Nos aprestamos a largar gavias, zafar cabos y que asomen las bocas de fuego por las portillas. Hay unos tipos que se acercan a todo trapo, ondeando la Union Jack, y no tiene pinta de que quieran echarse unos tragos de grog con nosotros.
El Glorioso, estimados guardiamarinas, navegamos a bordo del Glorioso. Por cortesía de Agustín Pacheco Fernández.
¿Lo he dicho alguna vez? A menudo, los hechos históricos se descontextualizan en el sentido de «lo buenos que eran nuestros antepasados» frente al malvado enemigo de turno. Y la historia no es eso.
No obstante, hay hechos que, se miren por donde se miren, merecen ser pintados con una pátina aventurera. Mítica incluso. Unos cuantos ocurrieron en los océanos.
Preguntas en el Reino Unido y hay una alta probabilidad de que les resulte familiar el Revenge, por ejemplo. O, en los Estados Unidos, la Constitution. Hasta el Vasa, que se hundió a plomo nada más salir del puerto, tiene un museo en Estocolmo.
¿Y el Glorioso? ¿Por qué razón no se le recuerda en la misma medida? Sus travesías parecen una pura película.
Son los tiempos de la guerra del Asiento (la de aquel Jenkins a quien cercenaron la oreja), y nuestro navío transporta un tesoro desde Veracruz hasta el Viejo Continente. Cerca de las Azores se topa con una flotilla británica que se dispone a perseguirlo.
Al día siguiente, como el viento no le permite tomar distancia, el capitán Mesía iza el gallardete, arriba a estribor y comienza el cañoneo. Tras mil y pico fogonazos, El Warwick y el Lark ponen proa en polvorosa. El Montagu, por si acaso, ya lo había hecho antes.
A la altura de Finisterre, más de lo mismo: los vigías avistan al Oxford, el Shoreham y el Falcon, que sobrepasan el curso del Glorioso y viran en pos de su estela.
Maniobra similar que efectúa Mesía, ganando así el barlovento y abriendo fuego por ambas bandas.
Pasadas varias horas, de nuevo la Royal Navy decide que lo deja. El buque español echa el ancla en la ría de Corcubión y desembarca la plata de sus bodegas.
En unos meses, reparado en lo posible de tronchaduras, se hace a la mar con destino El Ferrol. Pero, a resultas del mal tiempo, tiene que cambiar el rumbo a Cádiz.
Junto a San Vicente, el King George y el Prince Frederick se unen a la fiesta. ¿Resultado? El habitual: el Glorioso continúa la singladura dejando a los adversarios como un colador.
Amanece y el resto de la escuadra de su graciosa majestad que surca aquellas aguas se une a la caza. El Dartmouth se acerca el primero con pabellón danés, pero la treta no cuela. La pólvora vuelve a tomar la palabra.
En esta ocasión, el Dartmouth sufre peor suerte que sus predecesores: vuela por los aires y se hunde.
Ya la arboladura anda estropeada, la verdad. Lejos de un fondeadero no resulta sencillo el arreglo. El tres puentes Russell, que entra en escena con un par de fragatas de escolta, va a sacar de ahí ventaja.
Desde las doce y cuarto de la noche del 19 de octubre de 1747, según el cuaderno de bitácora, hasta más allá de las seis de la mañana, no desmaya el combate a la luz de la luna.
Hasta que, agotadas las municiones y cualquier elemento metálico que se pudiera disparar, se acepta la rendición. El casco se subastaría por 12.100 libras en la Lloyd’s Coffee House de Londres y se desconoce su destino.
Me he extendido demasiado en el resumen, sin duda. Pero, ¿no tenía razón? ¿No se asemeja a una película?
Lo que tampoco puedo dejar de mencionar antes del punto final es la labor investigadora de Pacheco, ya que nos ofrece un recorrido por fuentes originales digno de encomio. Desde las vicisitudes de la construcción en el astillero de La Habana, hasta cartas y legajos de archivos que ilustran cada detalle de lo acontecido. Enhorabuena.