Valoración: Maravilloso ✮✮✮✮✮
Música: La Misión (Gabriel's Oboe), de Ennio Morricone ♪♪♪
Desde la primera página, en que una extracción de muelas congrega en un muelle a los escasos habitantes de El Idilio, me siento atrapado por este título.
Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda.
Racimos de banano, costales de café, cerveza, aguardiente Frontera… El río Nangaritza, aventureros, jíbaros, la Amazonía…
Recorro las líneas, descubro el lugar y a los personajes: el inquieto doctor Rubicundo Loachamín, para quien todo lo malo es por definición culpa del Gobierno; el orondo alcalde sin nombre, conocido como la Babosa; el viejo.
El viejo, Antonio José Bolívar Proaño, llegó de joven, atraído por la promesa de tierras a quienes quisieran colonizar ese rincón perdido. Y apenas siguió adelante gracias a que los aborígenes shuar se apiadaron de él y le enseñaron las artes para sobrevivir en la selva.
A su edad, mucho tiempo después, se conforma con su mísera choza de cañas, la hamaca de yute y una mesa alta para leer de pie.
Porque, aunque no sepa escribir, lee. Lentamente, con una lupa, murmurando las palabras.
Novelas de amor. Pasiones, esfuerzos, desencuentros, la perra suerte que quiere separar a los enamorados pero nunca consigue apagar su deseo de estar juntos.
Cuantas más dificultades arrostren, más se le ilumina la mirada. El doctor se las consigue en las dos visitas que hace al año.
Traen a un cazador gringo muerto. El alcalde quiere culpar a los shuar que lo han hallado y devuelto en su canoa.
El viejo demuestra que solo pueden haber sido las garras de una hembra de tigrillo, en venganza porque el gringo acabó con sus cachorros, cuyas pequeñas pieles acribilladas no le hubieran reportado ningún beneficio.
Y ahora que ha probado la carne humana y merodea furiosa a este lado del río…
Ya no digo más. ¡Qué hermoso libro! ¡Qué maravilloso lenguaje! ¡Qué historia!