Te acercas caminando.
¿Sobre la tierra? ¿Sobre el aire?
Mi mirada encuentra la tuya
una fracción de segundo.
Te alejas caminando.
¿Sobre el aire? ¿Sobre la tierra?
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Te acercas caminando.
¿Sobre la tierra? ¿Sobre el aire?
Mi mirada encuentra la tuya
una fracción de segundo.
Te alejas caminando.
¿Sobre el aire? ¿Sobre la tierra?
Imaginarse a una persona a través de sus palabras, esperarlas con impaciencia, enamorarse de ellas... Algo así es lo que les ocurre a los protagonistas de esta novela de Daniel Glattauer: Contra el viento del norte.
Emmi y Leo lo tienen todo más o menos encauzado. Ella, diseñadora gráfica, se encuentra casada con su antiguo profesor de piano. Él acaba de salir de una relación tormentosa y se concentra en su trabajo en la universidad.
Un día, Emmi equivoca el correo electrónico donde solicita la baja de su suscripción a una revista. Leo responde, iniciándose así un intercambio de mensajes.
Y llegan a abrirse tanto el uno al otro que temen encontrarse físicamente, por si las imágenes que se han formado en sueños no se correspondiesen con la realidad. Hasta que ya no pueden más. Entonces...
Para apreciar el libro hay que partir de sus buenas intenciones, es decir, creer en el azar, en que es posible que de la indiferencia surja el más poderoso imán, que el sentido de la vista pueda ser dejado de lado y, sobre todo, que se pueda tener miedo al amor.
Y aunque no se trata de la octava maravilla literaria, ni muchísimo menos, y de la prevención que suelen causarme los superventas, este me pareció agradable. Tiene un final abierto y precisamente acaban de publicar la segunda parte. A ver si para Reyes...
Al despertar, la lluvia, el frío, la oscuridad, se alejan al otro lado del vidrio.
Hoy hallaré la luz y el color de las hojas de los árboles.
Volvía caminando a casa aquella madrugada y se me ocurrió atajar por el parque.
Más que las raquíticas farolas dispersas aquí y allá, arrancando sombras chinescas de los árboles, era la luna llena la que me guiaba. Un silencio total.
De repente, noté los síntomas. ¿Por qué sudaba de esa manera, por qué esos temblores, ese vello erizado?
Miré alrededor con alarma: nadie. ¿De verdad no había ojos ocultos observando? Mis pasos se hicieron de plomo. ¿Y si por una vez no luchaba contra ello?
¿Y si dejaba salir a la fiera que vive en mi interior?
No pude contenerme más. Sin otros testigos que pudieran acusarme, las lechuzas, los somormujos, puede incluso que alguna ardilla en duermevela, sufrieron las consecuencias de la transformación.
De mi garganta brotaron los primeros sonidos: la, la...
Laralalera, laralalaaaa, laralalera, laralalaaaa, largo al factotum della città, largoooo, laralalaralalaralalaaaaa...
Hoy nos acompaña un maestro «de los de antes»: Lajos Zilahy, con su novela Primavera mortífera.
Se trata de una extensa carta que el protagonista, de quien nunca llegamos a saber el nombre, dirige a un amigo de su infancia.
Le ha visto llegar al mismo hotel donde él se aloja, ha reconocido a la mujer a su lado como aquella chiquilla que fue compañera de juegos de ambos y, en lugar de saludarlos, ha corrido a ocultarse, a redactar para ellos sus últimas líneas a la luz de una lámpara.
Porque, cuando llegue el alba, quiere pegarse un tiro en el corazón.
Un joven apuesto, terrateniente acaudalado en la Budapest imperial, miembro de la élite, con una prometedora carrera en ciernes... ¿Qué le impulsa a tomar tal decisión? ¿Quizá Edit von Ralben?
Rememora el momento en que se cruzó con ella en la escalera de casa, la fiesta a la que pudo hacerse invitar, sus primeros paseos en el monte Gellért, arropados por la complicidad de la madre, la primera vez que apoyó la cabeza en su regazo, la primera vez que la vio desnuda...
Y también, la primera vez que la vio hablando con el conde Ahrenberg. ¿Su rival?
A partir de aquí su existencia empieza a desmoronarse: juego, deudas, desprecio social... Hay una posibilidad de salvación cuando entra en escena Józsa, que arrastra sus propios secretos. Ella le ama, pero, ¿será eso suficiente?
Venga, que es una novela estupenda, de verdad, hacedme caso, no os lo penséis más. Vuestro destino es leerla.
Sube al vagón y se sienta a mi lado. Abre la tartera y empieza a comerlas, al principio deprisa, casi con ansia. Luego más lentamente, como si su sabor le susurrase algo al oído.
Moras. Negras, maduras, dulces. Ecos de mis veranos infantiles en Pimiango. La misma avidez al cogerlas de los zarzales, la misma calma después.
Veo el camino que abandona las últimas casas, bordeando las cercas de piedra, los campos de maíz, los prados de manzanilla. Veo las moras que brotan silvestres en las lindes.
Ya estoy cerca del acantilado. Enfrente de mis ojos, el mar. Más allá, la torre del faro. A mi espalda, en el horizonte, se dan la mano las cimas de las montañas.
Si continúo caminando llegaré hasta la vieja ermita, junto a la cueva con dibujos en las paredes: peces, ciervos, búfalos, caballos, un mamut con su nítido corazón...
Y cruzando el bosque, junto a los regatos, las ruinas de arcos medievales se alzan como si fueran sillares de un castillo donde poner a prueba mi espada de madera, la que me ha tallado el abuelo.
He llegado ya a mi estación, me levanto para salir. Miro a la desconocida. Las moras descansan aún en su regazo y sonríe levemente, con los ojos entrecerrados. ¿En qué piensa?
Me gustaría llevar en este momento una cámara mágica. Una que pudiera sacar una imagen de nuestro interior.
Omóplato u omoplato
Del lat. omoplăte, y este del gr. ὠμοπλάτη.
1. m. Anat. Cada uno de los dos huesos anchos, casi planos, situados a uno y otro lado de la espalda, donde se articulan los húmeros y las clavículas.
2. Sobre el mar de tu espalda, junto al borde del mundo de tus hombros, dos olas. Cuando mueves los brazos se alzan interrogantes, inquietas, alegres, y luego vuelven suavemente a caer. Qué mano pudiera acercarse a ellas, nadar entre ellas, trazar sobre ellas círculos de espuma...
—One dollar, sir, one dollar, you get one, two, three, four, five, five for one dollar...
Y tú continúas tu camino, no has venido hasta el otro lado del mundo para comprar pulseras con cuentas de madera, quieres ver piedras, templos, palacios, construcciones de leyenda en medio de la selva.
—Monsieur, monsieur, très beaux, très beaux, un, deux, trois, quatre, cinq... Très beaux.
Vaya, también habla francés, es una cría muy espabilada. Consigue sacarte una sonrisa mientras trota a tu lado con su pequeña cesta de abalorios.
—Señor, un dólar, muy bonitas, señor, una, dos, tres, cuatro, cinco, sólo un dólar, señor.
Y te detienes, y parece contenta de haber dado por fin con el idioma adecuado, y se pone en la muñeca los adornos para mostrarte qué bien quedan. Y sigue contando: una, dos, tres, cuatro, cinco... por un dólar.
Y el sagrado papel con la efigie de Washington sale de tu cartera y a ella se le ilumina la mirada cuando lo depositas en su mano, y te hace una reverencia, muchas gracias, señor, y se va para entregárselo a alguien a quien no ves.
Y eres tú quien de los dos se siente más pobre por dentro.
Nuestro libro de hoy comienza cuando Lukas cumple seis años. Sus padres, Axel y Beatrice, le regalan a Noche y él se compromete a cuidarlo responsablemente.
Aunque su hermano mayor, El Torbellino, no piensa ayudarle. Al contrario, para hacerle rabiar preferiría que echaran al intruso de casa.
Y un día, al despertar, ha desaparecido.
Beatrice intenta tranquilizar a Lukas: no puede haber ido lejos, porque está lloviendo y todos saben que a los gatos no les gusta mojarse. Pero, ¿y si el suyo fuese especial?
¿Y si hubiera viajado al País de la lluvia, dentro de una gota de agua gigante? Al menos, esa es la versión de Axel.
No, seguro que es un cuento, ha de recuperar a su mejor amigo como sea. Colocará carteles en todo el barrio ofreciendo un millón de recompensa, aunque primero tenga que averiguar cómo se escribe esa palabra.
O más. Si es necesario se escapará con su almohada y dos bocadillos metidos en la mochila del colegio, para seguir buscando.
El gato al que le gustaba la lluvia, de Henning Mankell. ¿Literatura infantil y juvenil? Bien, de acuerdo. ¿Infantiloide? En absoluto.
Mankell sabe lo que se hace, tanto en sus famosos títulos policíacos como en sus demás registros. De hecho, puede dirigirse a cualquiera que no tema leer con otros ojos.
Tal como nota Lukas, «los padres piensan más despacio que los niños y a veces les cuesta entender cosas sencillas».