Hace algún tiempo escuché una leyenda. Fue en… ¿Prejmer? Sí, creo que fue en Prejmer.
Vlad, príncipe de Valaquia, señoreaba sus tierras con punta de madera. No puño de hierro, ya que habría gastado una fortuna en forrar los postes que introducía por salva sea la parte a sus enemigos, para volverlos a sacar por la boca y dejarlos así bien tiesos.
Vlad III Draculea. O Vlad III Tepes, el Empalador.
El miedo, mudo, gritaba desde la sombra de cada valaco. Pero…
Sobre el brocal de un pozo, a orillas del camino más transitado, este gobernante dejó una copa de metal amarillo para que los viajeros pudieran beber. ¿Cómo? —pensaréis agrandando los ojos—. ¿Amarillo? ¿Oro de ley?
Exacto, oro de ley. No existía peligro de que lo robaran, pues cualquier delito era castigado ipso facto por la vía del palitroque.
Hasta que, cierto día, una viejecita se acercó sedienta al pozo y la copa había desaparecido. Incrédula, se persignó: ¿qué iba a ser ahora de las buenas gentes?
Porque era la mejor prueba de que Vlad había dejado de existir.
Se acabó el miedo… y empezó el miedo. Los senderos estaban llenos de peligros. Todos miraban a todos con filo agudo en los ojos.
¡Que viene la derecha! ¡Que amenaza la izquierda! ¡Que nos quitan la sanidad y las pensiones! ¡Que nos invaden inmigrantes criminales!
¡Vladistas! ¡Corruptos! ¡Vampiros! ¡Valaquia primero!
Miedo, miedo, miedo… No ha desaparecido desde entonces.
Aunque solo sea una leyenda.
Y qué bonita es la iglesia fortificada de Prejmer.
2 comentarios:
Gracias por tu comentario en mi blog, que ya ves contesto aquí, en el tuyo.
Me ha gustado esta historia del empalador y también la fotografía perfectamente compuesta. Un saludo!!
Muchas gracias y un saludo de vuelta.
Publicar un comentario