Título y autor/a: | Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco, de Arthur C. Clarke. |
Clave de lectura: | Asombrosas aventuras de Harry Purvis según… Harry Purvis. |
Valoración: | ✮✮✮✮✩ |
Comentario personal: | Siempre grande, Clarke. |
Música: | Así habló Zaratustra (Introducción), de Richard Strauss ♪♪♪ |
Aunque la obra por la que más se le recuerda pueda ser, obviamente, 2001: Una odisea espacial, Arthur C. Clarke nos legó otras novelas y relatos como mínimo de igual mérito.
Sus bases científicas avanzadas, espíritu descubridor y sagacidad narrativa siguen desafiando al paso del tiempo. Tenemos una muestra en los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco.
Esta colección se compone de quince historias con un par de denominadores comunes. El primero es que alguien las saca a la luz en el local de dicho nombre, la Taberna del Ciervo Blanco, sito en una calleja londinense nada fácil de encontrar.
El segundo es que ese alguien es Harry Purvis, personaje que lo sabe todo sobre todo. Y con aplomo para que cualquiera que ose poner en duda su autoridad quede humillado ipso facto.
Así, los parroquianos le escuchan perorar acerca del Silenciador Fenton, los rifles de rayos empleados en una malhadada producción hollywoodiense, aquella vez en que evitó la evacuación del sur de Inglaterra, los peligros de la melodía ideal, tan pegadiza en la mente…
El Proyecto Clausewitz para desarrollar una computadora militar, la colonia inteligente de termitas del profesor Takato, las aventuras del submarino de recreo Pompano, una orquídea con gustos culinarios «especiales», el origen del iceberg hallado a la altura de Florida, el descubrimiento accidental de la antigravedad…
Hasta que el caso de Ermintrude Inch proporciona ciertos indicios de la situación conyugal de Harry. Y la rubia impresionante que aparece a continuación en busca de un marido que no está dando clases de mecánica cuántica los miércoles por la noche, como le había hecho creer, tiene efectos indeseados en la continuidad de su tradición oratoria.
Siempre grande, Clarke.
Para las primeras doce visitas es imprescindible la ayuda de un guía; después todo consiste en cerrar los ojos y confiar en el propio instinto, y a lo mejor se tiene suerte.
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