Como pasar del alto bordo a una balandra.
O hallarte cruzado a sotavento mientras un man of war adversario se aproxima erizado de bocas de fuego.
Que no acabas de sentirte a gusto, vaya. Hay algo que te reconcome.
Es el problema de este libro, si lo comparo por su tema náutico con el de la reseña anterior. Y eso que Víctor San Juan tiene una reputación: me vienen a la memoria, por ejemplo, sus trabajos sobre Las Dunas o Trafalgar.
Pero en Extraños sucesos navales tira con más pólvora que bala.
Su objeto, según figura en la portada, es escribir una «crónica de los más sorprendentes misterios marítimos de los siglos XIX, XX y XXI». Así dicho...
Lo que ocurre es que varios de los sucesos zozobran entre lo pasablemente interesante, lo anecdótico, lo regularcillo y hasta lo prescindible sin más. Para que el resto de sus quince capítulos nos despierte un cosquilleo de interés, hay que navegar entre sargazos.
Comienza el texto con el Mary Celeste, avistado intacto y sin tripulantes a la altura de las Azores, y del que volver a hablar resulta cansino por sobreexplotación de teorías.
El abordaje entre los acorazados Victoria y Camperdown, en un ejercicio frente a las costas sirias, tampoco creo que merezca mayor mención. ¿Error de maniobra? ¿Cabezonería del vicealmirante que mandaba la escuadra?
Por el contrario, irrita un pecado que nuestro autor comete en este y otros episodios: el tono. Ay, el tono. Oscilante entre la chanza y el chovinismo.
«Sultanes, jedives, señores de la guerra […] contemplarían ahora a los buques ingleses con la disimulada sorna de ver qué nuevo numerito de circo estarían preparando».
A la flotilla de destructores norteamericana que en 1923 varó en masa en California no le encuentro el anzuelo.
Ni al apartado de monstruos abisales que, representados por el clásico kraken, siguen lanzando los tentáculos aquí y allá.
El gato Oskar, que sobrevivió sucesivamente a los hundimientos del Bismarck, el Cossack y el Ark Royal, resulta… ¿gracioso?
¿La mala educación del Admiral Scheer en la dársena de Ferrol? Bah, a expurgar.
¿Y eso de que quizá la Fuerza Aérea Argentina alcanzó al portaaviones Invincible en las Malvinas, pero el mérito quedó oculto para la posteridad por evitar el desprestigio de la OTAN? Inverosímil.
Etcétera.
Más atrayentes se presentan los avatares del diseño naval en la segunda mitad decimonónica, época de experimentos como los de la flota austriaca acometiendo a las fragatas italianas al espolón en la batalla de Lissa, o el intercambio de cañonazos sin resultado de los blindados Virginia y Monitor.
También se salvan las historias del arma submarina, a veces tan peligrosa para sus tripulantes como para los enemigos, según demuestran el fantasmagórico U31 del káiser en la I Guerra Mundial, el USS Wahoo y el nipón I-52 en el siguiente conflicto, o el sumergible israelí Dakar.
Y el combate y voladura a traición de la Mercedes con su tesoro en 1804, por supuesto, y la aventura contemporánea para recuperarlo tras el expolio de la empresa Odyssey (recuérdese el excelente cómic de Paco Roca al respecto).
En suma, que lo menos bueno lastra demasiado a lo bueno y el conjunto se queda por tanto con nota entre dos aguas. Hala, soltemos amarras.