Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: Solo le pido a Dios, de León Gieco ♪♪♪
Lo empezó el Sargento, que distinguía muy bien entre los boludos y los vivos. Juntó al Turco, al primer Viterbo y a Rubione, y cavaron su refugio en el cerro, al margen de órdenes oficiales.
Después llegaron otros: el Viterbo nuevo, su primo el Gallo, el Ingeniero, Pipo Pescador, Luciani, Quiquito…
Todos ellos son Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill.
Fue un santiagueño quien contó a los demás sobre los pichiciegos. Tienen caparazón, hacen cuevas y andan de noche. Si lo das vuelta, se queda pataleando panza arriba. Su carne es como el pavo de blanca.
Al Sargento y al primer Viterbo los tiraron los de Marina, por no querer mostrar a la patrulla lo que llevaban en el jeep. Pero los Magos restantes tomaron el relevo.
Incluso llegan a acercarse al enemigo en pos de azúcar, chocolate, cigarrillos o pilas. Los ingleses, comprensivos, ponen un precio al trueque: que señalen en sus planos la disposición de minas, tanques de combustible, depósitos de municiones…
O que coloquen en sus propias líneas unas extrañas cajitas camufladas que quizá atraigan los cohetes. Reservan una para el campamento de los de Marina.
En medio de la batalla, con explosiones alrededor para perder la cordura, su ejército son ellos mismos. Su patria, la Pichicera. No sienten otra lealtad.
Los pichiciegos es una novela de anticlímax, un lienzo tenebrista en el que sumergirnos.
La voz alucinada de soldados de reemplazo enviados a quedarse para siempre en una tierra remota del Atlántico Sur.
Las Malvinas.