Quizá estemos en el centro de un laberinto, sin caminos rectos.
Quizá...
Pero no hay laberinto sin salida.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Quizá estemos en el centro de un laberinto, sin caminos rectos.
Quizá...
Pero no hay laberinto sin salida.
Sabemos cuánto pueden ayudar ciertos sonidos al bienestar del ser humano.
Como el último coral de Bach: Wenn wir in höchsten Nöten sein…
Yo me figuraba una ciudad con calles vacías, avenidas desiertas, plazas fantasmagóricas, quizá algún muerto viviente aquí y allá, buscando a quien catar a mordiscos…
Pero, tras mi primera salida en pos de vituallas, me cruzo con más personas de las esperadas.
Todos a la última moda, eso sí, tapados hasta las cejas: guantes, pañuelos, bufandas, mascarillas… Complementos fundamentales de armario.
El mundo aún existe al otro lado del portón.
Hay asedios y asedios.
O sea, no es lo mismo estar tirado en la mazmorra de la torre que disponer de la Filarmónica de Viena y Lohengrin al alcance del mando.
Ahí tengo que reconocer ciertos privilegios. No sé si serán modernos o feudales…
No todas las ventanas de este castillo bajo asedio miran hacia el exterior.
Algunas intentan vislumbrar dentro de los mismos muros.
Para recordarnos qué significa realmente estar encerrado, que la vida solo sea un número de lista en una hoja de papel, tenemos que leer a Alexandr Solzhenitsyn.
Un día en la vida de Iván Denísovich concentra una poderosa capacidad de denuncia.
Narra un solo día. Un día cualquiera de la condena por haber caído prisionero durante la invasión alemana y conseguir posteriormente escapar —traidor y espía por partida doble, según la interpretación de los jueces—.
Desde el toque de diana hasta que el protagonista vuelve a tumbarse en el jergón.
La actividad en el campo de trabajo, los «crímenes contrarrevolucionarios» de cada hombre allí recluido, las relaciones entre ellos y con sus guardianes, los miedos y las inesperadas alegrías —unos gramos más de pan— que hacen su experiencia «soportable»…
Un documento que conviene no enterrar en el baúl de las «cosas que pasaban antes» o «que pasaban lejos».
Por la cuenta que nos trae.
¿Cómo pasarán los niños el asedio?
La cría del bajo de enfrente, por ejemplo —¿dos, tres años?— sale a la terraza y se sube en la bici sin ruedas.
Al cabo desmonta y pasa por una especie de marco —diseñado para hacer flexiones o para colgar perchas, no estoy seguro—.
Después salta por encima de un banco.
Llega por fin frente a la portería. Amaga con darle una patada al balón, pero se lo piensa mejor y lo coge con la mano. Directo a la red. ¡Gooooooool!
Media vuelta por el mismo camino. Choca los cinco con papá.
Y empieza de nuevo en su campo de juegos.
El Nuevo Testamento de la música: las sonatas de Beethoven.
Número veintinueve, Hammerklavier.
Adagio sostenuto. Appassionato e con molto sentimento.
No intentaré explicarlo con palabras.
Miro al cielo nublado, sosteniendo la taza de té caliente a media mañana.
Lo compré en Xizhou, rememoro. Un pu'er como Confucio manda.
Dicen que lleva flavonoides, catequinas y polifenoles, para que no me oxide.
Cuando termine el asedio voy a estar por dentro como una patena.
Hoy es San Patricio.
¡Y todos los pubs de la ciudad con la chapa bajada!
Pues no sé el resto de asediados lo que hará, pero yo ahora mismo pienso solucionarlo.
¡A la cocina! ¡A por una buena birra! ¡Crucemos el pasillo, el Río Grande y lo que haga falta!
We are the San Patricios, a brave and gallant band, there’ll be no white flag flying within this green command.