Vamos a escuchar a los gaditanos de The Electric Alley. Disfruté no hace mucho en directo con ellos y me parecen buenísimos.
Can we have some love between us?
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Vamos a escuchar a los gaditanos de The Electric Alley. Disfruté no hace mucho en directo con ellos y me parecen buenísimos.
Can we have some love between us?
Fue poner la calza en tierra desde el barco que lo traía de Flandes y enfilar para allá, siguiendo la costa. ¿Adónde mejor podía ir?
Lo cuenta en sus escritos el cronista Laurent Vital.
28 de septiembre de 1517, atiendan vuestras mercedes: el emperador durmió en Pimiango. El césar Carlos himself.
En el mejor catre del palacio, según se llega por la carretera, pasando el arco.
Pero por entonces no habría carretera... Pues camino de caballerías.
Y la verdad es que llamarlo palacio, palacio...
Bueno, caserón con contrafuertes. El caso es que se estiró de gustirrinín al despertar y ya está.
Aunque eso Laurent no lo diga.
Hoy es un día de fiesta. Pero no uno en el que quedarnos dormidos.
Porque la Constitución no es solo un texto encuadernado, algo que podamos sacar de un estante durante veinticuatro horas y volverlo a guardar.
Poner un ojo en tal o cual artículo, quejarse de que falta o sobra una coma, para luego olvidarnos del resto.
La Constitución es el alma de la res publica. Su hálito de vida.
El espejo de nuestras virtudes sociales.
Y, cierto, también de nuestros defectos. De lo que quisiéramos ser y quizá aún no acertamos.
En ella nos nombramos ciudadanos, no súbditos de los gobernantes.
Más allá de palabras poéticas, supone una gran diferencia. En derechos y en responsabilidades.
Por eso, este día, como el día de ayer, como el día de mañana, creo que nos merecemos decir bien alto…
¡Viva la Constitución Española!
Definitivamente, antes había más ganadería en Pimiango.
Ahí están los dibujos de la Cueva del Pindal para demostrarlo: ciervos, bisontes, mamuts...
Todo cachopos de buena calidad. Así se extinguieron, claro.
Se los debieron de comer los paisanos.
Corre el año 2381 en la «mónada urbana» número 116, un rascacielos con 881.115 habitantes.
Hace tiempo que los problemas alimentarios terrestres han sido resueltos aprovechando cada centímetro de suelo para el cultivo, de manera que las ciudades se construyen hacia arriba. Y la natalidad se promueve activamente.
El sociólogo Charles Mattern, con la secreta vergüenza de que su mujer Principessa no haya aportado más que cuatro vástagos a ese crecimiento, es el encargado de explicarle las bondades del entorno a Nicanor Gortman, visitante de una colonia de Venus.
Así comienza El mundo interior, de Robert Silverberg.
Las mónadas resultan autosuficientes, ya que toda actividad tras sus muros se basa en el reprocesado de los desechos. Y la gente es feliz porque, como principio básico de convivencia, no existe la intimidad.
En efecto, ¿cuál podía ser la mayor causa de frustraciones en las sociedades del pasado? Envidiar al vecino. Envidiar lo que los otros tuvieran o hicieran, desde los bienes materiales hasta los encuentros tête à tête. Solución: ahora todo es visto y compartido por todos. En el sentido más amplio.
Y aunque también es cierto que algunos inadaptados, los neuros, se niegan a sentirse dichosos bajo las reglas, con tirarlos a las tolvas ya está. Más reciclaje.
Entonces, ¿por qué los acontecimientos parecen abrir fisuras en la perfección del sistema? ¿No habíamos quedado en que los neuros son solo neuros?
Buena novela, sí señor.
Se trata de una novela más allá de calificaciones. Intentar hacer un comentario extenso sobre ella supondría que tengo algo nuevo que decir.
¿Lo tengo de verdad? ¿Puedo aportar cualquier visión diferente a su diáfano mensaje? No lo creo.
Un grupo de alumnos de bachillerato se alistan voluntarios en el ejército alemán, en el apogeo de la Primera Guerra Mundial. Todos, padres, maestros y gobernantes, esperan que lo hagan.
Y en las trincheras comprueban, a costa de su sangre, que esos padres, maestros y gobernantes, cuando les inculcaron los valores por los que debían regirse en la vida, habían olvidado el más importante de todos: la humanidad.
Una obra que sigue siendo necesaria, de fondo de biblioteca sí o sí. Un monumento literario para acompañarnos siempre, porque siempre se desea volver a leer.
Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.
Se acercan con brillo en los ojos, tras las huellas del camino. Traen consigo esperanza.
Más allá del bosque y el puente sobre el regato, encuentran las antiguas piedras.
Sienten las energías místicas. Piden. Con todo su fervor, piden.
Escriben el deseo. Y entonces...
Bueno, la mística será la mística. Hasta ahí, de acuerdo.
Pero es que algunos piden cosas muy difíciles, caramba.
Retomemos un poco la senda del buen humor, tan ausente contra su voluntad en algunas de las últimas entradas. Todo empieza hoy en una fiesta de la embajada de Pontevedro en París.
Donde Camille de Rosillon le echa los tejos a Valencienne, ya que al marido de esta, el barón Mirko Zeta, lo único que le importa es que la viuda Hanna Glawari no se vuelva a casar con un extranjero, para que el reino no pierda los cincuenta millones de francos de la herencia.
Así que envía a su secretario Njegus a llamar al conde Danilo Danilowitsch, el amor de juventud de la potentada.
Pero Danilo, aunque la llama sigue ardiendo entre ellos, no quiere casarse con Hanna para que no parezca que persigue sólo su fortuna, y se pone a buscar candidatos alternativos. Por la fiesta pululan Raoul de Saint-Brioche, el vizconde Cascada...
Luego salen las bailarinas del Maxim: Lolo, Dodo, Joujou, Cloclo, Margot y Froufrou. Corre el champán, no queda muy claro si Hanna se va a liar con Danilo, con Camille, con el mismo barón Zeta, Pontevedro está a un paso de la quiebra...
Y así nos divertimos un rato escuchando La viuda alegre, del austrohúngaro Franz Lehár.
¿Por qué no relajarse un fin de semana en los conciertos de los Días nórdicos? Falta nos hace.
El de Kajsa Vala estuvo muy bien, por ejemplo. Y también el de Castlewoods, un dúo de Gotemburgo.
Oye, si hasta creo que en el vídeo salgo yo de espaldas…