Tarde de otoño. Luz de otoño.
Madrid de otoño.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Corre el año 2381 en la «mónada urbana» número 116, un rascacielos con 881.115 habitantes.
Hace tiempo que los problemas alimentarios terrestres han sido resueltos aprovechando cada centímetro de suelo para el cultivo, de manera que las ciudades se construyen hacia arriba. Y la natalidad se promueve activamente.
El sociólogo Charles Mattern, con la secreta vergüenza de que su mujer Principessa no haya aportado más que cuatro vástagos a ese crecimiento, es el encargado de explicarle las bondades del entorno a Nicanor Gortman, visitante de una colonia de Venus.
Así comienza El mundo interior, de Robert Silverberg.
Las mónadas resultan autosuficientes, ya que toda actividad tras sus muros se basa en el reprocesado de los desechos. Y la gente es feliz porque, como principio básico de convivencia, no existe la intimidad.
En efecto, ¿cuál podía ser la mayor causa de frustraciones en las sociedades del pasado? Envidiar al vecino. Envidiar lo que los otros tuvieran o hicieran, desde los bienes materiales hasta los encuentros tête à tête. Solución: ahora todo es visto y compartido por todos. En el sentido más amplio.
Y aunque también es cierto que algunos inadaptados, los neuros, se niegan a sentirse dichosos bajo las reglas, con tirarlos a las tolvas ya está. Más reciclaje.
Entonces, ¿por qué los acontecimientos parecen abrir fisuras en la perfección del sistema? ¿No habíamos quedado en que los neuros son solo neuros?
Buena novela, sí señor.
Se trata de una novela más allá de calificaciones. Intentar hacer un comentario extenso sobre ella supondría que tengo algo nuevo que decir.
¿Lo tengo de verdad? ¿Puedo aportar cualquier visión diferente a su diáfano mensaje? No lo creo.
Un grupo de alumnos de bachillerato se alistan voluntarios en el ejército alemán, en el apogeo de la Primera Guerra Mundial. Todos, padres, maestros y gobernantes, esperan que lo hagan.
Y en las trincheras comprueban, a costa de su sangre, que esos padres, maestros y gobernantes, cuando les inculcaron los valores por los que debían regirse en la vida, habían olvidado el más importante de todos: la humanidad.
Una obra que sigue siendo necesaria, de fondo de biblioteca sí o sí. Un monumento literario para acompañarnos siempre, porque siempre se desea volver a leer.
Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.
Se acercan con brillo en los ojos, tras las huellas del camino. Traen consigo esperanza.
Más allá del bosque y el puente sobre el regato, encuentran las antiguas piedras.
Sienten las energías místicas. Piden. Con todo su fervor, piden.
Escriben el deseo. Y entonces...
Bueno, la mística será la mística. Hasta ahí, de acuerdo.
Pero es que algunos piden cosas muy difíciles, caramba.
Retomemos un poco la senda del buen humor, tan ausente contra su voluntad en algunas de las últimas entradas. Todo empieza hoy en una fiesta de la embajada de Pontevedro en París.
Donde Camille de Rosillon le echa los tejos a Valencienne, ya que al marido de esta, el barón Mirko Zeta, lo único que le importa es que la viuda Hanna Glawari no se vuelva a casar con un extranjero, para que el reino no pierda los cincuenta millones de francos de la herencia.
Así que envía a su secretario Njegus a llamar al conde Danilo Danilowitsch, el amor de juventud de la potentada.
Pero Danilo, aunque la llama sigue ardiendo entre ellos, no quiere casarse con Hanna para que no parezca que persigue sólo su fortuna, y se pone a buscar candidatos alternativos. Por la fiesta pululan Raoul de Saint-Brioche, el vizconde Cascada...
Luego salen las bailarinas del Maxim: Lolo, Dodo, Joujou, Cloclo, Margot y Froufrou. Corre el champán, no queda muy claro si Hanna se va a liar con Danilo, con Camille, con el mismo barón Zeta, Pontevedro está a un paso de la quiebra...
Y así nos divertimos un rato escuchando La viuda alegre, del austrohúngaro Franz Lehár.
¿Por qué no relajarse un fin de semana en los conciertos de los Días nórdicos? Falta nos hace.
El de Kajsa Vala estuvo muy bien, por ejemplo. Y también el de Castlewoods, un dúo de Gotemburgo.
Oye, si hasta creo que en el vídeo salgo yo de espaldas…
Momentos a los que apenas prestamos atención por la mañana, como el rocío sobre la hierba...
Son los que han aportado verdad a la vida al llegar la noche.
Las pequeñas cosas.
Nunca antes había necesitado banderas para manifestarme.
Pero hay veces en que también los símbolos son una voz importante.
Y hay veces en que dejar oír la voz es urgente y necesario.
Después de cientos y cientos de años de historia, con tanto como se ha destruido y tanto como se ha construido...
Podemos aspirar a la Monarquía constitucional o a la República constitucional como forma de Estado.
Podemos aspirar a cambiarlo todo o a conservar lo ganado.
Podemos aspirar a que esas palabras con las que comienza la Carta Magna sean mucho más que un decorado, que se conviertan en algo verdadero:
La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama...
Podemos y debemos aspirar a ser mejores.
Pero de ninguna manera lo conseguiremos divididos, amputándonos la mano, cegándonos los ojos.
Por eso creo que este discurso nos incluye a todos. Nos incumbe a todos.
Hasta a aquellos que, en el ejercicio de su libertad de conciencia, lo critiquen de buena fe como yo lo alabo.
Hasta a quienes no quieran escucharlo.
El título que recomiendo hoy es Storytelling, de Christian Salmon.
El subtítulo lo dice todo: La máquina de contar historias y formatear las mentes.
Describe técnicas que se aplican a todos los ámbitos de la vida: económico, político, cultural, religioso...
Explica que, para convencer a alguien de cualquier cosa, no hay que recurrir a la lógica, sino a la emotividad. El corazón, y no la cabeza, es lo que rige más a menudo nuestras reacciones.
Y la manera más eficaz para que los mensajes sean canalizados a favor de un determinado interés consiste en fijarlos en el subconsciente en forma de historia. Como si se tratara de una película.
Una en la que seamos coprotagonistas. La verdad de su contenido no importa.
Repito: la verdad no importa, puede tratarse de cualquier fantasía, más o menos inocua o más o menos insana. Se trata de que la gente «crea» en ella sin necesidad de pruebas.
Por eso, la próxima vez que te preguntes si eres realmente libre o si existen a tu espalda los maestros de marionetas, acuérdate del storytelling y reflexiona sobre las fuentes de tu pensamiento.