no podían acabar por los medios habituales con ella debido a su apellido, se encargó de que el veneno hiciera su labor.

El niño fue creciendo convencido de que, salvo raras excepciones, los seres humanos somos la hez de la Tierra. Todos aquellos que hubieran podido tener relación con el asesinato de María —Basilio, su propio hermano, el más señalado— sufrirían las consecuencias.

Capturado a los diecinueve años y condenado por lo que parecía un intento de asalto al domicilio de uno de esos culpables, la cárcel endureció aún más, si cabe, su determinación.

Y las condiciones de esclavitud en las que ayudó a construir una de tantas presas orgullo del régimen para «redimirse» —un día de trabajos forzados contaba como día y medio de celda—, completaron la metamorfosis. Si quería sobrevivir debía ser aún más inicuo que el más inicuo, más duro que el más duro, más despiadado que…

Tras fugarse al otro lado de la frontera, reclamado por el padre para ocupar también un puesto en el organigrama del partido, sus avatares políticos se entrelazaron con los personales. La bajeza de los comunistas solo se entendía al compararla con la de los fascistas.

Y cuando esos «camaradas» ávidos de poder comprendieron que no podían ponerle grilletes, organizaron su perdición y previsible muerte a manos de la policía. Siempre viene bien un mártir para la causa revolucionaria.

El volumen finaliza con una persecución a gran velocidad por las calles de Marsella. Si le hubieran atrapado los sicarios... Pero consiguió llegar a un lugar donde refugiarse. Puso su firma en un documento de enganche a la Legión Extranjera.

Más tarde plasmó sus experiencias como paracaidista y «boina verde» en ese cuerpo, donde no dejó de nadar en sangre a cambio de una americana que brillaba por el número de medallas. Pero ese es ya otro volumen, Muertos por una causa muerta.

La verdad, tras la lectura se me ha quedado la boca seca. Destila un nivel tal de agresividad, de ganas de acabar con todo y con todos, que el autor explica a partir de los traumas sufridos en la infancia, como es difícil encontrar por escrito. Navaja y pistola le acompañan.

Aparte de la obsesión hacia su madre —llega a desenterrar el ataud, para espanto de Vargas el gitano, en su deseo de arrancar un mechón de pelo—, y excepto por la presencia de tres o cuatro «hombres justos» que se cuelan en el relato —son más frecuentes las «mujeres justas»—, el mundo de Ortuño parece construido sobre una pesadilla.

E insiste en que no se calla nada, aunque le perjudique, y nos desafía a demostrar lo contrario.

En fin, si alguien más quiere sentir frío sobre los huesos, no podría elegir mejor libro.


jueves, 30 de mayo de 2024

Honra a los «maestros alemanes»…

Estatua del emperador Guillermo I en Lübeck.

Después de varias horas, todo ha transcurrido como esperaba. Incluso mejor, la verdad. Buena representación wagneriana.

En la cresta de las águilas —o gallinero— me ajusto las gafas. Veo cómo Hans Sachs concede a Walther von Stolzing el título que llevaba ansiando desde el primer acto para obtener la mano de Eva. Los maestros cantores de Núremberg se aproximan a la escena final.

De repente, Walther rechaza la ceremonia y el zapatero le reconviene: «no desprecies a los maestros».

Unas estrofas más tarde, añade un gentilicio: honra a los «maestros alemanes».

Y amplía la idea: «¡Estad prevenidos! ¡El peligro nos amenaza! Si alguna vez el pueblo y el imperio alemán cayeran bajo un falso dominio extranjero…».

Literalmente, deutsches Volk und Reich, eso es lo que canta el protagonista de la jornada. Luego nos aclara que se refiere al Sacro Imperio Romano Germánico, pero vamos, Volk und Reich… No me extraña que esta ópera, una comedia, la programaran con alegría ya nos imaginamos quiénes.

Mientras aplaudo complacido, como el resto de asistentes al Real, me viene a la cabeza la típica memez del día. De la semana, de la vida:

¿Por qué alguien puede creer que haber nacido a un lado u otro de un río, en las laderas de un monte o en el valle, en tal o cual continente, bajo el cielo donde alguna vez surgió un heroico general conquistador o un millón de heroicos conquistados le hace, no ya diferente, sino mejor que otros sin su «suerte»?

¿Por qué hay símbolos del todo accidentales en la historia que se clavan en nuestra cultura como armas arrojadizas?

¿El arte alemán porque fue el hogar de Beethoven, por ejemplo? ¿Ese nieto de inmigrantes? ¿España porque Pelayo salvó a la cristiandad? ¿Era acaso Averroes una amenaza? ¿Cataluña porque el bando borbónico fabricó más pólvora que el austracista? ¿América first? ¿El peligro amarillo? La lista es inacabable.

¿Para cuándo una convicción cosmopolita, que aparte de sí el ombligocentrismo, los dioses que exigen sacrificios exclusivos a sus siervos, las lenguas-muro, el odio a la diversidad como cimiento del orgullo nacional…?

¿Que abrace la comprensión, el respeto, la existencia en armonía, la idea de que lo importante en la vida es cómo la vivimos, las sonrisas en los rostros que dejamos de recuerdo?

Y no si nuestra «sangre» viene de un Volk ni de un Reich. De un fritz, un tommy, un gringo, un gabacho, un sudaca, un negro, un japo, un moro, un charnego…

¿Para cuándo?

lunes, 27 de mayo de 2024

El Estado

Clave de lectura: Origen, desarrollo y futuro del Estado. Una visión a principios del siglo XX.
Valoración: Interesante y, sobre todo, polémico ✮✮✮✩✩
Música: Pompa y circunstancia (Marcha nº 1), de Edward Elgar ♪♪♪
Portada del libro El Estado, de Franz Oppenheimer.

Vamos a recordar un poco a Oppenheimer.

Je, seguro que os he pillado. Ni el tema va de cine ni de física. Más bien de historia, filosofía política, sociología...

Franz Oppenheimer fue catedrático y uno de los padres fundadores de esta última disciplina allá por los inicios del siglo XX.

Médico de formación, los movimientos que habían ganado fuerza alrededor del cambio de centuria como contrapunto al capitalismo burgués (socialismo, comunismo, anarquismo…) agitaron tanto su intelecto que se dedicó a estudiar las bases sobre las que descansa la convivencia de los grupos humanos.

El Estado, en concreto: ¿qué es el Estado?

¿Un gargantúa? ¿Un tirano? ¿Un «algo amorfo» por encima, ciego y sordo a las necesidades individuales? ¿Un «contrato» de personas libres para organizarse mejor? Mejor, ¿en qué sentido?

En el libro del mismo título lo define así:

El Estado, totalmente en su génesis, esencialmente y casi totalmente durante las primeras etapas de su existencia, es una institución social, forzada por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo derrotado, con el único propósito de regular el dominio del grupo de los vencedores sobre el de los vencidos, y de resguardarse contra la rebelión interior y el ataque desde el exterior. Teleológicamente, esta dominación no tenía otro propósito que la explotación económica de los vencidos por parte de los vencedores.

Platón, Tomás de Aquino, Maquiavelo…

Rousseau, Hobbes, Locke…

Montesquieu, Hegel, Weber...

Nuestro autor quiere oponerse a todos, en especial a los defensores del mencionado «contrato».

Aunque el Estado adquiere para él plena carta de naturaleza a partir del absolutismo (el «Estado moderno»), su trayectoria es larga. Desde los albores de las civilizaciones conocidas, cuando algunos de nuestros antepasados se dedicaron a cultivar y otros a la caza y el pastoreo.

El trabajo para la obtención de bienes dio paso al robo como camino más inmediato, y la contratación de guerreros por parte de los sencillos agricultores para evitarlo derivó en que aquellos esclavizaran a quienes debían proteger.

El monopolio de la violencia en un amplio sentido coercitivo, como medio para evitar la violencia anárquica de los individuos, impregna el alma del Estado.

Las tendencias que discuten entre sí por establecer el contenido y los límites de su capacidad están influidas por el lugar donde hayan nacido sus proselitistas.

No es igual el pensamiento anglosajón, por ejemplo, que el latino, el centroeuropeo, el oriental… Porque sus experiencias seculares, las costumbres que definen la forma de ver el mundo de sus habitantes, tampoco lo son.

Y no hay que confundir Estado con Nación, Gobierno ni Sociedad, por cierto. Debía de ser un aspecto candente al redactar la obra, se pone énfasis en ello desde el prólogo.

Así, Oppenheimer desgrana el desarrollo y posible futuro del concepto, siempre sobre la base de que las personas industriosas y pacíficas son explotadas a través de él por élites parasitarias. A su entender, estos postulados se sostienen sobre variados ejemplos: de los hicsos a los incas, de los fenicios a los vikingos, de los feudos europeos o africanos a los sistemas constitucionales.

Con un enfoque acusadamente académico que lastra en ocasiones la fluidez de la lectura, hay que advertir, pero jamás hasta el punto de hacer que nos perdamos entre sus tecnicismos.

Conclusión: un texto que invita a debatir. Del tipo «el saber no ocupa lugar».


jueves, 23 de mayo de 2024

Varjele, Jumala, soasta (Protégenos, Señor, de la guerra)

Estatua del memorial al levantamiento de Varsovia.

¡Líbranos, Dios todopoderoso, / protégenos, Dios justo / de los cascos del potro feudal, / de las pezuñas hendidas del corcel de guerra, / del acero que saja, / del extremo embotado de la espada, / de la boca de una pistola, / de los largos fusiles, / de amplios campos de batalla, / de tierras de masacres, / líbranos de los caminos de dolor, / protégenos de toda maldad! / ¡Líbranos, Dios todopoderoso, / protégenos, Dios justo!

Veljo Tormis, basado en el Kanteletar (mi traducción).

lunes, 20 de mayo de 2024

Gabinete de curiosidades

Clave de lectura: Artículos periodísticos inéditos de un autor imprescindible.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✩
Música: Die Dreigroschenoper (Mackie Messer), de Kurt Weill ♪♪♪
Portada del libro Gabinete de curiosidades, de Joseph Roth.

¿Lo he dicho ya? ¿Lo he dicho?

Sí, puede ser, pero aun así lo repito: me apasiona Joseph Roth.

Somos afortunados de que su obra se haya reeditado con tanto interés. La generación de escritores centroeuropeos que describieron el auge y hundimiento de un mundo, y la llegada de quienes deseaban convertir los restos en un infierno, no podía desaparecer entre aquellas cenizas.

Zweig, Hesse, Mann, Remarque, Milosz… Todos con voz propia. Y, junto a ellas, esta otra inconfundible.

Entre las reediciones que mencionaba hace un momento, la más próxima a la fecha debe de ser Gabinete de curiosidades, un conjunto de textos periodísticos seleccionados y traducidos por Berta Vías Mahou (cuánto me gustó su labor en los poemas de Gertrud Kolmar, por cierto).

No busquemos aquí al novelista o al autor de relatos cortos, aunque comparta inventiva y sentido del ritmo con dichos géneros. Se trata de una visión del «día a día» durante los años 20 y 30 del pasado siglo, ofrecida a los lectores del Frankfurter Zeitung, el Münchner Neueste Nachrichten, el Vorwärts

Ácida, tierna, inmisericorde, bondadosa, desesperada, plena de humor.

La visión de un hombre que es a la vez acusado, juez, público, verdugo, y no juzga ni se deja juzgar, no acusa ni tiene asomo de indiferencia, no utiliza la soga porque sus palabras, por sí solas, ponen a cada uno en su sitio.

¿De qué nos habla? De cabarés y espectáculos de variedades, y las figuras deformes, estrafalarias, impuras, que los frecuentan tanto en el escenario como en la sala de butacas. De las casas con exquisita reputación —¡un von en el apellido!— donde puede acudir una mujer en apuros.

De las calles, los parques, los cafés de ciudades que tuvieron orgullo imperial y ahora «acogen» a mutilados en el frente, masas sin empleo, hombres de negocios bajo lustrosos sombreros, faquires, bailarinas «del desnudo»…

Y él está ahí, no «ante ellos», observando, sino «entre ellos», participante activo en la gran tragicomedia.

Solo me queda expresar un reconocimiento adicional a las notas de traducción a pie de página, por sí mismas excelentes instantáneas sociales y culturales, que aclaran el contexto en el que Roth sacaba del bolsillo la pluma y comenzaba sus artículos desde cualquier elegante sala, cualquier habitación de hotel o cualquier taberna a donde le hubiera llevado el viento.

Der heilige Trinker. El santo bebedor…


jueves, 16 de mayo de 2024

Antigua (II)

Calle de Antigua, Guatemala.

Una mujer camina detrás, con sus fardos a cuestas. Me afano en encontrar el encuadre adecuado, el enfoque perfecto, antes de que llegue a mi altura.

La luz de la mañana, las líneas de perspectiva, el arco sobre el espejo de lluvia… Quiero hacer una foto de los edificios en una calle de Antigua.

Y, como ocurrió la primera vez que compartí el resultado en el blog, me equivoco.

¿Qué son los edificios sino casas?

Casas o templos o torres o palacios o…

Casas.

¿Y qué son las casas sino el hogar de personas? ¿Qué «historia fotográfica» nos cuentan si apenas capturamos su fábrica exterior con la cámara?

¿Sillares, piedras, ladrillos…, sin manos, ojos…, corazón?

Disparo una serie. En la última, la mujer ha entrado ya de espaldas en el objetivo.

Y es la única que no borro. Buena o mala, me da lo mismo.