viernes, 9 de octubre de 2009

El libro

Cielo nuboso desde la ventanilla del avión.

El avión está ya a pocos metros de tomar tierra en Delhi. Cierro el libro.

De repente, el piloto mete gas a fondo. Las turbinas responden encabritándose como tigres de Bengala. La aceleración nos pega literalmente a los respaldos, igual que en las pelis de astronautas.

Rumores de inquietud comienzan a extenderse por la cabina. La voz del comandante a través del interfono nos comunica que, debido a los monzones que nos zarandean sin reposo, daremos unas cuantas vueltas más.

Ah, pues muy bien, tenemos tiempo. Abro el libro.

Flaps otra vez en posición, superficie alar extendida, tren de aterrizaje fuera… Segundo intento. Cierro el libro.

Me dispongo a quitarle el envoltorio a un caramelo cuando el libro, que reposa sobre mis rodillas, cobra vida y aparece a la altura de mis ojos.

Durante varios segundos, el tomo (trescientas y pico páginas, tapa dura) flota frente a mí cual grácil ave del paraíso.

¿Y por qué esa sensación de que mi cuerpo también pelea por escapar del asiento, en dirección al techo? ¿Y ese sabor a higadillos que inunda mi paladar?

Lo que antes estaba abajo aparece de repente arriba.

El coro de chillidos alrededor, un si bemol agudo de cien gargantas al unísono, le añade más curry al asunto.

Tras volver la gravedad a su cauce, la voz vuelve a surgir de los altavoces. Muy entrecortada, eso sí. Nerviosa. Dice no sé qué de huracanes, falta de sustentación, descenso súbito, bla, bla, bla. Mejor nos desviamos a otro aeropuerto a esperar que la naturaleza atempere su malhumor.

Ni se me ocurre volver a tocar el libro. Ni abrirlo ni cerrarlo. Prefiero contribuir de la forma más práctica posible a los esfuerzos del piloto y así tener la oportunidad de estar hoy aquí, contando la historia.

Empiezo a cantar: hare Krishna, hare Krishna, hare, hare...

sábado, 3 de octubre de 2009

El fuego

Clave de lectura: Sueños, miedos y realidades tras pisar una mina.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✩
Música: Storms in Africa, de Enya ♪♪♪
Portada del libro Jugar con fuego, de Henning Mankell.

¿Por qué una niña africana no habría de correr y saltar junto al camino que lleva a su poblado? ¿No haría lo mismo cualquier niño del mundo?

Cuando crezca, ¿tendrá acaso algo de raro que se fije en ese chico que pasa regularmente cerca de su cabaña, a la luz de la luna?

Y cuando, recién nacida su tercera hija, empiece a notar cosas raras en el comportamiento de su marido, como si hubiera perdido el interés hacia ella, ¿no se angustiará de que quizá haya encontrado a otra más atractiva, alguien con un hermoso cabello trenzado, alguien… con piernas?

La trilogía del fuego —El secreto del fuego, Jugar con fuego y La ira del fuego—, del sueco Henning Mankell, es mucho menos conocida que sus libros sobre el inspector Wallander, base de su fama mundial.

Pertenece a una serie de títulos «comprometidos», por así decirlo, en los que el autor se aleja de escenarios europeos para dar voz a quienes viven en zonas donde el día a día resulta casi un milagro.

Él mismo declaró que estas novelas están basadas en una persona real, que Sofía, la protagonista, es de carne y hueso y que, cuando era pequeña, pisó una mina.

Tuvo suerte, sin duda, porque la hermana que jugaba a su lado no sobrevivió. A cambio, dejó en ofrenda parte de su cuerpo. Y tuvo que aprender que el miedo es un compañero inseparable del ser humano. Miedo a cada nuevo despertar.

Pero también lo es el espíritu de desafío, negarse al abandono, ir más allá de lo que los cuchicheos de escéptica compasión anticipan. En las colisiones cotidianas entre ambos sentimientos, temor y esperanza, lo que se dirime es algo tan sencillo, y tan complicado a la vez, como una búsqueda que todos compartimos.

La búsqueda de la felicidad.


miércoles, 30 de septiembre de 2009

Las tinieblas

Clave de lectura: Búsqueda de un «hombre bueno» en un burdel.
Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: Flores nocturnas, de Silvio Rodríguez ♪♪♪
Portada del libro Las tinieblas, de Leonid Andréyev.

En Las tinieblas, de Leonid Andréyev, Liuba consigue hacer que se tambalee la existencia de su obligado cliente ocasional, Alexéi.

Él es un revolucionario en la Rusia de los zares que en breve va a arrojar una bomba. Pero, con el aliento de la policía en el cogote, rodeado de espías y confidentes, necesita descansar unas horas si no quiere fracasar en la misión.

Para ello se le ocurre entrar en una casa de lenocinio, alquilar los servicios de una de las chicas y utilizar la cama de forma poco convencional: para dormir.

Su desventura llega cuando elije a alguien con un carácter y unas reacciones peculiares, que busca a un «hombre bueno» como meta vital.

¿Será él el esperado, con su revólver en el bolsillo y que nunca ha catado labios de mujer? ¿Qué efectos tendrá en ambos ese encuentro?

Mordaz y desesperanzado, Las tinieblas entra sin problemas en la categoría de recomendable.


lunes, 21 de septiembre de 2009

Eternidad

Barcos sobre un horizonte gris acerado.

Mis ojos siguieron a un pequeño barco que se alejaba de la costa. El cielo era de acero, con jirones de luz intentando romper su cerco, casi exangües.

A cada empuje de las olas, a cada golpe de respiración de la marea, las aguas componían su mensaje sonoro, siempre el mismo, siempre diferente.

Notas primigenias, acordes como aquellos que duermen ocultos dentro de nosotros, procedentes de lo que no es memoria, de lo que en algún momento no fue aún conciencia de existir, pero tampoco la nada.

Como la música que debimos de escuchar antes de nacer y quizá volveremos a hacerlo en nuestro viaje de retorno.

Latidos de eternidad...

jueves, 17 de septiembre de 2009

¡Piratas!

Barco pirata preparándose para el abordaje.

Al amparo de la sorpresa, el Zephyr se aproximó por la popa del buque anclado. Ni un centinela sobre las vergas, qué imprudentes. Quizá dormitaran en el sollado, reponiéndose de la mar gruesa sufrida la noche anterior.

Nosotros, sin embargo, teníamos los ojos bien abiertos ante el apetitoso botín. Agarrados a las jarcias, nos girábamos de hito en hito hacia el capitán, que manejaba con pericia el timón.

Me adelanté hasta el bauprés, donde la bandera del cráneo y las tibias mostraba claramente nuestras intenciones. Me humedecí los labios. Sabían a salitre y ansiedad.

El viento nos impulsaba con fuerza, tanto que, a una orden del segundo, media docena de brazos se dispusieron a recoger trapo. No deseábamos encallar en algún bajío o arriesgarnos a colisionar contra el casco cada vez más cercano.

Un navío francés: los colores de Saint-Malo ondeaban en lo alto de su mástil. Hasta el graznar de las gaviotas se asemejaba ya al tintineante sonido de sus luises de oro. Faltaban solo unos segundos para poder disparar, solo unos segundos... Ahora, ahora, ¡AHORA!

El cabeceo del bergantín hacía difícil encuadrar con pulso firme, pero confié en mi buena estrella cuando apreté el botón. El obturador de la cámara se abrió y cerró con un chasquido.

Esa noche me acosté en la estrecha litera, abrí el ojo de buey y dejé que la voz de la brisa me cantara. Debía estar descansado para nuevas correrías.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La mujer de la arena

Clave de lectura: Los destinos de un hombre y una mujer, unidos para que retroceda la arena.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: La mujer de la arena, de Toru Takemitsu ♪♪♪
Portada del libro La mujer de la arena, de Kôbô Abe.

El argumento de esta novela del japonés Kôbô Abe es originalísimo.

Un profesor de escuela, aficionado a la entomología, va en busca de nuevos insectos. Al llegar a un pueblo de pescadores, estos le convencen para pernoctar en casa de una joven viuda, situada en una depresión del terreno entre las dunas.

Al amanecer, cuando desea marcharse, ve con sorpresa que la única manera de hacerlo es con escalas de cuerda lanzadas desde el exterior, pero ni los vecinos ni la anfitriona están dispuestos a ayudarle.

Es necesario que alguien trabaje junto a ella para mantener a raya a la arena, cavando sin descanso, jornada tras jornada, si quieren que el pueblo no desaparezca tragado por su avance.

Es necesario que haya un hombre para La mujer de la arena.

El profesor no encuentra sentido a lo que le ocurre. Él no desea quedarse ahí prisionero, tiene su vida en la ciudad, su trabajo, su familia…

Por otro lado, no puede evitar la progresiva atracción por su nueva compañera, y el calor que señorea el lugar, así como el fino polvillo que se pega continuamente a sus cuerpos, contribuyen a perturbar cada vez más sus sentidos.

¿Se rebelará? ¿Intentará escapar como sea? ¿Sucumbirá a la situación?

Gran obra, sin duda, de las que se recuerdan, de las que gusta regalar, con una poderosa carga simbólica a la vez que un hermoso y sensual lenguaje.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fraternidad

Frescos del palacio de Versalles.

En los servicios de caballeros se dan a veces situaciones de las que tampoco desvelaré demasiado, por no traicionar en público los misterios propios de mi sexo. En todo caso, una de las características de estos espacios es el imperio de la democracia.

Todos puestos en fila, de cara a la pared, sin favoritismos, con igualdad absoluta inter pares. Se espera por exquisito orden de llegada, se saluda a los compañeros de derecha e izquierda con versallesca cortesía y se fija la mirada en un punto indefinido que nos empuje a la meditación, al desprendimiento de lo superfluo, al nirvana.

Porque, despojados temporalmente de galones, del estatus social, de las diferentes vías del tren por las que se conducen nuestras vidas, ¿qué nos queda en ese preciso momento? En los servicios, ¿no estamos hechos de la misma pasta?

Altos o bajos, gordos o delgados, triunfadores o escritores de blog, ¿no buscamos básicamente igual meta, descubrir nuestro lugar en el ignoto plan de la existencia? Es entonces cuando desearíamos abrazar a nuestros hermanos, fundirnos en un canto general, hacernos uno con el universo...

Por desgracia, a los pocos segundos creemos tener algo importante entre manos, dejamos pasar la oportunidad y caemos de nuevo en lo material. El ruido huracanado del secador que se ancla en la pared termina de borrar aquellas buenas vibraciones.

domingo, 30 de agosto de 2009

Los orígenes

Estatua de don Pelayo en Covadonga.

Se me ocurre que no conozco las crónicas familiares más allá de los abuelos. ¿De donde vendrá la prosapia de mi linaje, la hidalguía de mi estirpe, la nobleza de mi sangre? ¿O no tengo de eso?

Nada, nada, no me puedo quedar con la duda. Voy a ver qué encuentro en Internet sobre mis apellidos.

Veamos: aquí leo que el primero es de etimología prerromana, toma ya. Y sus primeras referencias modernas surgen en la Navarra de los siglos VIII-IX, de donde pasó a Asturias, León y Castilla antes de desparramarse por todo el orbe.

Pues me imagino a mi ancestro como un tipo con barba y bigotones, escaso conocimiento de los baños, polainas de piel de lobo y espadón en ristre. Le tiene el ojo echado a mi tataratataratatarabuela, una tal Cunigunda...

Para el segundo, el heredado por vía materna, hay discusión sobre si es de origen catalán o gallego. Pero vamos, lo importante es la cota de armas con azur, sable y gules, que nadie piense que acabamos de bajarnos del árbol.

Quien defiende la primera propuesta, la catalanidad, indica que uno de sus miembros recibió el título de ciudadano honrado en Gerona.

Ese debía de ser el de los míos, ese. Aunque a poco que su época se pareciera a la nuestra, darle tal premio debía de ser como motejarle de tonto del pueblo.

El tercero es interesantísimo. ¿Pues no dice, de acuerdo con ciertas versiones, que desciende de la realeza? De Alfonso IX de León, sin ir más lejos.

Parece que no se llevaba bien con su primo, el rey de Castilla, y por eso no compareció en las Navas de Tolosa. Sin embargo, reconquistó Extremadura él solito (bueno, en realidad iba detrás de la hueste, que las armaduras pesan de lo lindo y cuesta correr con ellas).

¿Será verdad que es antepasado mío? Estoy pensando en reclamar mis legítimos derechos, qué caramba.

Por fin, el cuarto apellido es asturiano por arriba y por abajo, por delante y por detrás. Según un manuscrito, trescientos miembros de la familia estuvieron nada menos que en Covadonga.

Andarían en el pomar recogiendo manzanas y de repente vieron llegar a la morisma, a quienes sus costumbres no les permiten beber sidra ni catar el chorizo de jabalí. De manera que pensaron: hala, a la batalla, que tocaduras de gaita las justas.

Total, que si alguna vez llego a tener descendientes que continuaran la saga, que sepan que tienen que bañarse a menudo, porque ya no son los tiempos en que nació el primer apellido. Que no deben sablear nunca a nadie, para hacer honor al segundo. Que tengan en cuenta la opción de Urraca o Berenguela para nombrar a mi hipotética nieta, recordando al tercero.

Y, por el cuarto, ¡puxa Asturies!

domingo, 23 de agosto de 2009

Jet lag

Luces de ciudad por la noche, con ojos insomnes.

Insomne, contemplo desde mi ventana los puntos de luz.

Quizá haya otros, otros como yo, sujetos con las cadenas de la noche, que intentan cerrar los ojos sin tregua.

Debilitados, consumen sus últimas energías en pensamientos que anhelan no existir, que desearían fundirse con la negrura, la liberación del olvido.

Pero nada ocurre, nada ni nadie viene en nuestra ayuda.

Junto a mí, ellos os velan.

martes, 4 de agosto de 2009

Aviadores

Clave de lectura: Pilotos estadounidenses y Spitfires en acción.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: La Batalla de Inglaterra (Ace High March), de Ron Goodwin ♪♪♪
Portada del libro Aviadores, de Alex Kershaw.

Cuando se sobrevuela Londres, se gana una perspectiva que corrobora con creces la obtenida al caminar por sus calles y avenidas: es una ciudad grandísima, inmensa. Se extiende hasta donde la vista alcanza.

Más o menos, esa debía de ser la misma impresión que se llevara un piloto alemán hace unos setenta años. Y no precisamente de Lufthansa.

Aviadores, de Ian Kershaw, relata la odisea de un puñado de norteamericanos que, contraviniendo las leyes de su país, se alistaron en la RAF en 1940. Caballeros del aire, como indica el subtítulo.

Cada uno tenía un pasado diferente, pero algo fundamental en común: la intuición de lo mucho que se jugaba el mundo.

Por eso consiguieron alcanzar Canadá y de ahí dieron el salto al Viejo Continente, donde se les asignó a una escuadrilla de los míticos Spitfires.

La obra, con muy buen pulso narrativo, utiliza fuentes originales como los recuerdos y testimonios de quienes los conocieron, pues de todos ellos apenas uno alcanzó indemne el final de la guerra.

En tono de admiración, sin por ello perder el rigor histórico, quedan recogidas las biografías de cada piloto y las acciones en las que se vieron envueltos, trazando en conjunto un vívido fresco de ese momento en el que, con las famosas palabras de Churchill, «nunca en la historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto a tan pocos».