miércoles, 28 de enero de 2009

Nosotros

Clave de lectura: ¿Qué valor tiene el individuo en el mundo «igualitario» del Estado Único?
Valoración: Profético ✮✮✮✮✮
Música: Estudio Op.42 nº 5, de Alexandr Scriabin ♪♪♪
Portada del libro Nosotros, de Yevgueni Zamiatin.

D-503, de profesión matemático del Estado Único, vive en la más hermosa de las ciudades, dentro del muro verde.

Dos veces al día, de cuatro a cinco de la tarde y de nueve a diez de la noche, tiene sus horas propias, en las cuales se le permite hacer cualquier cosa diferente a lo que las autoridades hayan planificado para los demás millones de personas. Por ejemplo, escribir un diario.

También en fechas señaladas puede recibir y hacer visitas lúdico-festivas a la señorita O-90 y correr las cortinas de sus grandes ventanales de cristal, expresamente diseñados para que no tenga secretos que ocultar. Previo permiso del administrador de la vivienda y entrega del talón rosa reglamentario, por supuesto.

Hasta que se encuentra con la extravagante I-330 y sus puntos de vista empiezan a torcerse de la norma.

¿Acaso el denostado caos que imperaba antes de la Guerra de los doscientos años no era tan malo? Al fin y al cabo, se conserva el monumento literario de aquella época que todos han leído de niños: la Guía de ferrocarriles.

¿Qué camino seguir entonces, el de la duda personal o el de la felicidad garantizada desde arriba? ¿El del azar o el de las series numéricas perfectas y predecibles?

«Quiero que vean un ejemplo muy curioso de lo que eran capaces de crear entonces. Música de Scriabin, siglo XX. Este cajón negro… —Se abrió un telón en el escenario mostrando un instrumento muy antiguo—. … a este cajón negro lo llamaban entonces “piano de cola”, lo que corrobora una vez más hasta qué punto toda esta música…».
Y luego… no recuerdo nada más, seguramente porque… Lo diré sin ambages… Porque ella, I-330, se acercó al piano. Sin duda me asombró su inesperada aparición en el escenario.
Llevaba un traje fantástico de otra época: un vestido negro, ceñido, que resaltaba los hombros y el pecho descubiertos… Y esta dulce sombra entre…, que levantaba la respiración, y sus dientes resplandecientes, tan blancos…
Nos dirigió una sonrisa que era casi un mordisco. Se sentó y empezó a tocar. Algo salvaje, nervioso, abigarrado como la vida de los hombres de entonces, sin la menor sombra de mecanismo racional. Y, naturalmente, los que me rodeaban tenían razón: todos se echaron a reír. Sólo algunos…, pero ¿por qué yo…, por qué yo también?

Yevgueni Zamiatin escribió Nosotros entre 1919 y 1921, como una premonición. El «yo» no cabe en esta sociedad utópica, todo es «nosotros». Y sus habitantes, excepto algunos inadaptados, parecen sentirse satisfechos. ¿Por qué?

Porque existen la Tabla de las leyes y el Libro de las horas, porque todos se despiertan, trabajan, comen, pasean exactamente al unísono, visten igual, tienen las mismas posesiones y no han de pensar ni preocuparse por nada.

El amado Bienhechor y el Departamento de los guardianes lo hacen en su nombre, velando por la seguridad colectiva.

Pronto, la nave espacial Integral, en cuya construcción colabora D-503, difundirá estas maravillosas verdades por el universo. Si las civilizaciones que encuentren quieren aceptarlas sin discusión, ¡qué fortuna para ellas! En caso contrario... habrá que tomar medidas.


lunes, 19 de enero de 2009

La máscara de hierro

Clave de lectura: ¿Quién era el hombre de la máscara de hierro?
Valoración: Curioso ✮✮✮✩✩
Música: El hombre de la máscara de hierro, de Nick Glennie-Smith ♪♪♪
Portada del libro La máscara de hierro, de Roger Macdonald.

Resulta que los tres mosqueteros vivieron de verdad. Y por supuesto el cuarto, el más importante, D'Artagnan. Y que Alejandro Dumas «sólo» noveló sus aventuras. Es la tesis que sostiene Roger Macdonald en La máscara de hierro.

Así pues, este espadachín, Charles D'Artagnan, habría abandonado su Gascuña natal a los diecisiete años. Adoptó el apellido de su madre y en el camino a París tuvo una discusión con el conde Rosnay, agente del cardenal Richelieu.

Como consecuencia lo apalearon y despojaron de la carta de presentación para un paisano suyo en la capital: el capitán de los mosqueteros Jean-Arnaud du Peyrer de Trois-Villes, pronunciado Tréville.

Luego vino el encuentro fortuito con tres amiguetes: Athos (llamado Armand), Porthos (Isaac de Portau) y Aramis (Henri D'Aramitz), el duelo contra los guardias del cardenal, las intrigas en la corte, el peligroso despecho de Lucy Percy (a quien conocemos actualmente como Lady de Winter), el episodio del collar de diamantes entre la reina Ana y el duque de Buckingham...

Y si el libro se titula La máscara de hierro es por algo: un hombre condenado a llevarla permanentemente, con dos guardias junto a él para matarlo si intentaba huir o quitársela, que pasó a lo largo de los años por las prisiones de Pignerol, Exiles, Sainte-Marguerite y la Bastilla.

La teoría más difundida hace referencia al hermano gemelo de Luis XIV, pero Macdonald expone otras posibilidades, basadas en una compleja trama de conjuras palaciegas, envenenadores, guerras en Flandes, ministros caídos en desgracia, amantes del rey y hasta Molière, malquisto por algunos poderosos.

Únicamente Saint-Mars y La Prade, ni siquiera su otro lugarteniente, podían visitar a solas a los prisioneros, y La Prade tenía prohibido verlos por su cuenta excepto cuando Saint-Mars se hallaba ausente. Tres puertas distintas dificultaban el acceso a los reclusos, que probablemente nunca salieran de la torre romana. A todos los efectos, habían desaparecido de la faz de la tierra. Louvois estaba decidido a impedir que llegara al mundo exterior el más mínimo indicio de cuál era su identidad.

Al final, la clave vuelve a girar alrededor de D'Artagnan, encargado por el monarca de ciertas misiones «por razón de Estado». ¡El hombre de la máscara de hierro resulta ser...!

Nooo, no lo digo, que si alguien quiere leer el libro no es plan de hacerle esa faena. Me recojo y un saludo a vuestras mercedes.


miércoles, 14 de enero de 2009

Aventuras en el Zephyr

El bergantín Zephyr en el puerto de Cherburgo (1)

Voy arrastrando el petate por la rada de Cherburgo. Busco un bergantín para enrolarme.

¿Cómo se me ha ocurrido tal cosa? Ya sabéis, la llama de lo salvaje arde en las venas: vientos salutíferos, crujir de cuadernas, calavera y tibias en el pabellón... Bueno, también por echarles un vistazo a las islas del Canal, que están libres de impuestos.

El capitán del Zephyr, que supervisa el baldeo de cubierta, me ve llegar resoplando. Con su ojo parcheado evalúa mi potencial para izar a pulso la mayor y, a pesar de que lo ve muy negro, empieza a cantar: «Quince hombres sobre el cofre del muerto, jo, jo, jo, la botella de ron...».

La llama arde ahora con más fuerza. Mis piernas se detienen. He de cumplir con mi destino de viajero.

Por supuesto, me aseguro de algunos puntos esenciales: tendré un coy caliente en el sollado, turno de lavado de platos apenas una vez a la semana y patente de corso en las islas, que sí, que vamos a desembarcar en ellas. Pongo entonces la marca en el registro y ¡a bordo! ¡Aventuras, aventuras!

Mis compañeros de tripulación se dividen entre bucaneros frisones y filibusteras alemanas. También hay una pareja de piratillas franceses, pero no se dejan ver demasiado. Se meten en su minúsculo camarote y se dedicarán a estudiar latitudes, o a contar piezas de a ocho, o qué sé yo.

Comienzan las singladuras por el Mar del Norte: Sark, Jersey, Saint-Servant, Saint-Malo, con el espíritu de Surcouf observándonos desde las almenas… Guernsey, Alderney...

Cierto, mi habilidad con las velas resulta limitada. Eso de manejar los foques y el trinquete… ¡Por vida de, cómo pesan!

De manera que me encomiendan ocuparme de un par de cabos, una vez aclarado que los nudos para sujetar el aparejo no se hacen como el lazo de las corbatas. Qué quisquillosos.

Ah, los amaneceres en calas de tonos esmeraldas, el sol acariciando el combés, las zambullidas bajo la quilla, la campana que avisa del rancho, la roda cortando alegre las olas, tensas las jarcias, delfines deslizándose junto a las amuras...

¡Ah, el pedazo de tempestad atlántica que nos pilla atravesados y me hace jurar que nunca volveré a pisar otro cascarón con menos tonelaje que el Queen Mary!

El cielo aúlla, el salitre cubre los labios, la espuma nos ciega. Nos ponemos los salvavidas y nos agrupamos en la toldilla, bien amarrados. El estómago baila una animada giga con el píloro de tamboril.

¿Pero qué aventuras ni qué…? ¿Pero quién me manda…?

Como colofón, tras una noche de averno fondeamos de nuevo, salto a tierra firme y me aferro con uñas y dientes a la primera farola. ¡Qué bonita, mua, mua!

Queda confirmado que soy un marinero de agua dulce y me vuelvo definitivamente a mis zapatos, es decir…

Jo, jo, jo, la botella de ron.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sorpresas de 2008 (Szabó, Runciman, Haushofer, Debney)

Clave de lectura: Un buen año de descubrimientos.
Valoración: Libros recomendados ✮✮✮✮✮
Música: La isla de las cabezas cortadas, de John Debney ♪♪♪
Esta va a ser la última entrada del año, así que quisiera recordar algunas agradables sorpresas que me he llevado en los últimos doce meses y que aún no habían encontrado aquí su sitio. Dando la vuelta al nombre del blog, empecemos por el apartado de las letras.


Portada del libro La balada de Iza, de Magda Szabó.
La balada de Iza, de Magda Szabó. Había leído otra obra suya, La puerta, y me pareció brillante. Pues esta lo es incluso más.

Se trata de una historia acerca de las relaciones entre una madre recién enviudada y su hija, aderezada con la participación del ex-marido, el nuevo pretendiente y constantes flashbacks a la vida del padre.

La caracterización psicológica de los personajes es extraordinaria: qué sienten, qué les motiva, cómo se ven los unos a los otros... Se muestran totalmente reales.

Y de un tema base sólo en apariencia común, Szabó desarrolla una novela que nunca pierde interés (salvo un final demasiado acelerado, si nos empeñamos en ponerle alguna pega). Nueve y medio sobre diez.


Portada del libro La caída de Constantinopla, 1453, de Steven Runciman.
La caída de Constantinopla, 1453, de Steven Runciman. Afirmar, como lo hace en el prólogo el historiador Antony Beevor, que inspiró a Tolkien para escribir El señor de los anillos, ya llama la atención. Un libro considerado de referencia en el género, donde he encontrado mucha amenidad al tiempo que varias curiosidades.

Así, resulta que existió realmente el imperio de Trebisonda (o, lo que es lo mismo, Trapisonda, el terrenito suspirado por Don Quijote como recompensa al iniciar su vida de caballero andante).

También, que entre los contingentes que tomaron parte en la defensa de la ciudad había una guarnición catalana, comandada por Pere Julià. Y que un excéntrico noble castellano, don Francisco de Toledo, quien insistía en ser pariente lejano del emperador, acompañó a Constantino XI Paleólogo hasta el final.


Portada del libro Nosotras matamos a Stella y El quinto año, de Marlen Haushofer.
No nos olvidemos de la austriaca Marlen Haushofer. La descubrí gracias a dos novelas cortas editadas en un único volumen: Nosotras matamos a Stella y El quinto año.

Los conflictos internos de la autora, que en 1943 dejó la universidad para casarse, se ven reflejados en estos relatos. Incómoda con las limitaciones que le imponía su papel de ama de casa, se dedicó a escribir como evasión.

En el primero describe el sufrimiento de una mujer que se siente moralmente culpable, en lugar de víctima, por los engaños de su marido.

En el segundo, por su parte, la protagonista es una niña de cinco años que narra sus vivencias en casa de sus abuelos. Si bien la atmósfera se dibuja con tono más relajado, no deja de estar presente un trasfondo ominoso debido a la desaparición del resto de la familia durante la guerra.


Trasladándonos ahora al mundo de las corcheas, con el número uno indiscutible... La isla de las cabezas cortadas, música de John Debney.

La película me parece entretenida, pero la banda sonora es más que eso, es estupenda. Pasa magistralmente de lo aventurero a lo romántico, de lo épico a lo lírico, de los mares abiertos a las sombrías mazmorras. ¿Cómo pude habérmela perdido hasta ahora?

En fin, nada más. Os deseo un buen año nuevo. Dong, dong, dong, dong...


sábado, 27 de diciembre de 2008

Roma eterna

Clave de lectura: Ucronía de una Roma sin fin.
Valoración: Flojea un poco pero entretiene ✮✮✮✩✩
Música: Quo Vadis (Marcha triunfal), de Miklós Rózsa ♪♪♪
Portada del libro Roma eterna, de Robert Silverberg.

Una ucronía, según la Real Academia, es una reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos pero que habrían podido suceder.

Pues de eso va hoy el asunto, de ucronías. Con vosotros, Robert Silverberg y su Roma eterna.

Moisés fracasa en sacar a los israelitas de Egipto y este pueblo prácticamente desaparece. Por lo tanto, su religión nunca se desarrollará... y tampoco habrá cristianismo.

Bajo esta premisa, la novela consta de diez capítulos independientes, que corresponden a momentos cruciales en el devenir del imperio.

Uno, por ejemplo, relata cómo un ciudadano exiliado a la recóndita Arabia se da cuenta de que un tal Mahmut constituye un potencial peligro si continúa ganando adeptos y decide solucionarlo para recuperar el favor del césar.

En otro se nos narran los intentos de conquista de un lugar llamado México.

El emperador pidió a Druso, de una manera distante y un tanto vaga, que le contara la suerte que había corrido la segunda expedición. Druso respondió con un tono ponderado, desprovisto de emoción. Describió primero la tierra, el clima, el esplendor de la única ciudad maya que habían visto. Después continuó con el relato del desastre: se habían encontrado con graves problemas, dijo él, el calor, las serpientes, los escorpiones y las hormigas mordedoras, las enfermedades, la hostilidad de los indígenas y, sobre todo, una terrible tormenta.

También aparecen los problemas con los bizantinos, cuando el inmenso Estado se parte en dos. O el periodo de terror durante la revolución que debía fundar otra vez la república, tras derrocar al antiguo régimen.

No menos importante resulta, ya avanzados los siglos, la construcción de la nave espacial Éxodo.

Aunque quizá un pelín más floja para lo habitual en otros títulos que he leído del autor, diría que entre aprobado y notable, no cabe duda de que en lo fundamental es entretenida.

Y esto es todo, amigos.


jueves, 18 de diciembre de 2008

El distrito de Sinistra

Clave de lectura: Lo cotidiano y lo absurdo se dan la mano en Sinistra.
Valoración: Una página más, sólo una. Bueno, otra. Y otra... ✮✮✮✮✩
Música: Túrót eszik a cigány, de Zoltán Kodály ♪♪♪
Portada del libro El distrito de Sinistra, de Ádám Bódor.

Hasta que el estrés acabó con el intento, aguanté casi tres años de mi vida estudiando húngaro. Y digo estrés porque no os hacéis una idea de lo difícil que resulta este idioma.

No tiene relación con ningún otro en el mundo, aparte de reminiscencias con el estonio y el finés. Bueno, y con ciertas curiosidades siberianas como el ostiaco, el vogulo y tal.

Incluso existe un dicho: El diablo inventó el húngaro estando borracho y cuando despertó había olvidado las reglas.

Si sumamos todo lo sumable, el húngaro lo hablarán unos trece millones de personas. Pues bien, hoy mencionaré a un escritor de ese espacio cultural: el rumano de Transilvania Ádám Bodor.

En El distrito de Sinistra nos narra la extraña vida de los habitantes de un lugar aislado por inmensos bosques y sujeto al ataque del constipado tungúsico. Allí llega un día el protagonista en busca de su hijo adoptivo, sin saber lo que le espera.

Por lo pronto, las autoridades competentes le asignan un nuevo nombre, Andrei, y los empleos que deberá tener en lo sucesivo: recolector de frutos silvestres, fotógrafo, peón caminero, guardacadáveres...

Podéis imaginaros que su pauta principal es el sentido del humor, muy irónico, característica que se puede encontrar en creadores que han vivido bajo regímenes totalitarios.

Dícese que es buena señal encontrarse con un enano por la mañana. Uno de los días más afortunados de mi vida, aquel en que Elvira Spiridon, la del trasero aterciopelado, se vino a vivir conmigo, me encontré con el enano Gábriel Dunka a primera hora. En Dobrin City, donde por aquel entonces, mal que bien, ambos vivíamos, era uno de los pocos que poseían autorización para guardar tijeras en casa; si podía, iba a verlo cuando necesitaba contarme algo. Como habían expulsado al único barbero, al compañero de Aranka Westin, acudía a casa del enano porque me pelase cuando el pelo me cubría el cuello.

Al no poder expresarse de forma abierta, les gusta jugar con los temas y las palabras, para que el lector adivine por sí mismo el significado cómplice del texto.

En mi apreciación, uno de los típicos libros de «voy a leer un poco más antes de irme a dormir». Y luego te dan las tantas de la madrugada despierto.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

Mundos

Clave de lectura: La belleza nace en nuestro interior.
Valoración: Pura poesía ✮✮✮✮✩
Música: O Paraíso, de Madredeus ♪♪♪
Portada del libro Mundos, de Gertrud Kolmar.

Hoy quisiera recomendar algo de poesía. En concreto, la obra de una autora con destino personal tan trágico como el señalado en la anterior entrada.

Me refiero a Mundos, de Gertrud Kolmar.

Kolmar llevó una existencia discreta (el popular de la familia era su primo, Walter Benjamin). Cuentan que era muy tímida y dedicó su vida a leer, escribir y estudiar idiomas.

Como alemana y judía, sufrió todas las humillaciones posibles durante la época nazi, hasta que en 1943 fue deportada a Auschwitz, donde murió.

Uno de los poemas más bellos de este libro lo dedica a alguien de quien estuvo enamorada: un químico y también poeta, Karl Josef Keller, que leyó en cierta ocasión unos versos suyos y le escribió una carta para conocerla.

Así iniciaron una relación epistolar que desembocó en un encuentro mucho más estrecho. Por desgracia, aunque siguieron viéndose durante años, parece que él no sentía lo mismo por ella, pero no se atrevió a confesárselo hasta el momento de su matrimonio con otra mujer.

Un fragmento de su corazón en Nostalgia:

¡Noches engullidas, anegadas en mares eternos!
Cuando mi mano se acostaba sobre la pelusa de tu pecho
para dormitar,
cuando nuestros alientos fermentaban un vino exquisito, que en
copa de cuarzo rosa ofrecíamos a nuestro dueño, el amor,
cuando en las montañas de las tinieblas nos crecía la drusa y
maduraba, fruto cóncavo de cristal de roca y amatistas
de color lila,
cuando la ternura de nuestros brazos despertaba tulipanes de
fuego y jacintos de un azul de porcelana en tierras onduladas,
lejanas, que se extendían hasta el alba,
cuando, jugando sobre el tallo torcido, el capullo semicerrado de la
amapola, como una serpiente, nos mostraba la lengua
rojo sangre,
los árboles de Oriente del bálsamo y de la canela con su follaje
tembloroso se erguían en torno a nuestro lecho
y los tejedores púrpura trenzaban el aliento de nuestras bocas
formando nidos en el aire...
¿Cuándo volveremos, cuándo, a huir al secreto de los bosques, que,
impenetrables, protegen a la corza y al ciervo del perseguidor?
¿Cuándo volverá, cuándo, mi cuerpo a ser para tus manos
hambrientas, suplicantes, pan blanco, oloroso, volverá
el fruto hendido de mi boca a dulcificar
tus labios sedientos?

Los traductores suelen ser grandes olvidados, pero es de justicia mencionar aquí a Berta Vías Mahou, responsable de esta versión en español con un vuelo lírico tan alto.


sábado, 6 de diciembre de 2008

El cuaderno de Rutka

Clave de lectura: Diario de una víctima del Holocausto.
Valoración: Para ayudarnos a no olvidar ✮✮✮✮✩
Música recomendada: La lista de Schindler, de John Williams ♪♪♪
Portada del libro El diario de Rutka, de Rutka Lashier.

El cuaderno de Rutka es un diario, escrito entre enero y abril de 1943 por Rutka Lashier. Tenía catorce años, era polaca y judía. Fue asesinada en Auschwitz.

Sus páginas, igual que las legadas por Ana Frank, no se pueden leer como literatura al uso.

Quiero decir que no se trata de memorias destinadas en origen a que otros pudiéramos conocerlas, sino de pensamientos íntimos propios de una chiquilla de su edad: deshojar si le gusta o no Janek, aventurar a quién dará su primer beso, describir una tarde pasada en compañía de amigos...

Aunque, tras esa inocente mirada sobre lo cotidiano, se deslizan los demás aspectos de su vida bajo la ocupación nazi. Esos que irán ahogándola, cada vez con mayores signos de vileza hacia ella y su comunidad, hasta sus últimas anotaciones.

Para la mayoría de los habitantes del gueto el invierno significa hambre y miseria. Hay colas por todas partes: colas para conseguir patatas, nabos, carbón, pan. Los niños, vestidos con harapos, tienden las manos hacia los transeúntes con gesto de súplica para pedir limosna. Estas criaturas son el estigma del lúgubre gueto. Los padres han sido deportados y los pequeños han quedado abandonados a su suerte, condenados a vagar por las calles. Los rostros de la gente expresan tristeza y preocupación. De pronto, se oye un grito. Un anciano ha caído al suelo empujado por un oficial de policía y se ha golpeado en la cabeza con la calzada. La nieve blanca se tiñe de rojo púrpura.

Por otro lado, dada la brevedad del texto conservado, me parece un acierto de la edición haber añadido ensayos que explican las circunstancias en que lo redactó su autora, cómo volvió a salir a la luz y una interesante historia de los judíos en Polonia.

Todo se convierte, en fin, en la mayor lección del libro: jamás de nuevo. Jamás el olvido.


martes, 25 de noviembre de 2008

Donde anidan los ángeles

Clave de lectura: Historias de la lucha contra la injusticia.
Valoración: Esperanzador ✮✮✮✮✩
Música: Cita con ángeles, de Silvio Rodríguez ♪♪♪
Portada del libro Donde habitan los ángeles, de Vicente Romero.

El título que he leído esta semana es Donde anidan los ángeles, de Vicente Romero. Y el subtítulo describe con claridad su contenido: Historias de la lucha contra la injusticia.

El autor va desgranando sus viajes a Etiopía, Camboya, Angola, Mozambique, Burundi o Bolivia, para entrevistarse con personas que lideran iniciativas de justicia social.

Compartimos las experiencias de misioneros como Ángel Olaran o Nicolás Castellanos. También las de Somaly Mam, surgidas de la misma esclavitud, o las cárceles de Juan Carlos Quintanilla. Incluso de quienes llevaban anteriormente una vida acomodada, como Maggie Barankitse.

Todos ellos tienen un punto de partida: la comprensión de que «el mal» medra cuando no encuentra adversario, o cuando este es sólo la indiferencia, pero que a través de la solidaridad puede batirse en retirada.

Y hay muchos ejemplos de maldad en estas páginas: niñas violadas por pederastas, niños a quienes unos soldados de pesadilla cortan las manos, niños que son ellos mismos soldados autómatas, niños que topan con minas enterradas hace décadas, niños huérfanos sin esperanza de futuro, niños para quienes derramar accidentalmente el alimento es la mayor tragedia...

Una línea muy delgada por la que transita Romero es el peligro de caer en el sermón, en machacarnos con la idea de lo parásitos que somos unos pocos en el «primer mundo» hacia la mayor parte de población del planeta.

Si se abusa de esta estrategia, puede tener el efecto contrario: el de ponernos a la defensiva con un velo en los ojos. Ninguno nos reconocemos personalmente en el papel de villano.

Dice Jean Ziegler que «la mayoría de nosotros no se atreve a ver el mundo tal cual es. De hacerlo así, nos volveríamos locos». Existe, sin embargo, una inmensa minoría, una pequeña legión de hijos del sistema que, tras haber sido formados como cuadros para servir a las sociedades privilegiadas en el injusto reparto mundial de la riqueza donde nacieron, se obstinan en una difícil rebelión personal fruto de una tan elemental como dura reflexión crítica.

Sin embargo, me parece que sortea bastante bien dicho riesgo.

No se trata de un relato apocalíptico, no es extremista, no pretende imposiciones ideológicas. Solo una narración reflexiva, con tono «serenamente indignado».

En definitiva, lo recomiendo.


domingo, 23 de noviembre de 2008

A la sombra de los bárbaros

Clave de lectura: ¿Distopía o posibilidad real para evitar «ideas peligrosas»?
Valoración: Da que pensar ✮✮✮✮✩
Música: Fahrenheit 451, de Bernard Herrmann ♪♪♪
Portada del libro A la sombra de los bárbaros, de Eduardo Goligorsky.

Este título no es de nueva lectura, lo descubrí hace ya tiempo. Sin embargo, no me resisto a hacer un breve comentario: A la sombra de los bárbaros, del bonaerense Eduardo Goligorsky.

Se trata de un volumen de relatos con un denominador común: se desarrollan en un país del futuro donde el gobierno impone a sus habitantes un férreo aislamiento de todo tipo de influencia exterior. Las fronteras están selladas. El objetivo es mantener unos «sólidos principios morales» en la sociedad.

Las medidas incluyen la separación de sexos hasta los veintitrés años, así como la prohibición del cine, el teatro, la música, los libros, el arte y distracciones similares que, en definitiva, sólo sirven a los jóvenes para desahogar sus instintos libidinosos.

Y, aunque ciertas historias pudieran parecer ingenuas en su argumento y desenlace, un poco en la línea de «esto no podría pasar», he querido traerlas aquí porque nos dan mucho pie a la reflexión. Las apariencias engañan.

¿No ha sido y seguirá siendo el sueño dorado de algunos, en el mundo presente, perseguir y aplastar todo tipo de «ideas peligrosas»? Las que ellos elijan a voluntad, por supuesto. Las que amenacen su poder...

[…] callan que éste es el precio que estamos pagando porque hemos decidido aislarnos de una civilización libertina para salvaguardar nuestro patrimonio espiritual, y que si no tenemos naves espaciales para explorar, como otros países, lejanos planetas donde al fin y al cabo hasta ahora sólo se han encontrado pueblos tan depravados como los que nos rodean, nuestras almas se han proyectado en cambio hacia el cielo de su propia salvación eterna.

Sí, esto podría pasar.