Valoración: ✮✮✩✩✩
Comentario personal: Quizá autobiográfico, más bien hermético y difícil de apreciar.
Música: Miniatur (einer Seelenreisen), de Markus Stockhausen ♪♪♪
Mi respeto por la figura y la obra de Fernando Savater no va a resentirse tras leer el Diario de Job. Ahora bien, en su faceta de novelista me resulta hermético, farragoso incluso. Al menos, en comparación con ensayos o artículos de prensa.
Job se ha retirado al interior de un cráter, donde basuras y restos de todo tipo evidencian la existencia de una sociedad «civilizada».
Su piel leprosa aconseja la cuarentena, aunque no por ello deja de recibir visitas de antiguos amigos. De su mujer. De sueños de hijas. De desconocidos.
Mientras, criaturas que cree identificar como trilobites se desarrollan en las putrefactas aguas del fondo. ¿Solo ellas? ¿No existen otros monstruos? ¿El Ogro?
Se aproxima lo que todos llevan largo tiempo esperando: la Invasión.
Elifaz desciende en su helicóptero. Está cerca del Cosmócrator, a la diestra del poder. ¿Por qué Job no recapacita y vuelve a unirse a ellos? ¿No lucharon acaso juntos para derrocar al antiguo tirano?
Bildad aparece inadvertido. Tan agudo y hedonista… El Hotel debería ser donde Job viviera, junto a los suyos, bebiendo un buen trago, acariciando un pecho hermoso, leyendo a un viejo poeta… Dedicado a la vida buena bajo el sol.
La esposa le zahiere: ¿por qué no acaba de una vez? Se comporta como un egoísta, prefiere mantenerse aparte, dedicado a rumiar sus ocurrencias y «caprichos rituales». Si fuera un genio no tendría que esconderse. Tan feo, tan anormal…
Sofar, exaltado, voz de líder tras su pipa, también le reconviene. Al poder hay que destruirlo porque es el poder, no importa ninguna otra razón, ni la tiranía ni la supuesta tolerancia que ejerza. Recurriendo al terror aunque de ello resulte destruirse también a uno mismo.
Paloma, Acacia y Azabache no llegan a materializarse, pero sus tentaciones tampoco le abandonan en los momentos de fiebre.
Elihú, que posa cerca de su refugio, le pregunta «cómo se lo monta». Le son ajenos el Cosmócrator, los libros, las luchas, las invasiones… ¡Mientras la fiesta no se apague en el Jardín!
Por cierto, ¿son guapos los invasores? ¿Y en qué partido milita Job?
Soy del partido de los que creen en la maldad de los ricos, pero sin estar convencido de la bondad de los pobres. Del partido de los que saben que hasta el mejor de los órdenes acaba por pagarse antes o después. Del partido de los que ni recuerdan ni esperan, pero custodian dos o tres principios.
Tras escuchar las acusaciones, tras justificarse cuando le es posible o agachar la tumorosa cabeza, el rumor de cadenas de carros, los destellos, los avisos radiofónicos para cumplir con el deber, confirman que la Invasión ha comenzado.
Es difícil encontrar un puntal alrededor del que tejer la comprensión de todos estos personajes. De lo que simbolizan. De lo que los une y los ahuyenta.
Cuando creemos haberlo conseguido, surgen nuevas neblinas. Detalles que Savater sugiere, nunca explicita (él mismo asumiría el rol de Job, cargándose con «culpas» apenas interrumpidas por flashes de alegría en la niñez).
Incluso el cráter puede interpretarse como epígono de una sociedad de consumo suicida, al tiempo que barro del que resurge la vida.
Por ello, no os echéis este libro al bolsillo un día de prisas. Deteneos. Reposad. Dirigid la mirada más allá de sus líneas. Entreved los fantasmas que atormentan al escritor.
No lo aseguro, pero solo así estaréis en vías de apreciarlo.
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