jueves, 10 de marzo de 2011

Monina

Primera hora de la mañana. Monina, rasgos finísimos, palmito privilegiado, andares de alfombra roja, entra en el ascensor. Toda una reina.

El ascensor es un territorio donde se imponen las distancias cortas, la audacia, la osadía, donde toda decisión ha de tomarse en escasos segundos, entre que se abren y se cierran las puertas. Monina pulsa el botón del piso nueve.

Su regio brillo refulge en las metalizadas paredes mientras nos elevamos. ¿He dicho nos? Sí, hay un tercer jugador en escena: otro individuo ha entrado detrás de nosotros y su entusiasmo monárquico queda enseguida de manifiesto. Monina se dirige a él con una sonrisa:

—Ay, ayer no fui a la compra y hoy no me queda más remedio que comer cualquier sándwich de la máquina —y sus pestañas tintinean: clinc, clinc, clinc.

—¿Qué? Si yo he traído una cazuela entera de espaguetis. Para ti —le tiende una bolsa.

—¿Sí? ¿De verdaaaaad? Qué encanto… Clinc, clinc, clinc.

Pienso en las setas a la plancha que llevo en la tartera. ¿Seré capaz de cubrir el envite, de ver la apuesta? La duda nubla mis sentidos, que se lanzan a una competencia feroz entre ellos: estómago, corazón, cerebro..., estómago, corazón, cerebro... ¿Cuál será el vencedor?

—Y como vivimos en el mismo barrio, puedes venir a mi casa cuando quieras y llevarte lo que necesites.

Vaya, eso es un órdago de verdad; si cuela, sería una jugada maestra por su parte. Desconozco si yo también soy vecino de Monina, quizá podría ofrecerle ese tarro de garbanzos que guardo como reserva de emergencia en el congelador.

En esas, el ascensor decelera: alguien ha llegado a su destino. Anda, ¿soy yo? Qué mala suerte, no he tenido tiempo para nada. ¿Por qué habré pulsado el botón de la planta tres?

Bueno, da igual. Aquí, entre vosotros y yo, Monina no es mi tipo.


lunes, 7 de marzo de 2011

La página en blanco

El compositor intenta crear. Quiere escribir una ópera. Miles de notas, miles de texturas, miles de líneas, armonías, instrumentos, mundos inabarcables de posibilidades sonoras entrecruzándose en su mente...

Su mujer aparece en la habitación, seguida de dos operarios de mudanzas. De entre los pájaros disecados que cubren la pared, va seleccionando aquellos que quiere llevarse. Le reprocha al compositor que sólo le importe su trabajo y le recuerda que, en tanto no se firme el acuerdo de divorcio, todo lo que él haga le pertenece también a ella.

Y cuando muera, se encargará de destruirlo. El mundo perderá la memoria de quién ha sido.

En el ordenador suena el aviso de un correo electrónico. Alguien desconocido envía al compositor una imagen de la misma partitura que acaba de anotar. Pero... ¿cómo es posible? Y a continuación de la misma, una página nueva. Una página en blanco.

Ni siquiera su mejor amigo, un experto informático, puede ofrecerle una explicación. Pero tiene que tranquilizarse, porque enseguida va a conocer a la protagonista de su ópera, una joven soprano que le ha sido impuesta por el director del teatro.

Ensayan. Ella lee, canta y no comprende. ¿Cuál es el problema?, pregunta él. ¿Qué simbolos son los que no entiende? No sé dónde está el alma de esta música, responde ella.

Él quiere volver a verla. Ella le promete que se encontrarán siempre que lo necesite.

Ha pasado un tiempo. En una especie de sótano, el director del teatro acude a su cita con la cantante: ¿por qué esa llamada tan urgente? Ella duda de poder continuar con su misión, el compositor se muestra cada vez más atraído.

¡Perfecto entonces! Todo transcurre como esperaban. Ella protesta, no quiere herirle así. Pero no es momento para dudas, necesitan que termine la ópera. El amigo del compositor se une a ambos. Y también su mujer. Trae a un periodista, muy interesado en formar parte de sus planes. De la conspiración...

Imágenes sacadas de un cuadro de El Bosco se ponen en movimiento. Pequeñas formas de pesadilla. Las palabras latinas del Apocalipsis resuenan, pronunciadas por múltiples voces. Primero desde arriba, más tarde desde la profundidad.

El compositor sigue recibiendo los correos anónimos. Nadie ha estado en su casa durante semanas, y sin embargo le envían exactamente aquello que acaba de escribir. Y siempre, acompañándolo, una página en blanco. Quizá haya dispositivos ocultos que le vigilan.

Su amigo le insta a utilizar un autómata, un robot. ¿Qué es lo que sabe hacer? No sólo las mismas cosas que podría hacer él mismo, sino... todo aquello que apenas puede soñar. Es un ser avanzado. Es perfecto. Es superior.

Avanza, avanza, avanza. La inspiración le desborda. Siente como nunca antes había sentido. La cantante, somnolienta, le pide que vuelva a la cama.

Se ha enamorado de ella.

Cuando la ópera está finalizada, todas las energías de su vida han confluido en ese punto. La ópera y ella son una misma cosa. Cuánta esperanza, cuánto futuro dentro de su habitación blanca.

En otro sótano, el compositor aparece sujeto a una extraña silla, con la cabeza vendada. El amigo, el director del teatro, su mujer, el periodista, se congratulan del resultado. Tienen la partitura en su poder. Es algo histórico.

En adelante tendrán acceso a la creatividad de los grandes genios... aunque su conciencia los haya abandonado.

Desde que el compositor sufrió el accidente y quedó en coma irreversible, ya no había esperanza. Pero con los neurotransmisores conectados a su cerebro, con el mundo de realidad virtual creado especialmente para él, y sobre todo con la motivación adecuada...

Porque es sabido que la fuerza más poderosa, la que es capaz de activar el pensamiento de una persona hasta sus niveles máximos, es el amor.

Todos felicitan a la joven y eminente doctora que ha sido la pieza clave en el proceso.

Lástima que el cuerpo del compositor ya no sea útil. Pasará a la sección de investigación.

Aunque ella no parece contenta. Desata las correas. La doctora. La cantante. La amada.

Los atados son ahora los demás, protagonistas de la ópera imaginada por el compositor. Vuelven a moverse las extrañas figuras de El Bosco. Vuelve a sonar el coro de voces del Apocalipsis.

No todos los días puede uno asistir al estreno de una ópera. En mi caso, ha sido La página en blanco, de la polifacética artista Pilar Jurado. Compositora, escritora del libreto, soprano... Una historia sorprendente. Una música de gran fuerza expresiva. Un privilegio haber estado allí.


jueves, 3 de marzo de 2011

El pesquero

Clave de lectura: Lucha obrera en el Japón de los años 30.
Valoración: Bueno ✮✮✮✩✩
Música: Labyrinth, de Hans Werner Henze ♪♪♪
Portada del libro El pesquero, de Takiji Kobayashi.

Takiji Kobayashi fue un comunista convencido que murió por sus ideas, ya que le mató la policía secreta japonesa en 1933.

Y lo que hizo fue poner su talento narrativo al servicio de la causa. Para ello, escribió El pesquero.

Un barco dedicado a la captura y envasado de carne de cangrejo ha de navegar hacia el norte, donde la dureza de las condiciones laborales se cobra su tributo en la salud e incluso la vida de los marineros. Un destructor de la Marina Imperial vigila para que nada se salga de sus cauces.

Pero los hombres que aún no han caído, hombres sencillos que habían aceptado los riesgos por llevar el sustento a sus familias, empiezan a conspirar. Quizá no deberían pagar ese precio tan alto.

El posicionamiento del autor a la hora de transmitir simpatías y antipatías está claro. En esta novela hay trabajadores que desean abrazar su misma causa política y sólo necesitan guías que les muestren el camino. Otros temen arriesgar lo poco que tienen, de lo que se aprovechan patrones sin escrúpulos.

Y un poco más allá, figuras en la sombra mueven los hilos, convirtiendo el sudor y la sangre en su oro.

Sin embargo, no se trata de un panfleto. Nada de maniqueísmo. Buenos y malos son como los personajes de cualquier relato, y el conjunto es perfectamente creíble.

En resumen, un título cuyo retorno a la luz merece la pena.


domingo, 20 de febrero de 2011

Cuestión de tiempo

Gotas de agua golpeando.

La gota cae,
resbala,
encuentra el punto exacto,
se detiene.
Horada.
Sin oposición, sin resistencia.
La piel es demasiado débil.
La atraviesa.
Lenta.
Fría.
Increíblemente fría.
No existen palabras para describir su frialdad.
Se acerca.
Cada golpe que resuena contra el pecho
le va indicando el camino.
Y al final...
Alcanza su meta.
Sólo era cuestión de tiempo.

domingo, 13 de febrero de 2011

Fiesta para una mujer sola

Clave de lectura: Vidas destinadas a no encontrarse se cruzan sin embargo en Tánger.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: Danse de l’âme, de Driss El Maloumi y Hesperion XXI ♪♪♪
Portada del libro Fiesta para una mujer sola, de Ángel Vázquez.

Fiesta para una mujer sola, de Ángel Vázquez, es una novela que no puede pasarse por alto. ¿Razones?

Primero, por méritos puramente literarios. Por su hábil estructura, su riqueza expresiva, sus diálogos, su capacidad para conseguir que el lector se sienta inmerso en los ambientes y en los estados de ánimo de los personajes.

Segundo, porque fue mal vista por la censura cuando se publicó en 1964 y, si no prohibida, al menos obstaculizada en un intento por desterrarla al olvido. Había algunos a quienes su canto a la libertad resultaba incómodo.

Paula está casada con Derrik, un inglés acomodado, pero únicamente por conveniencia social. A los cincuenta años, la monotonía la rodea en su presente, su pasado y su futuro. Sólo sobrevive organizando fiestas para invitados tan contenidos como ella misma.

Damián desea ver mundo y acepta un traslado laboral desde Madrid, donde vive con sus dos tías solteras. Mucho más joven que Paula, él desea sin embargo la soledad, algo difícil de conseguir cuando se es un hombre atractivo, un polo que atrae con fuerza a los demás a su alrededor.

El encuentro de ambos tiene lugar en Tánger. Javier, quien ya de adolescente había presentido que no era como los demás. Julieta Grisson, risueña dama anacrónica. Santi, el diplomático. Nadia e Irene, las amigas de Paula... Todos acompañarán a los protagonistas en un juego marcado por fronteras que saben que no deberían cruzar.

Insisto, hay que hacerle justicia al autor y leer este libro es un buen comienzo.


jueves, 27 de enero de 2011

Schubertiada III

Velos y luces apagadas.

Contemplo de nuevo mi reflejo en la ventana. Le pido en silencio una luz ya perdida.

Y sus labios se mueven en respuesta: Du Doppelgänger!, du bleicher Geselle!

Pálido compañero…

domingo, 23 de enero de 2011

Schubertiada II

Vidrios rotos en puerta antigua.

Recuerdo el salón de actos. Recuerdo al pianista, el leve movimiento de cabeza que hizo hacia mí.

Recuerdo que empecé a cantar: Das Wandern ist des Müllers Lust...

Recuerdo. Pero miro las imágenes de aquel día y no lo entiendo.

Soy yo… y no lo soy. Un extraño ha usurpado mi rostro, mi sonrisa torcida, mi voz.

Como si muchas vidas hubieran dejado sus pátinas sobre un cristal antes transparente.

jueves, 20 de enero de 2011

Schubertiada

Piano-macetero urbano.

La veía a diario. Era maravillosa.

Siempre supo que no iba a corresponderle. Al fin y al cabo, ella era una condesa.

Y él...

Pobre Franz.

domingo, 16 de enero de 2011

La guerra de la Cochinchina

Clave de lectura: Una guerra olvidada de los españoles en Vietnam.
Valoración: El tema, interesante. El estilo, pesado ✮✮✮✩✩
Música: Luisa Fernanda (Romanza), de Federico Moreno Torroba ♪♪♪
Portada del libro La guerra de la Cochinchina, de Luis Alejandre Sintes.

Retrocediendo siglo y medio en el tiempo, al emperador vietnamita Tu Duc no se le ocurrió otra cosa que proscribir a los misioneros cristianos en su territorio, empezando por un obispo español al que envió a mejor vida. Según se mire, claro...

Su homólogo en el trono galo, Napoleón III, que precisamente estaba buscando terrenos por la zona, pensó: ¡Mon Dieu, aquí tenemos una oportunidad de grandeur!

Así que le pidió un favor a nuestra Isabel II. Total, no te cuesta nada, préstame unos regimientos, que en tres o cuatro meses lo tenemos solucionado. Si es casi una misión divina, anda, anda, ¿oui?...

Y para allá que se fue la tropa, a desembarcar en Da Nang al mando del coronel Palanca.

Así comenzamos el libro de hoy: La guerra de la Cochinchina, de Luis Alejandre Sintes.

El caso es que llegaron y hala, al fregado. Pero de meses, nada: cuatro años se pasaron cubriéndose de heroísmo... y de bichos selváticos, mientras los gobiernos de Madrid iban cambiando y olvidándose del asunto. ¿Cómo? ¿Que quién está dónde?

En consecuencia, las pagas no llegaban, y al coronel lo único que le quedaba era protestar porque los aliados iban plantando la tricolor y diciendo: Esto para el tío Napo, y esto, y esto, y esto, merci, mon ami.

Al final se firmó un tratado de paz que incluía el regreso de los misioneros para reparar el honor patrio y el protectorado de París para todo lo demás. Otra guerra a las estanterías de la historia, sección «A» de absurda.

Desde el punto de vista divulgativo, el volumen de Alejandre es de agradecer. Como punto fuerte, está muy documentado en cuanto a los personajes, las unidades y las acciones, sin descuidar al mismo tiempo una visión de conjunto sobre el colonialismo decimonónico.

El problema es la forma de escribir del autor, un estilo poco ágil, con tendencia a la dispersión, a las repeticiones desordenadas y por ello, en algunos de sus capítulos, lindando peligrosamente con la monotonía.

Lástima, nadie es perfecto.


sábado, 1 de enero de 2011

Año nuevo

Globos ascendiendo.

2011. Os deseo...

Que encontréis lo que buscáis.
Y si no sabéis lo que buscáis, que ese algo os encuentre a vosotros.
Que nadéis en el aire, caminéis por los mares, respiréis de la tierra.
Porque la libertad, a menudo, significa atreverse a soñar.
Que no queráis ser perfectos, sólo humanos, incluso si cometéis errores.
Y a pesar de ellos, que vuestra mirada en el espejo os devuelva una imagen limpia.
Que al encajar un golpe, tengáis presente que no será el primero ni el último.
Y aunque duela, no os rindáis, porque sólo el último es el que podrá derrotaros.
Que améis y seáis amados.
Y si no hay suerte, que por intentarlo no quede.
Que consigáis ser felices. Un poco al menos.
Vivir. Nada más. Buen año.