Valoración: Indiferente ✮✮✩✩✩
Música: Homenatge al Misteri d'Elx, versión de Jordi Savall ♪♪♪
De acuerdo con reseñas del todo fiables dentro y fuera de la blogosfera, Luis Landero es uno de los gigantes de nuestro panorama literario y La última función un libro que lo demuestra.
Por eso me animo. No me puedo quedar ajeno, pienso, tengo que participar en la fiesta.
Pues siento decir que el disfrute se queda bastante por debajo de mis expectativas.
Como descargo, no me atrevería a criticar a un Premio Nacional de las Letras en vano. Simplemente, mis gustos personales y los de otros lectores más perspicaces no tienen por qué coincidir.
La trama gira alrededor de dos figuras principales, aunque quizá Tito Gil disfrute de algo más de relevancia por el hecho de desencadenar los acontecimientos que van a poner patas arriba San Albín.
El protagonista regresa a un pueblo serrano en decadencia, que rumia su pasado mientras avanza hacia la desaparición. Los jubilados que se apiñan en el bar le recuerdan, le reciben, desean ser partícipes de su proyecto.
Aunque se considere a sí mismo un fracasado, propietario de una gestoría administrativa por influencia paterna en lugar de haberse dedicado en cuerpo y alma al arte. A la interpretación, gracias a su voz prodigiosa.
Ahora desea redimir ese sueño, levantando una obra teatral en la que los propios vecinos asuman los papeles. Reescribirá la antigua leyenda de la Santa Niña Rosalba y cada uno tendrá al menos una frase que pronunciar.
Pero hace falta alguien que interprete a Rosalba. Alguien como Paula, ahogada en un matrimonio y una vida tan mediocres que se deja llevar sin inconveniente por un error de identidad (la confunden cuando sale del tren en el apeadero).
Los ensayos, los decorados, la música, cada pieza del andamio se construye en un postrer intento por cambiar el destino. Avisan a televisiones, autoridades, al mundo, para que todos les observen. Como resultado…
Hay un resultado, desde luego. O dos, uno público y otro personal que atañe a Tito y Paula. No obstante, el desarrollo para llegar a él me hace perder paulatinamente el interés en lo que estoy leyendo y, por desgracia, no recuperarlo.
Landero escribe con voz personal, tanto como la que se supone adorna a Tito en el relato, pero aquí no pasa del mero ejercicio de sonido. La melancolía del texto me resulta indiferente. La historia, muy forzada. El mensaje queda lejos de cualquier revelación.
No me deja ningún poso, vaya. Ojalá otra vez...