El compositor intenta crear. Quiere escribir una ópera. Miles de notas, miles de texturas, miles de líneas, armonías, instrumentos, mundos inabarcables de posibilidades sonoras entrecruzándose en su mente...
Su mujer aparece en la habitación, seguida de dos operarios de mudanzas. De entre los pájaros disecados que cubren la pared, va seleccionando aquellos que quiere llevarse. Le reprocha al compositor que sólo le importe su trabajo y le recuerda que, en tanto no se firme el acuerdo de divorcio, todo lo que él haga le pertenece también a ella.
Y cuando muera, se encargará de destruirlo. El mundo perderá la memoria de quién ha sido.
En el ordenador suena el aviso de un correo electrónico. Alguien desconocido envía al compositor una imagen de la misma partitura que acaba de anotar. Pero... ¿cómo es posible? Y a continuación de la misma, una página nueva. Una página en blanco.
Ni siquiera su mejor amigo, un experto informático, puede ofrecerle una explicación. Pero tiene que tranquilizarse, porque enseguida va a conocer a la protagonista de su ópera, una joven soprano que le ha sido impuesta por el director del teatro.
Ensayan. Ella lee, canta y no comprende. ¿Cuál es el problema?, pregunta él. ¿Qué simbolos son los que no entiende? No sé dónde está el alma de esta música, responde ella.
Él quiere volver a verla. Ella le promete que se encontrarán siempre que lo necesite.
Ha pasado un tiempo. En una especie de sótano, el director del teatro acude a su cita con la cantante: ¿por qué esa llamada tan urgente? Ella duda de poder continuar con su misión, el compositor se muestra cada vez más atraído.
¡Perfecto entonces! Todo transcurre como esperaban. Ella protesta, no quiere herirle así. Pero no es momento para dudas, necesitan que termine la ópera. El amigo del compositor se une a ambos. Y también su mujer. Trae a un periodista, muy interesado en formar parte de sus planes. De la conspiración...
Imágenes sacadas de un cuadro de El Bosco se ponen en movimiento. Pequeñas formas de pesadilla. Las palabras latinas del Apocalipsis resuenan, pronunciadas por múltiples voces. Primero desde arriba, más tarde desde la profundidad.
El compositor sigue recibiendo los correos anónimos. Nadie ha estado en su casa durante semanas, y sin embargo le envían exactamente aquello que acaba de escribir. Y siempre, acompañándolo, una página en blanco. Quizá haya dispositivos ocultos que le vigilan.
Su amigo le insta a utilizar un autómata, un robot. ¿Qué es lo que sabe hacer? No sólo las mismas cosas que podría hacer él mismo, sino... todo aquello que apenas puede soñar. Es un ser avanzado. Es perfecto. Es superior.
Avanza, avanza, avanza. La inspiración le desborda. Siente como nunca antes había sentido. La cantante, somnolienta, le pide que vuelva a la cama.
Se ha enamorado de ella.
Cuando la ópera está finalizada, todas las energías de su vida han confluido en ese punto. La ópera y ella son una misma cosa. Cuánta esperanza, cuánto futuro dentro de su habitación blanca.
En otro sótano, el compositor aparece sujeto a una extraña silla, con la cabeza vendada. El amigo, el director del teatro, su mujer, el periodista, se congratulan del resultado. Tienen la partitura en su poder. Es algo histórico.
En adelante tendrán acceso a la creatividad de los grandes genios... aunque su conciencia los haya abandonado.
Desde que el compositor sufrió el accidente y quedó en coma irreversible, ya no había esperanza. Pero con los neurotransmisores conectados a su cerebro, con el mundo de realidad virtual creado especialmente para él, y sobre todo con la motivación adecuada...
Porque es sabido que la fuerza más poderosa, la que es capaz de activar el pensamiento de una persona hasta sus niveles máximos, es el amor.
Todos felicitan a la joven y eminente doctora que ha sido la pieza clave en el proceso.
Lástima que el cuerpo del compositor ya no sea útil. Pasará a la sección de investigación.
Aunque ella no parece contenta. Desata las correas. La doctora. La cantante. La amada.
Los atados son ahora los demás, protagonistas de la ópera imaginada por el compositor. Vuelven a moverse las extrañas figuras de El Bosco. Vuelve a sonar el coro de voces del Apocalipsis.
No todos los días puede uno asistir al estreno de una ópera. En mi caso, ha sido La página en blanco, de la polifacética artista Pilar Jurado. Compositora, escritora del libreto, soprano... Una historia sorprendente. Una música de gran fuerza expresiva. Un privilegio haber estado allí.