martes, 14 de febrero de 2023

Brujos, reyes e inquisidores

Clave de lectura: Brujas buenas, Inquisición mala.
Valoración: Suspende ✮✩✩✩✩
Música: Las brujas de Eastwick, de John Williams ♪♪♪
Portada del libro Brujos, reyes e inquisidores, de Emilio Ruiz Barrachina.

Brujos, reyes e inquisidores se queda muy lejos de los ambiciosos objetivos que declara. Al menos, a mí me lo parece.

Expone Emilio Ruiz Barrachina que la persecución histórica de la brujería por el fanatismo religioso es exactamente lo mismo que el ejercicio actual de la violencia por las clases dominantes para mantener su estatus en el orden capitalista.

El problema de fondo de esta tesis es la escasa solidez de la lógica que maneja el autor. La ilación hace aguas. Más que un discurso científico, parece un alegato de filias y fobias personales.

Comienza planteando la evolución del Cristo perseguido al perseguidor, ya que la iglesia católica, existiera realmente o no la figura a la que adora, tuviese carácter divino, humano o un refrito de ideas sacadas del mito de Osiris-Dioniso, lleva en su seno la semilla de fuerzas oscuras. Pablo de Tarso se erige en el sumo sacerdote umbrío.

Lo que más interés despierta en el primer bloque es el triunfo de la literalidad a la hora de interpretar las escrituras sagradas, que avasalló a las corrientes alternativas representadas por el gnosticismo.

Pasa a continuación a analizar la figura de los brujos, cuyos atributos son reconocibles en culturas de varios continentes, pero que entraron en la fama popular a partir del Malleus Malleficarum, compendio de artes nigrománticas editado en la Edad Media europea. Aquelarres diabólicos, pócimas, maldiciones, vuelos nocturnos…

Aunque, más que los brujos, las verdaderas protagonistas del relato son sus equivalentes femeninas: las brujas. La histeria contra la mujer de los padres de la fe queda patente en numerosos pasajes bíblicos.

Los movimientos milenaristas, las cruzadas y el catarismo son algunos fenómenos que entran también en escena. Y, por supuesto, la Inquisición.

De todas las ramas nacionales, la española merece un lugar destacado. Sobre todo tras implantarse en las nuevas sociedades americanas, caldo de cultivo sincretista.

En las páginas de cierre hace balance Ruiz de sus cuentas con el todopoderoso capital, heredero en métodos y espíritu de exclusión del Santo Oficio.

Termino ya igualmente: léase con todo el aprovechamiento posible, que alguno tiene, si bien su empeño en la polémica como objeto en sí, no como medio dialéctico para convencer, le impide ganarse el nihil obstat.


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