En una galaxia muy, muy lejana...
John Williams hizo nacer una música que siempre nos dará fuerza.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
En una galaxia muy, muy lejana...
John Williams hizo nacer una música que siempre nos dará fuerza.
Recuerdos.
Hay ciertos momentos en que cerramos los párpados del presente, abrimos a cambio los ojos del alma y respiramos y vivimos...
De recuerdos.
Hoy tenemos una hermosa novela de Margit Kaffka: Hormiguero.
Publicada por vez primera en 1917, la acción transcurre en el interior de un convento de monjas.
Allí coinciden hermanas de todos los rincones del Imperio Austrohúngaro, con sus respectivas lenguas y costumbres, así como jóvenes novicias y alumnas de magisterio. Los únicos hombres con quienes tienen un trato habitual visten sotana.
Asistimos en este escenario a la enfermedad de la madre superiora, ya anciana, que ha de ser pronto sustituida en asamblea. Subrepticiamente al principio, y de forma declarada según se acerca el momento de la votación, van formándose tendencias que empujan a favor de modernizar las estrictas reglas de la comunidad o por mantenerse fieles a las tradiciones.
Y la adscripción a uno u otro bando tiene mucho que ver con las admiraciones que despiertan las candidatas. Unas simpatías reflejadas en detalles sutiles: miradas, sonrisas, gestos, susurros...
En su pequeño mundo, detrás de los muros que les sirven de frontera, esas mujeres experimentan las mismas emociones que el resto de la humanidad.
Celos, ira, incertidumbre, deseo de agradar, amistad, alegría, confusión… Quizá, incluso, algún brillo en la pupila no permitido. Tan leve como el sol de invierno.
Porque los afectos pueden convertirse en el centro de nuestra vida, dándole así su verdadero significado. Pero también ahogarse inconfesos, en profundísimo silencio.
Lo que nunca resulta fácil es hacerlos desaparecer.
Un breve comentario sobre La bruja de abril, de Majgull Axelsson.
Desirée, la protagonista y narradora, fue abandonada de pequeña debido a una lesión cerebral que ha ido empeorando con el tiempo. Ya sólo puede comunicarse soplando por un tubo conectado a un ordenador.
La única persona que se interesa por ella es el doctor Hubertsson, que casualmente había conocido a su madre.
Esta, que nunca quiso saber nada de su hija, acogió sin embargo a otras tres niñas hasta que una enfermedad la postró en una cama de hospital y obligó a que fueran devueltas a sus familias biológicas o reubicadas en otras nuevas.
Gracias a la información que le suministra el doctor, Desirée se determina a averiguar cuál de aquellas niñas, ahora ya mujeres, está disfrutando de la que hubiera debido ser «su vida».
Ayuda a su propósito un don único: la capacidad de liberar su espíritu y abandonar ese cuerpo que no funciona, introduciéndose en otros, viéndolo todo a través de ojos ajenos.
Relato complejo, intenso, absorbente. Plenamente recomendable.
El libro al que hacemos hoy los honores es El buen alcalde, de Andrew Nicoll.
En la pequeña ciudad de Dot, perdida en algún lugar de largos inviernos, hace años que Tibo Krovic es la primera autoridad municipal. Todos le conocen por su sobrenombre: el buen alcalde Krovic, ya que persona más amable no hay en el país. Cualquiera puede pararle en la calle y conversar con él, sabedor de que sus demandas serán atendidas. Así, bajo el reloj de la catedral que da perezosamente las horas, la vida transcurre plácida para los dotianos.
Bueno, no tan plácida. Hektor, un artista bohemio y macarra, es asiduo visitante de los juzgados, donde le defiende el obeso abogado Yemko Guillaume. Y su primo Stopak pasa más tiempo en la taberna de Las Tres Coronas que en su trabajo como empapelador. De manera que la señora Stopak, Agathe, se siente dejada de lado por mucho que se compre lencería fina o cocine sugerentes platos. Una pasada tragedia ensombrece el matrimonio.
¿Y el propio alcalde? También sufre un problemilla propio: está secreta y perdidamente enamorado de Agathe, que trabaja con él como secretaria en el ayuntamiento. Ah, no nos olvidemos de otro personaje importante: la anciana Mamma Cesare, dueña del café El Ángel Dorado y descendiente, según se ufana, de un largo linaje de hechiceras. Ni de una troupe de fantasmas circenses que tendrá su principal papel en el desenlace. Ni tampoco de santa Walpurnia, la patrona de Dot, una virgen barbuda que resulta ser la narradora de la historia.
Resulta paradójico que el pilar de la novela, el intento de transmitir vibraciones positivas, se convierta al mismo tiempo en su punto más débil, a mi modo de ver. La razón es el moroso ritmo en espiral elegido por Nicoll para que el lector se sienta cómplice de los dos protagonistas.
Así, vamos por la página 123 cuando Tibo se arma de valor para invitar a comer a Agathe. En la 171 se encuentran un sábado «por casualidad». Por la 200 o así, ya tenemos claro que también ella se ha enamorado, pero ninguno se decide a dar el primer paso. Al llegar a la 216, Agathe muestra su malhumor por que el alcalde aún no la haya desnudado con frenesí. Entonces entra otra vez en escena Hektor y todo cambia de rumbo. Vaya, empiezan a pasar cosas. Sólo que estamos a mitad del relato.
Otro posible aspecto a discutir sería que ese nuevo rumbo deriva en una extraña mezcla de géneros, coronada por un pasmoso final. Pero pelillos a la mar: seamos indulgentes con las inconsistencias y dejémosla como una obra de tono agradable, con buenas intenciones, que se deja recorrer sin problemas.
Hala, a sufrir con esos corazones rotos, yo me voy de cervezas al equivalente a Las Tres Coronas de mi barrio.
Un miserable y vil felón, bellaco, rufián, fementido, carne de galera, se atreve, ¡se atreve! a decir que Dulcinea es un vulgar ser de carne y hueso, no la más maravillosa princesa jamás soñada, y que se llama Aldonza.
¡Y me lo suelta a mí, en mis propias barbas!
Malhaya esas palabras, que yo haré prontamente que se trague.
Más le vale correr presto, porque a mandoble limpio he de verle arrastrarse por el suelo, humillándose ante la más fermosa figura, la más alta dama de todas las ínsulas y reinos que en el mundo han sido.
Pondrá su lindo pie sobre su cabeza y le suplicará le conceda el gran honor de ser su siervo, voto a tal. Voy a buscar mi adarga, que no sé dónde la he dejado...
Era un frío amanecer.
Encendimos el fuego. La inmensa tela comenzó a hincharse, hasta que sólo las amarras pudieron retenerla.
Entonces, zarpamos.
El valle quedó lejos. Ascendimos más y más, navegando en busca de los vientos.
Pronto aprendí a escuchar los sonidos que me rodeaban. La llama que portábamos a bordo se confundió con mi propia respiración.
Mis ojos abarcaban el horizonte, mis manos querían tocarlo.
Aunque todo viaje tiene un final.
También cuando desconocemos el destino, cuando cada segundo es un minuto, cada minuto una hora, cada hora un día, cada día un año.
Cada año una vida.
Retornamos a tierra.
Y la vida continuó.
Nos encontramos en el siglo XXV y la historia humana ha cambiado muchísimo desde que un tal Jaunte descubrió nuestra capacidad para teleportarnos con el poder de la mente. Es decir, jauntear.
Cierto que existen limitaciones, pues hasta el momento sólo es posible trasladarse a sitios que uno ya conozca y no más lejos de mil quinientos kilómetros. Pero quizá ese escollo acabe superándose para bien de la exploración del universo.
Y de las oportunidades mercantiles, por supuesto.
Porque el interés de las multinacionales por aumentar su cuota de mercado puede llevar hasta la guerra entre planetas.
Mientras tanto, debido a la amnesia, el mecánico de tercera Gully Foyle no logra aclararse. Las únicas imágenes del pasado que acuden a su mente corresponden a la nave en que viajaba, que resultó destruida, y a otra nave que, en lugar de rescatarle, le abandonó a su suerte.
De forma inverosímil pudo salvarse, aunque fuerzas poderosas le persiguen desde entonces y no entiende la razón. Por ello ha de camuflar su identidad y, sobre todo, no dejar traslucir emociones que le hagan enrojecer o encolerizarse. Pues cuando la sangre acude a su rostro... Algo pasa, vamos.
Tigre, tigre, de Alfred Bester (también editada con el título de Las estrellas, mi destino) es una fantasía interestelar con elementos detectivescos, un clásico del género apto para el niño y la niña.
La recomendación de hoy.
Mana fuego de la tierra. Respiro fuego. Me quemo por dentro, lentamente.
Dicen que quien nada espera, nada puede perder.
Por eso anhelo deshacerme de la esperanza. Por eso sueño con no soñar.
Mientras tanto, avanzan imparables las cenizas.
No lo conseguiré.
Hacer felices a los demás es fundamental para asegurarnos una satisfactoria reencarnación en nuestro largo camino hacia el nirvana. Porque la ausencia de buen rollo, portarse de forma egoísta, podría tener como efecto que volviéramos a nacer con seis patas, dos antenas y un gran abdomen, por ejemplo. Y la existencia en esas condiciones no es la más cómoda imaginable. Que se lo pregunten a Casanova. O a Kim Lange.
En Maldito karma, David Safier nos ofrece conocer mejor a ambos personajes. Kim es una presentadora de televisión casada con Alex, un hombre encantador. Sus éxitos profesionales, coronados con una nominación al premio más prestigioso del ramo, colman cualquier ideal que una chica crecida entre bloques de cemento prefabricados en Alemania del Este hubiera podido soñar.
Cierto que su relación de pareja se encuentra algo deteriorada, pues no se sube en la escala social sin hacer renuncias en lo personal. Cierto también que ha pisado unas cuantas cabezas en esa ascensión, y que despierta por lo tanto pocas simpatías entre sus colegas. Pero, ¿qué importa? Va a llevar un vestido exclusivo de Versace en la entrega de galardones. Perfecto, todo perfecto.
Si no fuera porque el lavabo de una estación espacial fuera de órbita, al precipitarse sobre la Tierra, la pilla justo debajo. Y cuando abre de nuevo los ojos, es el colmo: se ha reencarnado en una hormiga, con la natural indignación hacia Buda y sus estúpidas reglas.
¿De qué manera volverá al mundo de los humanos? Parece que va a necesitar la ayuda de otro insecto con más experiencia, ciento quince vidas ya, y motivos más que suficientes para quejarse de su actual cuerpo: el signore Giacomo Casanova.
La historia es francamente simpática. Kim habrá de pasar del orden de los himenópteros a otros superiores, llevando a cabo acciones meritorias que le permitan recuperar a su familia. Y no le conviene perder demasiado tiempo, pues su mejor amiga de juventud, Nina (a quien Casanova considera un ejemplar bípedo de arrebatadoras características físicas), se muestra muy interesada en seducir a su marido.
Sin desvelar más, no lo dudéis: lectura recomendada.