Título y autor/a: | Meditaciones de un impío, del Solitario de Tiñana. |
Clave de lectura: | ¿Por qué, si el Creador exige fe, nos concede entendimiento? |
Valoración: | ✮✮✮✩✩ |
Comentario personal: | Hay libros cuya mera existencia resulta tan sorprendente... |
Música: | You Want It Darker, de Leonard Cohen ♪♪♪ |
Dios es el personaje principal. Y el Solitario de Tiñana quien, sin poder creer en Él —porque la razón que ha insuflado en su criatura, imagen y semejanza, le previene—, no deja de buscarlo.
De intentar entenderlo.
De preguntarle por qué, por qué, por qué.
Si hacemos una búsqueda biográfica del Solitario, difícil será encontrar más referencia que un nombre «real»: Rodrigo Uría y Uría, nacido en Oviedo hacia 1870, que «viajó por el extranjero y por España» y escribió principalmente colaboraciones periodísticas.
A través de las Meditaciones de un impío, dadas a la imprenta en 1918 y disponibles en edición facsímil, le acompañamos en largos paseos en los que todo lo inculcado como base del orden social (un padre en lo alto, unos hermanos mayores que transmiten sus palabras, unos hijos humildes ante los designios) se manifiesta como duda crítica, jamás certeza.
¿Libre albedrío? ¿En serio? ¿La fata morgana que nos salva y nos condena por igual?
¿Libre albedrío en esos ojos negros con los que se cruza, dentro de los que quisiera sumergirse y que, sin embargo, han de obedecer las instrucciones de su confesor?
No, el Solitario no lo acepta. La humildad, el miedo, la obediencia a «su voluntad», atentan contra la luz.
El Dios de la ira. El Dios de la gracia. El Dios de la misericordia. El Dios de la venganza. El Dios mutable. El Dios pequeño.
La Iglesia, avisada del desvarío, le advierte de las consecuencias. Si persevera, la justa ira de la fe habrá de apartarle como a un miembro gangrenado.
¿Justicia? ¿A eso llaman justicia?
Cada día, incluso en forma de sueño, le acerca más al momento en que sea Él mismo quien le juzgue. Ninguno de sus acólitos.
Y quien pronuncie palabras de condena o absolución.
Hay libros cuya mera existencia, más allá del azar al descubrirlos, resulta tan sorprendente…
La juventud es un peligro, la belleza es un peligro, la ocasión es un peligro, el amor es un peligro; el que ama el peligro en él perece. Huye, pues, del amor, de los placeres, de las alegrías, del mundo, en fin, y allá, en las sombras, imponte ayunos, aplícate cilicios, macera el hermoso cuerpo hasta manchar su nieve, rasga el suavísimo cutis hasta teñir su raso.
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