sábado, 5 de septiembre de 2009

La mujer de la arena

Clave de lectura: Los destinos de un hombre y una mujer, unidos para que retroceda la arena.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: La mujer de la arena, de Toru Takemitsu ♪♪♪
Portada del libro La mujer de la arena, de Kôbô Abe.

El argumento de esta novela del japonés Kôbô Abe es originalísimo.

Un profesor de escuela, aficionado a la entomología, va en busca de nuevos insectos. Al llegar a un pueblo de pescadores, estos le convencen para pernoctar en casa de una joven viuda, situada en una depresión del terreno entre las dunas.

Al amanecer, cuando desea marcharse, ve con sorpresa que la única manera de hacerlo es con escalas de cuerda lanzadas desde el exterior, pero ni los vecinos ni la anfitriona están dispuestos a ayudarle.

Es necesario que alguien trabaje junto a ella para mantener a raya a la arena, cavando sin descanso, jornada tras jornada, si quieren que el pueblo no desaparezca tragado por su avance.

Es necesario que haya un hombre para La mujer de la arena.

El profesor no encuentra sentido a lo que le ocurre. Él no desea quedarse ahí prisionero, tiene su vida en la ciudad, su trabajo, su familia…

Por otro lado, no puede evitar la progresiva atracción por su nueva compañera, y el calor que señorea el lugar, así como el fino polvillo que se pega continuamente a sus cuerpos, contribuyen a perturbar cada vez más sus sentidos.

¿Se rebelará? ¿Intentará escapar como sea? ¿Sucumbirá a la situación?

Gran obra, sin duda, de las que se recuerdan, de las que gusta regalar, con una poderosa carga simbólica a la vez que un hermoso y sensual lenguaje.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fraternidad

Frescos del palacio de Versalles.

En los servicios de caballeros se dan a veces situaciones de las que tampoco desvelaré demasiado, por no traicionar en público los misterios propios de mi sexo. En todo caso, una de las características de estos espacios es el imperio de la democracia.

Todos puestos en fila, de cara a la pared, sin favoritismos, con igualdad absoluta inter pares. Se espera por exquisito orden de llegada, se saluda a los compañeros de derecha e izquierda con versallesca cortesía y se fija la mirada en un punto indefinido que nos empuje a la meditación, al desprendimiento de lo superfluo, al nirvana.

Porque, despojados temporalmente de galones, del estatus social, de las diferentes vías del tren por las que se conducen nuestras vidas, ¿qué nos queda en ese preciso momento? En los servicios, ¿no estamos hechos de la misma pasta?

Altos o bajos, gordos o delgados, triunfadores o escritores de blog, ¿no buscamos básicamente igual meta, descubrir nuestro lugar en el ignoto plan de la existencia? Es entonces cuando desearíamos abrazar a nuestros hermanos, fundirnos en un canto general, hacernos uno con el universo...

Por desgracia, a los pocos segundos creemos tener algo importante entre manos, dejamos pasar la oportunidad y caemos de nuevo en lo material. El ruido huracanado del secador que se ancla en la pared termina de borrar aquellas buenas vibraciones.

domingo, 30 de agosto de 2009

Los orígenes

Estatua de don Pelayo en Covadonga.

Se me ocurre que no conozco las crónicas familiares más allá de los abuelos. ¿De donde vendrá la prosapia de mi linaje, la hidalguía de mi estirpe, la nobleza de mi sangre? ¿O no tengo de eso?

Nada, nada, no me puedo quedar con la duda. Voy a ver qué encuentro en Internet sobre mis apellidos.

Veamos: aquí leo que el primero es de etimología prerromana, toma ya. Y sus primeras referencias modernas surgen en la Navarra de los siglos VIII-IX, de donde pasó a Asturias, León y Castilla antes de desparramarse por todo el orbe.

Pues me imagino a mi ancestro como un tipo con barba y bigotones, escaso conocimiento de los baños, polainas de piel de lobo y espadón en ristre. Le tiene el ojo echado a mi tataratataratatarabuela, una tal Cunigunda...

Para el segundo, el heredado por vía materna, hay discusión sobre si es de origen catalán o gallego. Pero vamos, lo importante es la cota de armas con azur, sable y gules, que nadie piense que acabamos de bajarnos del árbol.

Quien defiende la primera propuesta, la catalanidad, indica que uno de sus miembros recibió el título de ciudadano honrado en Gerona.

Ese debía de ser el de los míos, ese. Aunque a poco que su época se pareciera a la nuestra, darle tal premio debía de ser como motejarle de tonto del pueblo.

El tercero es interesantísimo. ¿Pues no dice, de acuerdo con ciertas versiones, que desciende de la realeza? De Alfonso IX de León, sin ir más lejos.

Parece que no se llevaba bien con su primo, el rey de Castilla, y por eso no compareció en las Navas de Tolosa. Sin embargo, reconquistó Extremadura él solito (bueno, en realidad iba detrás de la hueste, que las armaduras pesan de lo lindo y cuesta correr con ellas).

¿Será verdad que es antepasado mío? Estoy pensando en reclamar mis legítimos derechos, qué caramba.

Por fin, el cuarto apellido es asturiano por arriba y por abajo, por delante y por detrás. Según un manuscrito, trescientos miembros de la familia estuvieron nada menos que en Covadonga.

Andarían en el pomar recogiendo manzanas y de repente vieron llegar a la morisma, a quienes sus costumbres no les permiten beber sidra ni catar el chorizo de jabalí. De manera que pensaron: hala, a la batalla, que tocaduras de gaita las justas.

Total, que si alguna vez llego a tener descendientes que continuaran la saga, que sepan que tienen que bañarse a menudo, porque ya no son los tiempos en que nació el primer apellido. Que no deben sablear nunca a nadie, para hacer honor al segundo. Que tengan en cuenta la opción de Urraca o Berenguela para nombrar a mi hipotética nieta, recordando al tercero.

Y, por el cuarto, ¡puxa Asturies!

domingo, 23 de agosto de 2009

Jet lag

Luces de ciudad por la noche, con ojos insomnes.

Insomne, contemplo desde mi ventana los puntos de luz.

Quizá haya otros, otros como yo, sujetos con las cadenas de la noche, que intentan cerrar los ojos sin tregua.

Debilitados, consumen sus últimas energías en pensamientos que anhelan no existir, que desearían fundirse con la negrura, la liberación del olvido.

Pero nada ocurre, nada ni nadie viene en nuestra ayuda.

Junto a mí, ellos os velan.

martes, 4 de agosto de 2009

Aviadores

Clave de lectura: Pilotos estadounidenses y Spitfires en acción.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: La Batalla de Inglaterra (Ace High March), de Ron Goodwin ♪♪♪
Portada del libro Aviadores, de Alex Kershaw.

Cuando se sobrevuela Londres, se gana una perspectiva que corrobora con creces la obtenida al caminar por sus calles y avenidas: es una ciudad grandísima, inmensa. Se extiende hasta donde la vista alcanza.

Más o menos, esa debía de ser la misma impresión que se llevara un piloto alemán hace unos setenta años. Y no precisamente de Lufthansa.

Aviadores, de Ian Kershaw, relata la odisea de un puñado de norteamericanos que, contraviniendo las leyes de su país, se alistaron en la RAF en 1940. Caballeros del aire, como indica el subtítulo.

Cada uno tenía un pasado diferente, pero algo fundamental en común: la intuición de lo mucho que se jugaba el mundo.

Por eso consiguieron alcanzar Canadá y de ahí dieron el salto al Viejo Continente, donde se les asignó a una escuadrilla de los míticos Spitfires.

La obra, con muy buen pulso narrativo, utiliza fuentes originales como los recuerdos y testimonios de quienes los conocieron, pues de todos ellos apenas uno alcanzó indemne el final de la guerra.

En tono de admiración, sin por ello perder el rigor histórico, quedan recogidas las biografías de cada piloto y las acciones en las que se vieron envueltos, trazando en conjunto un vívido fresco de ese momento en el que, con las famosas palabras de Churchill, «nunca en la historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto a tan pocos».


miércoles, 29 de julio de 2009

El aciago demiurgo

Clave de lectura: Puro Cioran, con todos sus manierismos y fascinaciones.
Valoración: Fascinante... y atormentador ✮✮✮✮✮
Música: La profecía (The Omen), de Jerry Goldsmith ♪♪♪
Portada del libro El aciago demiurgo, de Emil Cioran.

El aciago demiurgo, de Emil Cioran, es un libro capaz de dejar marca.

Un libro que conviene retomar en diferentes etapas de nuestro camino, buscar fragmentos anteriormente subrayados y volver a leerlos después de los años, de manera que el bagaje de lo vivido nos haya preparado para afrontar el pesimismo existencial de su autor.

Se estructura esta obra en seis capítulos. El primero, que da título al conjunto, es un ensayo acerca del pretendido creador del mundo. En caso de tratarse de un ente divino, no podría ser bondadoso. Más bien hablaríamos de un demiurgo malvado, aciago, cuyas pulsaciones aún subyacen en sus criaturas.

A continuación, Los nuevos dioses reflexiona sobre la expansión del cristianismo y el inevitable eclipse de los dioses griegos y romanos.

Paleontología, la tercera parte, es difícil de explicar. Está construida a partir de los huesos, del esqueleto en contraposición a la carne, como metáfora de la desnudez última de cada ser.

Más tarde, en Encuentros con el suicidio, se dedica Cioran a monologar sobre esta idea, una constante en su pensamiento filosófico.

El no liberado es otro apartado complejo. Toca ideas variadas, incluso sin relación aparente, más allá de su génesis en el interior de un espíritu atormentado.

Y finalmente, un conjunto de aforismos, Pensamientos estrangulados. Ácidos, provocadores, brillantes..., tristes.

Esos momentos en que se desea estar absolutamente solo porque se está seguro de que, cara a cara con uno mismo, se será capaz de encontrar verdades raras, únicas, inauditas; después la decepción y pronto la amargura, cuando se descubre que de esa soledad finalmente alcanzada nada sale, nada podía salir.

El aciago demiurgo puede provocar fascinación. Si contuviera un atisbo de la verdad, si estuviéramos de alguna manera predestinados a cometer nuestros actos, si lo que creemos libre albedrío se encontrara realmente tan constreñido y si, a pesar de su escasez, hiciéramos uso sistemático de él para la destrucción, entonces...

¿Cuál sería nuestra sustancia, nuestro papel en el orden del universo?


jueves, 23 de julio de 2009

Atlas descrito por el cielo

Clave de lectura: Fantasía desatada en la comunidad de vecinos.
Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: Aire, de Mecano ♪♪♪
Portada del libro Atlas descrito por el cielo, de Goran Petrovic.

Si nos referimos a comunidades de vecinos heterodoxas, una para echar a comer aparte sería la de Atlas descrito por el cielo, de Goran Petrovic.

Tenemos a Herrero, que invita a los demás a entrar en sus sueños (sobre todo, a la hermosa Sasha, por quien suspira secretamente). También a Andrei, siempre agazapado tras el sofá de la sala de reuniones, esperando a que Eta regrese de donde quiera que haya ido y puedan continuar su juego del escondite.

A la Silenciosa Tatiana, cuyos cantos consiguen congregar sobre ella a ochenta y ocho constelaciones, en lugar de las cincuenta y tres que corresponderían según la Unión Astronómica Internacional.

A Bógomil, por supuesto, visitado por su tía Despina de tanto en tanto a través del Espejo Septentrional. A Esther, con un lunar de granada en el interior del muslo derecho (hasta que el malvado actor Augusto se lo roba).

A Drágor, que recolecta como pasatiempo la Levedad y la Gravedad Elementales. Al cartero Spíridon y su ex-colega Aaron Hartman, despedido de Correos por abrir cartas de contenido triste y sustituirlas por otras alegres...

Y como hilo conductor de cada encuentro, varios cuadros, grabados, mapas y demás obras de arte que reposan en prestigiosas instituciones internacionales.

La Galería Tretiakov de Moscú, el Museo del Prado de Madrid, el Centro NASA para la Investigación del Espacio de Milwaukee o el Archivo de la Secreta Asociación del Panal Dispersado por Todo el Mundo de la Biblioteca de Babilonia.

Sin más palabras que añadir, me despido con esta recomendación. Tengo que salir de viaje.

Estoy enrolado en el barco de papel gigante que va a zarpar hacia la constelación de Puppis.


lunes, 20 de julio de 2009

Cuando España «invadió» Escocia

Recreación de un highlander.

Al visitar el Museo Nacional en Edimburgo, llama la atención cómo los escoceses mitifican algunos momentos de su pasado. Especialmente, los garrotazos contra los ingleses. Nombres como Stirling, Bannockburn o Culloden les producen un escalofrío en el espinazo capaz de hacerles olvidar por un momento el whisky. Sólo por un momento.

Pues hay un pasaje de esa historia no tan popular como debiera, y es que un batallón de trescientos españoles desembarcó en cierta ocasión en las highlands para apoyar la rebelión contra el rey Jorge, dando lugar a la denominada batalla de Glenshiel.

Corría el año 1719 y Felipe V, tan melancólico él, pensó en recuperar algunos terrenitos perdidos como consecuencia del Tratado de Utrecht: Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Menorca, Gibraltar… Tal política suponía chocar con los viejos adversarios isleños que, por entonces, se encontraban entretenidos en sus cosas: las desavenencias entre la nueva casa real de Hannover y la de los Estuardo.

En connivencia con estos últimos, se aparejó una flota destinada a apoyar la causa jacobita en el sur de Inglaterra, pero la tormenta de turno desbandó los buques. ¡Siempre la misma mala suerte!

Por el extremo contrario, al norte, dos solitarias fragatas consiguieron dejar en tierra a esos trescientos soldados, con la misión de levantar el ánimo a los clanes. Un retén quedó guardando el fotográfico castillo de Eilean Donan y el resto de la tropa salió a pie hacia Inverness.

Poco después, la Royal Navy, que navegaba con la mosca detrás de la oreja, apareció por la zona. Tras los cañonazos de rigor, dejaron en ruinas la vieja fortaleza y apresaron a sus defensores. Y los hispano-escoceses del cuerpo principal acabaron topándose con una fuerza contraria de casacas rojas sobre las colinas de Glenshiel.

¡Pum!, ¡zas!, ¡raca!, ¡toma!, ¡tararíííí! Ya la tenemos montada en lo que desde entonces se llama Peak of the Spaniards.

Tras un buen rato de mosquetería, las milicias locales empezaron a ceder terreno. Según parece, habían herido al jefe del clan MacGregor, y eso desmoralizó al resto. Los García, Rodríguez y Menéndez se vieron de repente solos, por lo que, superados ampliamente en número, solicitaron el armisticio con honor.

¿Y quién se supone que era esa figura de los MacGregor que tanta influencia tuvo para arrastrar a sus hombres a la retirada? Cuentan que su nombre completo era Robert Roy MacGregor. O lo que es lo mismo, ¡Rob Roy!

Desde luego, aquí hay tema más que para una novela. Para un peliculón.

Nada más por hoy. Mar sin leat, que en gaélico significa adiós.

martes, 14 de julio de 2009

Los vikingos

Clave de lectura: Los vikingos, mito y realidad.
Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: El guerrero número 13, de Jerry Goldsmith ♪♪♪
Portada del libro Los vikingos, de Paddy Griffith.

Los vikingos tienen fama de gamberros, es cierto, pero en nuestro idioma no consta su nombre como insulto, al contrario que el de otros grupos como los vándalos o los cafres.

Y eso que desembarcaron varias veces en las costas astures y gallegas. Lo que pasa es que los aborígenes tampoco eran muy finolis en el trato social precisamente y les quemaban los barcos a la menor ocasión.

Así que siguieron travesía por Portugal, haciendo fonda en Lisboa, y no olvidaron remontar el Guadalquivir para visitar Sevilla y olé.

Más tarde volvieron a subir deprisa, que el califa les pisaba los talones con la factura, y rema que te rema llegaron hasta Pamplona, donde capturaron al rey García I Íñiguez, que tuvo que pagar rescate.

Haciendo un inciso, es inverosímil que se inaugurase así la costumbre de correr delante de los astados, ya que los cascos vikingos en realidad no llevaban cuernos.

Los vikingos, de Paddy Griffith, podría ser un buen comienzo para aprender sobre la vida y milagros de estos visitantes boreales. Se trata de un estudio bien documentado sobre las razones por las que se construyó a su alrededor el mito del pillaje que aún hoy perdura.

La verdad se encuentra, como suele ocurrir, en algún punto intermedio. En una época donde el fuego y la espada decidían las relaciones internacionales —¿qué época no ha sido así, por otra parte?—, las correrías en busca de botín terminaron eclipsando otros aspectos como los viajes de exploración transatlántica o el comercio que, gracias a ellos, unió el norte de Europa con la lejana Bizancio. Y aún más allá.

En fin, os dejo, que he puesto hidromiel a fermentar y tengo que ir a echarle un vistazo al barril antes de que llegue cualquier berserker sediento y se lo beba.


viernes, 10 de julio de 2009

El último encuentro

Clave de lectura: Cuarenta y un años y cuarenta y tres días de espera para este momento.
Valoración: Extraordinario ✮✮✮✮✮
Música: Gran Fuga, de Ludwig van Beethoven ♪♪♪
Portada del libro El último encuentro, de Sándor Márai.

Capacidad para no olvidar, para vivir con imágenes de hace tiempo muy frescas en la memoria: en ello se basa la existencia del general.

Durante cuarenta y un años y cuarenta y tres días, las jornadas pasan en su castillo al pie de los Cárpatos sin más contacto que el de los sirvientes y su ya nonagenaria niñera, hasta que una mañana recibe una carta.

En ella se anuncia la próxima llegada de Konrád, un camarada de juventud. El general da las instrucciones precisas para alojarlo con la mayor distinción. Siempre ha estado esperándole, desea mantener una entrevista cara a cara con la verdad, en lo que para ambos podría suponer El último encuentro.

El renacimiento artístico de Sándor Márai tuvo que producirse tras su muerte, después de que le fueran negadas tantas cosas, incluyendo la residencia en su añorada Hungría. Y aunque él ya no pudiera disfrutarlo, su legado quedó intacto para nosotros.

Este libro es una de sus joyas. Dos hombres, dos oficiales del imperio, un mundo que daba sus últimos estertores cuando parecía más brillante que nunca... y una mujer, Krisztina.

Desde el momento en que el general y su exiliado amigo hacen resurgir el pasado, la niñez, la adolescencia, el tiempo de los grandes descubrimientos, la incorporación a las responsabilidades adultas, desde el momento en que comienzan a rememorar todo lo que los unía y aquello que los separó, la magia nos circunda y nos empuja a una única reflexión:

¿Pero cómo se puede escribir tan bien?