Valoración: De indiferente para abajo ✮✮✩✩✩
Música: Anacreón (Obertura), de Luigi Cherubini ♪♪♪
Antes de que mi conciencia sensata me persuada de lo contrario, lo anoto aquí con todas sus letras: no me gusta Eugenia Grandet.
Tampoco es que me eche para atrás, aclaro, la pluma de Honoré de Balzac tiene un peso importante. Pero en ningún caso añadiré este libro a mi lista de clásicos universales.
Para convencerme a mí mismo, he de definir primero qué atributos rodean a un clásico universal que se precie.
La atemporalidad. Que los personajes, sus formas de pensar, sus actos, sus diálogos, la historia que nos cuentan, pertenezcan a la complejísima psique humana de cualquier tiempo, más allá de que se vistan con túnicas, gorgueras o sombreros de copa, según quiera ambientarlos el autor.
Que se encuentre por encima de las convenciones. Que nos arranque una exhalación de sorpresa. Que se nos meta dentro y nos atrape, haciendo surgir tras nuestra piel un mundo tan real —o más real, o el único real— que lleguemos a dar de lado, insomnes, aquel al que se aferran de diario los sentidos.
¿Por qué atreverme entonces a empujar a la Grandet desde unas alturas a las que tantos lectores de dos siglos acá la han aupado?
A mi juicio, esta novela solo cumple a medias con los valores exigibles, aunque estos sean metafóricos. El resto de su contenido se somete a premisas hoy anticuadas.
Por ejemplo, no presento quejas sobre la descripción que hace monsieur de Balzac de la emergente sociedad burguesa, donde la astucia comercial y el dinero se convierten en aspiraciones absolutas y la caduca sangre azul del ancien régime intenta emparentar con los recién llegados para no perecer.
También, en justicia, Grandet padre brillaría en un podio de avaros ilustres. Y secundarios como la criada Nanon o los pretendientes que conspiran por la mano de la joven Eugenia se perfilan con trazo firme.
Lo que ocurre es que, ay, ni ella ni su primo Adolphe pasan el corte de personajes polifacéticos. Me aburren.
Esa mujer virginal, pura y suspirante, dispuesta a esperar al príncipe azul igual que un objeto espera expuesto en un escaparate… Ese petimetre llorica que acaba yéndose a capturar unos cuantos esclavos cuya venta le devuelva la dignidad financiera con que reclamarla…
Estereotipos. Retratos tan acartonados que los pilares sobre los que se apoya la trama se agrietan sin remedio.
Cuando los protagonistas y sus problemas causan tal indiferencia… ¡En fin!
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