El mundo de ayer

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Título y autor/a:	El mundo de ayer, de Stefan Zweig.
Clave de lectura:	Retrato de una época que «pudo ser».
Valoración:	✮✮✮✮✮
Comentario personal:	Ojalá millones de personas lo conozcan.
Música:	La mujer sin sombra (Aminta! Du süssester Engel), de Richard Strauss ♪♪♪

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Ojalá millones de personas conozcan El mundo de ayer, aprendan por qué Stefan Zweig lo escribió y se comprometan con el legado humanista que nos regala en sus páginas.

El mundo de ayer es el viaje existencial de su autor, sus memorias, una mirada tan abierta como sensible y apasionada. El retrato de una época que «pudo ser» y que, por el contrario, le condujo a la desesperación del suicidio.

Los recuerdos íntimos, la infancia, la juventud, el aprendizaje sobre sí mismo y lo que le rodea… «Los mejores años de la vida».

Hasta que, llegado un momento, el aire mismo parece detenerse.

Y lo que creía eterno se corrompe. Y las formas de relacionarse se estrechan.

Y se crean bandos. Y es más importante el lugar donde uno ha nacido que su mensaje.

Y los pensamientos se convierten en delirios y las palabras en armas vociferantes.

Zweig pasa del «mundo de la seguridad», la vieja Europa donde escritores, músicos, artistas, habían construido una comunidad de pensamiento internacional ilustrado, al ansia por la destrucción mutua.

De caminar por las calles de cualquier gran ciudad del continente con la misma sensación de confianza, a arrastrarse por las trincheras de la Gran Guerra.

Y quizá habría sido posible la recuperación moral, pero los tiempos venideros aún derribaron los pilares de su pensamiento hasta el polvo. Mejor dicho, el fango.

Un cabo austriaco se hizo con el poder, paso a paso, peldaño a peldaño. Fue aclamado como salvador.

Fue el fin.

Leamos a un hombre hace mucho desaparecido. Mirémosle a los ojos.

Y lloremos con él.

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Viajamos de pie en los pasillos, nerviosos e impacientes, hablando unos con otros. Nadie logró leer o permanecer sentado y quieto, en cada estación nos precipitábamos fuera del tren para recoger más noticias, con la secreta esperanza de que alguna mano decidida contuviera la fatalidad que se había desencadenado.