Otra de mis bandas sonoras favoritas, que acompaña las imágenes de una gran película.
La compuesta por Gabriel Yared para El paciente inglés.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Otra de mis bandas sonoras favoritas, que acompaña las imágenes de una gran película.
La compuesta por Gabriel Yared para El paciente inglés.
Cuando leo las noticias sobre el golpe de Estado en Birmania, con cientos de vidas segadas por las balas, me pregunto si alguna de las víctimas estuvo a unos metros de mí, si me sonrió o me miró con los ojos llenos de asombro cuando alcé mi cámara.
Los porteadores en los muelles de Rangún, las vendedoras de los mercados a la ribera del lago Inle, los monjes mendicantes de Amarapura, las niñas de elaboradas tanakas en sus mejillas, junto al palacio de Mandalay…
Nuestro inmenso, nuestro maravilloso, nuestro desolador mundo.
Michael Alpert es el autor de La Guerra Civil Española en el mar, que hace años me gustó bastante. De manera que ahora me he acercado con optimismo a su último título: La Guerra Civil en el aire.
Mi impresión es otra vez positiva, en términos generales. Se trata de una monografía muy interesante sobre la actividad aérea durante la gran desgracia, con énfasis en la participación de alemanes, italianos y soviéticos.
Detalla por qué los aparatos y sus tripulaciones se erigieron a menudo en protagonistas, con influencia directa sobre el resultado del conflicto.
Los Junker permitieron el transporte de tropas para tomar Sevilla, los Chatos y Moscas aseguraron la defensa de Madrid, los Chirris dominaron los cielos de grandes batallas, los Messerschmitt, Heinkel o Stukas se midieron con los Katiuskas y Natachas…
Desde los días iniciales de la rebelión, con modelos y tácticas heredados de la Primera Guerra Mundial, el uso de esta arma cambió a pasos gigantescos, anticipando lo que en breve se convertiría en la «guerra moderna». Cada bando sacó sus propias conclusiones al respecto.
Su debilidad, y por eso añado la coletilla «en términos generales», es que lo encuentro un poco por debajo de la obra dedicada al mar.
Menos detallado, con repeticiones, obviando ciertos hechos, dejando sin aclarar otros, con un tonillo condescendiente común en algunos hispanistas foráneos… Detalles así.
Entre las virtudes que aprecio en la escritura de David Pérez Vega —novela, poesía, cuentos, blog—, hay una que me resulta particularmente interesante.
Su carácter «inmersivo».
Consigue que el lector se introduzca en sus historias. Que comparta las vivencias de los personajes, sus diálogos, sus pensamientos, sus dudas, sus sueños no alcanzados…
Como si pudiéramos romper la cuarta pared del papel.
En este libro, al trasluz del tono irónico, hay mucho precisamente de sueños que quedan en el camino.
El protagonista, lo que quería en la vida era convertirse en poeta. Que el mundo conociera sus versos, surgidos desde el corazón de Móstoles.
Y acaba como inspector de Hacienda.
Con menos pelo del aconsejable, más dioptrías y escasa capacidad de atraer a las musas de carne y hueso que se van cruzando con él. Ni con metáforas ni con anáforas.
Así que no aguanta más. Necesita desahogarse, confiar a alguien los sinsabores que le han atormentado en el intento de publicar su obra.
Cuando un estudiante de español le contacta en la red, recabando su opinión sobre un poemario propio, por fin cree haber encontrado a la persona adecuada. Aquel que le entenderá como un amigo.
Con la curiosidad de que el confidente se llama Kim Jong-un y reside en Corea del Norte. Es el autor de Mi padre, el amado Líder Supremo.
Premios, becas, suplementos del periódico… Para divertirse y de paso conocer el funcionamiento en la sombra del mundillo cultural patrio, léase sin falta Los insignes.
El hombre y la Tierra…
El concierto para piano, los conciertos para guitarra, Alba de soledades, la música instrumental, las canciones, la preciosa banda sonora de Monsignor Quixote...
El Cuarteto para el nuevo milenio...
(En recuerdo de Antón García Abril).
Joan Chamorro al contrabajo. Andrea Motis, voz.
El título de la canción nos acaricia los oídos: Hallelujah.
Surge de repente por la bocacalle. Su mirada se dirige hacia el suelo.
Rodea su cabeza una correa de cuerda. Arquea su espalda una inmensa cesta.
Llena hasta el borde de piedras.
Nuestro mundo busca la felicidad por vías de lo más insospechadas.
Los automóbiles, los pasteles, la cerveza…
El amor, la playa, los refrescos de cola…
El rock, los cigarrillos, las rubias de falda corta encima de poderosas máquinas…
Su música: muchas veces, una mano en el hombro.
El antídoto para el odio y también para la amargura.
(En recuerdo de Chick Corea).
Resulta difícil enclaustrar detrás de etiquetas y clasificaciones la música de Ara Malikian para su estupendo último álbum, Royal Garage.
Y del todo innecesario.