Lunes. Asedio. Cambio de hora.
Y la última taza de café decente se agota en el castillo.
¿Por qué? ¿Por qué?
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Lunes. Asedio. Cambio de hora.
Y la última taza de café decente se agota en el castillo.
¿Por qué? ¿Por qué?
Nos deja su voz. La voz de su música.
Voz sin tiempo ni fronteras.
(En recuerdo de Krzysztof Penderecki).
Física y berenjenas es un libro que nadie va a arrepentirse de leer, ni mucho menos.
En sus páginas, Andrés Gomberoff nos ofrece conocimiento. El espíritu de descubrir, de entender, de dar un paso más hacia el origen de tantas cosas...
Al tiempo que busca la amenidad en el acercamiento científico, para que los amateurs podamos seguirlo.
Sin embargo, todo lo bueno que pueda decir sobre él no me quita la sensación de que «le falta algo».
Y es que ese acercamiento resulta en exceso superficial. Una miríada de fenómenos del universo se mencionan casi de refilón, poniéndonos la copa al borde de los labios pero sin llegar a mojarlos.
Quizá el origen de los textos, pensados para su publicación en revistas, tenga que ver con el problema. Dada la brevedad de cada uno, como conjunto orgánico me temo que no terminan de funcionar.
En fin, no dejemos de agradecer el intento.
¿Por qué recuerdo que a Rosy le quedaban habitaciones libres en Meersburg y, sin embargo, no tengo la más mínima idea de cuáles son las valencias del molibdeno?
Misterios de la memoria…
Quizá estemos en el centro de un laberinto, sin caminos rectos.
Quizá...
Pero no hay laberinto sin salida.
Sabemos cuánto pueden ayudar ciertos sonidos al bienestar del ser humano.
Como el último coral de Bach: Wenn wir in höchsten Nöten sein…
Yo me figuraba una ciudad con calles vacías, avenidas desiertas, plazas fantasmagóricas, quizá algún muerto viviente aquí y allá, buscando a quien catar a mordiscos…
Pero, tras mi primera salida en pos de vituallas, me cruzo con más personas de las esperadas.
Todos a la última moda, eso sí, tapados hasta las cejas: guantes, pañuelos, bufandas, mascarillas… Complementos fundamentales de armario.
El mundo aún existe al otro lado del portón.
Hay asedios y asedios.
O sea, no es lo mismo estar tirado en la mazmorra de la torre que disponer de la Filarmónica de Viena y Lohengrin al alcance del mando.
Ahí tengo que reconocer ciertos privilegios. No sé si serán modernos o feudales…
No todas las ventanas de este castillo bajo asedio miran hacia el exterior.
Algunas intentan vislumbrar dentro de los mismos muros.
Para recordarnos qué significa realmente estar encerrado, que la vida solo sea un número de lista en una hoja de papel, tenemos que leer a Alexandr Solzhenitsyn.
Un día en la vida de Iván Denísovich concentra una poderosa capacidad de denuncia.
Narra un solo día. Un día cualquiera de la condena por haber caído prisionero durante la invasión alemana y conseguir posteriormente escapar —traidor y espía por partida doble, según la interpretación de los jueces—.
Desde el toque de diana hasta que el protagonista vuelve a tumbarse en el jergón.
La actividad en el campo de trabajo, los «crímenes contrarrevolucionarios» de cada hombre allí recluido, las relaciones entre ellos y con sus guardianes, los miedos y las inesperadas alegrías —unos gramos más de pan— que hacen su experiencia «soportable»…
Un documento que conviene no enterrar en el baúl de las «cosas que pasaban antes» o «que pasaban lejos».
Por la cuenta que nos trae.