Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: El guerrero número 13, de Jerry Goldsmith ♪♪♪
Los vikingos tienen fama de gamberros, es cierto, pero en nuestro idioma no consta su nombre como insulto, al contrario que el de otros grupos como los vándalos o los cafres.
Y eso que desembarcaron varias veces en las costas astures y gallegas. Lo que pasa es que los aborígenes tampoco eran muy finolis en el trato social precisamente y les quemaban los barcos a la menor ocasión.
Así que siguieron travesía por Portugal, haciendo fonda en Lisboa, y no olvidaron remontar el Guadalquivir para visitar Sevilla y olé.
Más tarde volvieron a subir deprisa, que el califa les pisaba los talones con la factura, y rema que te rema llegaron hasta Pamplona, donde capturaron al rey García I Íñiguez, que tuvo que pagar rescate.
Haciendo un inciso, es inverosímil que se inaugurase así la costumbre de correr delante de los astados, ya que los cascos vikingos en realidad no llevaban cuernos.
Los vikingos, de Paddy Griffith, podría ser un buen comienzo para aprender sobre la vida y milagros de estos visitantes boreales. Se trata de un estudio bien documentado sobre las razones por las que se construyó a su alrededor el mito del pillaje que aún hoy perdura.
La verdad se encuentra, como suele ocurrir, en algún punto intermedio. En una época donde el fuego y la espada decidían las relaciones internacionales —¿qué época no ha sido así, por otra parte?—, las correrías en busca de botín terminaron eclipsando otros aspectos como los viajes de exploración transatlántica o el comercio que, gracias a ellos, unió el norte de Europa con la lejana Bizancio. Y aún más allá.
En fin, os dejo, que he puesto hidromiel a fermentar y tengo que ir a echarle un vistazo al barril antes de que llegue cualquier berserker sediento y se lo beba.