Valoración: Profético ✮✮✮✮✮
Música: Estudio Op.42 nº 5, de Alexandr Scriabin ♪♪♪
D-503, de profesión matemático del Estado Único, vive en la más hermosa de las ciudades, dentro del muro verde.
Dos veces al día, de cuatro a cinco de la tarde y de nueve a diez de la noche, tiene sus horas propias, en las cuales se le permite hacer cualquier cosa diferente a lo que las autoridades hayan planificado para los demás millones de personas. Por ejemplo, escribir un diario.
También en fechas señaladas puede recibir y hacer visitas lúdico-festivas a la señorita O-90 y correr las cortinas de sus grandes ventanales de cristal, expresamente diseñados para que no tenga secretos que ocultar. Previo permiso del administrador de la vivienda y entrega del talón rosa reglamentario, por supuesto.
Hasta que se encuentra con la extravagante I-330 y sus puntos de vista empiezan a torcerse de la norma.
¿Acaso el denostado caos que imperaba antes de la Guerra de los doscientos años no era tan malo? Al fin y al cabo, se conserva el monumento literario de aquella época que todos han leído de niños: la Guía de ferrocarriles.
¿Qué camino seguir entonces, el de la duda personal o el de la felicidad garantizada desde arriba? ¿El del azar o el de las series numéricas perfectas y predecibles?
«Quiero que vean un ejemplo muy curioso de lo que eran capaces de crear entonces. Música de Scriabin, siglo XX. Este cajón negro… —Se abrió un telón en el escenario mostrando un instrumento muy antiguo—. … a este cajón negro lo llamaban entonces “piano de cola”, lo que corrobora una vez más hasta qué punto toda esta música…».
Y luego… no recuerdo nada más, seguramente porque… Lo diré sin ambages… Porque ella, I-330, se acercó al piano. Sin duda me asombró su inesperada aparición en el escenario.
Llevaba un traje fantástico de otra época: un vestido negro, ceñido, que resaltaba los hombros y el pecho descubiertos… Y esta dulce sombra entre…, que levantaba la respiración, y sus dientes resplandecientes, tan blancos…
Nos dirigió una sonrisa que era casi un mordisco. Se sentó y empezó a tocar. Algo salvaje, nervioso, abigarrado como la vida de los hombres de entonces, sin la menor sombra de mecanismo racional. Y, naturalmente, los que me rodeaban tenían razón: todos se echaron a reír. Sólo algunos…, pero ¿por qué yo…, por qué yo también?
Yevgueni Zamiatin escribió Nosotros entre 1919 y 1921, como una premonición. El «yo» no cabe en esta sociedad utópica, todo es «nosotros». Y sus habitantes, excepto algunos inadaptados, parecen sentirse satisfechos. ¿Por qué?
Porque existen la Tabla de las leyes y el Libro de las horas, porque todos se despiertan, trabajan, comen, pasean exactamente al unísono, visten igual, tienen las mismas posesiones y no han de pensar ni preocuparse por nada.
El amado Bienhechor y el Departamento de los guardianes lo hacen en su nombre, velando por la seguridad colectiva.
Pronto, la nave espacial Integral, en cuya construcción colabora D-503, difundirá estas maravillosas verdades por el universo. Si las civilizaciones que encuentren quieren aceptarlas sin discusión, ¡qué fortuna para ellas! En caso contrario... habrá que tomar medidas.