lunes, 28 de abril de 2025

Apagón

Instalación eléctrica.

La pantalla del ordenador se funde a negro. La red no funciona.

El teléfono busca cobertura igual que Diógenes con su luz un hombre honesto: sin resultado.

La música enmudece. El café ha quedado frío. Salgo a la puerta guiñando la mirada.

No sé qué espero ver, auroras meridionales o enjambres de drones en lo alto.

Me pregunto si mañana el cielo de abril seguirá siendo tan hermoso.


viernes, 25 de abril de 2025

Algunas cosas cartesianas

Mecanismo de ruedas.

Resumiéndolo mucho, Descartes proponía que de A pasemos a B, de B a C y de C a D. Análisis y síntesis.

A veces se dan saltos, asumiendo riesgos lógicos, como de A a D.

Pero otras veces ocurre que desde A alcanzamos Å, Ω, ∞…

Por no sé qué ruedas y procesos mentales, aunque sí reconozco las demandas físicas, me levanto de la silla a poner una cafetera.

Al girarme, quedo enfrente de la fonoteca. En concreto, compositores centroeuropeos de finales del XIX: Bruckner, Goldmark, Kálman, Lehár, Wolf, Mahler…

Por no sé qué procesos mentales de nuevo, me fijo en una grabación de Eva, la opereta de Franz Lehár, cantada ¡en español!

Mientras la cafetera trabaja en mi necesidad, miro en Internet los avatares de esta partitura y encuentro que la versión hispanizada se estrenó en el Teatro de la Zarzuela en 1913. Su adaptador fue Atanasio Melantuche.

Pincho en el enlace sobre su nombre para informarme de que trabajó como autor dramático y redactor, y su hijastro se llamaba Javier Bueno.

(En la misma página del obituario, en el diario La Época de 18 de julio de 1927, leo sobre la victoria del Real Madrid ante Boca Juniors por dos «goals» a uno aunque, al día siguiente, agotados, les colara cuatro una selección rosarina).

Perdón, que me distraigo. Voy a la página de Javier Bueno en la Wikipedia y repaso su biografía, desde el nacimiento como hijo de la actriz Soledad Bueno y el periodista José Nakens, hasta la sentencia a ser ejecutado en juicio sumarísimo. Septiembre de 1939…

Juicio viene del latín iudicium, compuesto de ius —de donde se deriva iustus, «justo»—, y dicare —«mostrar», «exponer»—. Las balas tenían prisa sumarísima por mostrarse en 1939.

José Nakens también resulta ser parte de la historia (de la prensa y de la grande), debido a su condena por encubridor de Mateo Morral, el anarquista que intentó asesinar a Alfonso XIII. Además de por las cuarenta y siete excomuniones obispales que, según la fuente, se arrojaron sobre los colaboradores de su periódico. ¡Menudo récord!

Por otro lado, aparece documentada la estima que le tenían el médico Gregorio Marañón, el de la parada de metro capitalino (líneas 7 y 10: si vais al Museo Sorolla o al Lázaro Galdiano es la vuestra), o el alcalde José Francos Rodríguez, el de la calle donde salesianos y transeúntes disfrutan de esa cúpula neobizantina tan chula.

En fin, volviendo al austrohúngaro Lehár, por poner algún coto al ∞, escuchemos un aria de Eva: Wär’ es auch nichts als ein Augenblick, en la voz de Joan Sutherland.

El café llena la taza. Calentito y cartesiano.


lunes, 21 de abril de 2025

Meditaciones de un impío

Portada del libro Meditaciones de un impío, del Solitario de Tiñana

Título y autor/a:Meditaciones de un impío, del Solitario de Tiñana.
Clave de lectura:¿Por qué, si el Creador exige fe, nos concede entendimiento?
Valoración:✮✮✮✩✩
Comentario personal:Hay libros cuya mera existencia resulta tan sorprendente...
Música:You Want It Darker, de Leonard Cohen ♪♪♪

Dios es el personaje principal. Y el Solitario de Tiñana quien, sin poder creer en Él —porque la razón que ha insuflado en su criatura, imagen y semejanza, le previene—, no deja de buscarlo.

De intentar entenderlo.

De preguntarle por qué, por qué, por qué.

Si hacemos una búsqueda biográfica del Solitario, difícil será encontrar más referencia que un nombre «real»: Rodrigo Uría y Uría, nacido en Oviedo hacia 1870, que «viajó por el extranjero y por España» y escribió principalmente colaboraciones periodísticas.

A través de las Meditaciones de un impío, dadas a la imprenta en 1918 y disponibles en edición facsímil, le acompañamos en largos paseos en los que todo lo inculcado como base del orden social (un padre en lo alto, unos hermanos mayores que transmiten sus palabras, unos hijos humildes ante los designios) se manifiesta como duda crítica, jamás certeza.

¿Libre albedrío? ¿En serio? ¿La fata morgana que nos salva y nos condena por igual?

¿Libre albedrío en esos ojos negros con los que se cruza, dentro de los que quisiera sumergirse y que, sin embargo, han de obedecer las instrucciones de su confesor?

No, el Solitario no lo acepta. La humildad, el miedo, la obediencia a «su voluntad», atentan contra la luz.

El Dios de la ira. El Dios de la gracia. El Dios de la misericordia. El Dios de la venganza. El Dios mutable. El Dios pequeño.

La Iglesia, avisada del desvarío, le advierte de las consecuencias. Si persevera, la justa ira de la fe habrá de apartarle como a un miembro gangrenado.

¿Justicia? ¿A eso llaman justicia?

Cada día, incluso en forma de sueño, le acerca más al momento en que sea Él mismo quien le juzgue. Ninguno de sus acólitos.

Y quien pronuncie palabras de condena o absolución.

Hay libros cuya mera existencia, más allá del azar al descubrirlos, resulta tan sorprendente…


La juventud es un peligro, la belleza es un peligro, la ocasión es un peligro, el amor es un peligro; el que ama el peligro en él perece. Huye, pues, del amor, de los placeres, de las alegrías, del mundo, en fin, y allá, en las sombras, imponte ayunos, aplícate cilicios, macera el hermoso cuerpo hasta manchar su nieve, rasga el suavísimo cutis hasta teñir su raso.

viernes, 18 de abril de 2025

Tienen que enseñarte

Puente de candados.

Es fama que los productores intentaron expurgar la escena, que hubo condenas de políticos, que todo el musical estuvo en riesgo de prohibirse, pero Richard Rodgers y Oscar Hammerstein, compositor y letrista, no dieron su brazo a torcer.

En South Pacific, que ya comenté una vez, el personaje del teniente Cable hace una breve reflexión: You’ve got to be carefully taught.

Tienen que enseñarte a odiar y a temer, tienen que enseñarte año tras año. Tienen que insistir, taladrando tus pequeños oídos, tienen que enseñarte sin descanso.

Tienen que enseñarte a desconfiar de personas cuyos ojos tengan una forma extraña, de personas cuya piel tenga diferente tono, tienen que enseñarte sin descanso.

Tienen que enseñarte antes de que sea tarde, antes de que cumplas seis, siete, ocho, a odiar a aquellos a quienes los tuyos odian, ¡tienen que enseñarte sin descanso, tienen que enseñarte sin descanso!

Cable se había enamorado de Liat, recordemos, una mujer de piel más oscura. Y la enfermera Nellie acababa de rechazar a Emile por ser padre de dos hijos con rasgos polinesios.

¿Es cierto, una ley natural, como les enseñaron a ambos desde niños, que las «razas» no deben mezclarse?

¿Que a ese lado están los «ellos» y a este los «nosotros»?

El teniente lo niega: no tiene nada que ver con la naturaleza. Es una labor de mucho tiempo la de «educarnos» para, no ya pensar, sino sentir de esa manera.

Sentir, porque el odio es una enseñanza que se introduce subrepticiamente en lo más hondo del espíritu.

Aun así, él no conseguirá superar los prejuicios. Morirá como un héroe durante su incursión en una base japonesa. Un héroe derrotado.

¿Los malditos «ellos» y «nosotros» conseguirán siempre su propósito?


lunes, 14 de abril de 2025

Diario de Job

Portada del libro Diario de Job, de Fernando Savater

Título y autor/a:Diario de Job, de Fernando Savater.
Clave de lectura:En su apartado cráter, rodeado de desechos, Job reflexiona.
Valoración:✮✮✩✩✩
Comentario personal:Quizá autobiográfico, más bien hermético y difícil de apreciar.
Música:Miniatur (einer Seelenreise), de Markus Stockhausen ♪♪♪

Mi respeto por la figura y la obra de Fernando Savater no va a resentirse tras leer el Diario de Job. Ahora bien, en su faceta de novelista me resulta hermético, farragoso incluso. Al menos, en comparación con ensayos o artículos de prensa.

Job se ha retirado al interior de un cráter, donde basuras y restos de todo tipo evidencian la existencia de una sociedad «civilizada».

Su piel leprosa aconseja la cuarentena, aunque no por ello deja de recibir visitas de antiguos amigos. De su mujer. De sueños de hijas. De desconocidos.

Mientras, criaturas que cree identificar como trilobites se desarrollan en las putrefactas aguas del fondo. ¿Solo ellas? ¿No existen otros monstruos? ¿El Ogro?

Se aproxima lo que todos llevan largo tiempo esperando: la Invasión.

Elifaz desciende en su helicóptero. Está cerca del Cosmócrator, a la diestra del poder. ¿Por qué Job no recapacita y vuelve a unirse a ellos? ¿No lucharon acaso juntos para derrocar al antiguo tirano?

Bildad aparece inadvertido. Tan agudo y hedonista… El Hotel debería ser donde Job viviera, junto a los suyos, bebiendo un buen trago, acariciando un pecho hermoso, leyendo a un viejo poeta… Dedicado a la vida buena bajo el sol.

La esposa le zahiere: ¿por qué no acaba de una vez? Se comporta como un egoísta, prefiere mantenerse aparte, dedicado a rumiar sus ocurrencias y «caprichos rituales». Si fuera un genio no tendría que esconderse. Tan feo, tan anormal…

Sofar, exaltado, voz de líder tras su pipa, también le reconviene. Al poder hay que destruirlo porque es el poder, no importa ninguna otra razón, ni la tiranía ni la supuesta tolerancia que ejerza. Recurriendo al terror aunque de ello resulte destruirse también a uno mismo.

Paloma, Acacia y Azabache no llegan a materializarse, pero sus tentaciones tampoco le abandonan en los momentos de fiebre.

Elihú, que posa cerca de su refugio, le pregunta «cómo se lo monta». Le son ajenos el Cosmócrator, los libros, las luchas, las invasiones… ¡Mientras la fiesta no se apague en el Jardín!

Por cierto, ¿son guapos los invasores? ¿Y en qué partido milita Job?

Tras escuchar las acusaciones, tras justificarse cuando le es posible o agachar la tumorosa cabeza, el rumor de cadenas de carros, los destellos, los avisos radiofónicos para cumplir con el deber, confirman que la Invasión ha comenzado.

Es difícil encontrar un puntal alrededor del que tejer la comprensión de todos estos personajes. De lo que simbolizan. De lo que los une y los ahuyenta.

Cuando creemos haberlo conseguido, surgen nuevas neblinas. Detalles que Savater sugiere, nunca explicita (él mismo asumiría el rol de Job, cargándose con «culpas» apenas interrumpidas por flashes de alegría en la niñez).

Incluso el cráter puede interpretarse como epígono de una sociedad de consumo suicida, al tiempo que barro del que resurge la vida.

Por ello, no os echéis este libro al bolsillo un día de prisas. Deteneos. Reposad. Dirigid la mirada más allá de sus líneas. Entreved los fantasmas que atormentan al escritor.

No lo aseguro, pero solo así estaréis en vías de apreciarlo.


Soy del partido de los que creen en la maldad de los ricos, pero sin estar convencido de la bondad de los pobres. Del partido de los que saben que hasta el mejor de los órdenes acaba por pagarse antes o después. Del partido de los que ni recuerdan ni esperan, pero custodian dos o tres principios.

viernes, 11 de abril de 2025

Una leyenda

Iglesia fortificada de Prejmer.

Hace algún tiempo escuché una leyenda. Fue en… ¿Prejmer? Sí, creo que fue en Prejmer.

Vlad, príncipe de Valaquia, señoreaba sus tierras con punta de madera. No puño de hierro, ya que habría gastado una fortuna en forrar los postes que introducía por salva sea la parte a sus enemigos, para volverlos a sacar por la boca y dejarlos así bien tiesos.

Vlad III Draculea. O Vlad III Tepes, el Empalador.

El miedo, mudo, gritaba desde la sombra de cada valaco. Pero…

Sobre el brocal de un pozo, a orillas del camino más transitado, este gobernante dejó una copa de metal amarillo para que los viajeros pudieran beber. ¿Cómo? —pensaréis agrandando los ojos—. ¿Amarillo? ¿Oro de ley?

Exacto, oro de ley. No existía peligro de que lo robaran, pues cualquier delito era castigado ipso facto por la vía del palitroque.

Hasta que, cierto día, una viejecita se acercó sedienta al pozo y la copa había desaparecido. Incrédula, se persignó: ¿qué iba a ser ahora de las buenas gentes?

Porque era la mejor prueba de que Vlad había dejado de existir.

Se acabó el miedo… y empezó el miedo. Los senderos estaban llenos de peligros. Todos miraban a todos con filo agudo en los ojos.

¡Que viene la derecha! ¡Que amenaza la izquierda! ¡Que nos quitan la sanidad y las pensiones! ¡Que nos invaden inmigrantes criminales!

¡Vladistas! ¡Corruptos! ¡Vampiros! ¡Valaquia primero!

Miedo, miedo, miedo… No ha desaparecido desde entonces.

Aunque solo sea una leyenda.

Y qué bonita es la iglesia fortificada de Prejmer.


lunes, 7 de abril de 2025

Safo

Portada del libro Safo, de Alphonse Daudet

Título y autor/a:Safo, de Alphonse Daudet.
Clave de lectura:Una mujer se aferra a un hombre como única meta.
Valoración:✮✮✮✮✮
Comentario personal:Gran ejemplo de la «gran locura humana».
Música:Carmen (Habanera), de Georges Bizet ♪♪♪

Los últimos libros leídos de la época me habían dejado un gusto agridulce, tirando hacia lo agrio. Siempre con un nombre propio en la portada: Spirite, Eugenia Grandet, Effi Briest...

Ah, pero por fin surge uno que expía el tedio y me reconcilia con la novelística del grand siècle. Y también luce un nombre: Safo. Su autor es Alphonse Daudet.

Me permito alabar de inicio muchas de sus características: el planteamiento tan moderno, la fuerza de los personajes, la arquitectura de los ambientes, la impagable crónica social, esa especie de magnetismo para que una página, y otra, y la siguiente, se deslicen ágilmente entre los dedos…

Safo es Fanny Legrand, una mujer que asiste a cierto baile de máscaras en la residencia parisina del mecenas Déchelette.

La misma fiesta en la que se encuentra Jean Gaussin, jovencísimo heredero de una familia de provincias venida a menos. Prepara los exámenes de ingreso al servicio consular.

Otra de las invitadas le envía señas inequívocas para pasar el resto de la noche juntos. Y es atractiva, da un paso en esa dirección.

Safo se cruza de repente. No vayas, le dice.

No sabe de quién se trata, apenas ha conversado unas palabras distraídas con ella. Pero el nudo que los va a unir está casi cerrado.

¿No es costumbre de caballeros, en la buena sociedad, tener una amante? Y dejarla cuando se cansan.

Cien veces intentará Jean ese abandono, como todos le aconsejan.

Cuando descubra su verdadera edad (si Caoudal la esculpió en el 53, ella tenía entonces diecisiete, y ahora corre el año 73…). Cuando conozca, por boca de antiguos «protectores», su éxito como cortesana. Cuando lea las cartas de admiración que guarda en su cofrecillo.

Cuando sepa de Flamant, el hombre encarcelado por su causa.

Y cien veces le será imposible. Fanny, Safo, le ha elegido. Le amará sin medida, se sacrificará, se ofrecerá a él a cualquier precio. Solo le pide permanecer un poco más a su lado. Solo un poco más.

Hasta que anuncie su boda con Irene, que «tiene cara de buena». En ese momento…

«Todos los hombres encontrarán un trozo de su propia existencia», manifiesta Daudet sobre la obra. Los protagonistas son tanto esclavos como timoneles de su destino.

Hoy diríamos que Fanny «acosa» a Jean, que se aprovecha de su inexperiencia, de su carácter irresoluto, para vivir la vida que desea, no la que esa buena sociedad a la que hacía alusión le tiene reservada.

Y probablemente nos equivocaríamos.

No hay violencia en un sentido físico, tampoco exigencias respaldadas por amenazas. Aunque las palabras puedan apretar como sogas.

En cualquier caso, las pasiones, la «gran locura humana» que se desborda en este libro, si me empeñara en reducir su contenido a una sola frase, representan un gran ejemplo literario del XIX, del XX, del XXI y (si el mundo consigue continuar indemne), de todo futuro imaginable.

Un ejemplo sobresaliente.


¿Crees tú que se encuentra dos veces eso de ser amado como yo te amo…? Tienes tiempo para casarte: ¡eres tan joven…! Yo, muy pronto, estaré consumida… No podré más, y entonces nos separaríamos mutuamente.

viernes, 4 de abril de 2025

Agua

Gotas de agua sobre una hoja.

Dicen que llegó en cometas y nos concedió algo nuevo: la vida.

Agua, eso somos. La misma materia que gotas de agua.

Escribimos senderos sobre el haz de una hoja.

Huellas que nos unen y luego nos separan, expectantes, confusos.

A veces convertidos en hielo, frágil a los golpes.

Otras, evaporados por llamas que debemos atravesar.

Al final suplicamos rendición y eso es todo.

Gotas de agua en las que nadie se fija. De las que nadie bebe. A las que nadie da importancia.

El universo donde alguna vez nacimos hace mucho que nos olvidó.