Nuestro mundo busca la felicidad por vías de lo más insospechadas.
Los automóbiles, los pasteles, la cerveza…
El amor, la playa, los refrescos de cola…
El rock, los cigarrillos, las rubias de falda corta encima de poderosas máquinas…
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Nuestro mundo busca la felicidad por vías de lo más insospechadas.
Los automóbiles, los pasteles, la cerveza…
El amor, la playa, los refrescos de cola…
El rock, los cigarrillos, las rubias de falda corta encima de poderosas máquinas…
Su música: muchas veces, una mano en el hombro.
El antídoto para el odio y también para la amargura.
(En recuerdo de Chick Corea).
Resulta difícil enclaustrar detrás de etiquetas y clasificaciones la música de Ara Malikian para su estupendo último álbum, Royal Garage.
Y del todo innecesario.
En el conjunto de la obra de Joseph Roth, Las ciudades blancas es un libro pequeño tanto por su brevedad como por su importancia relativa. Habría de tardar muchas décadas en ser publicado tras su gestación.
Después de la Gran Guerra, el autor viaja a la Provenza. Huye de un mundo gris y devastado. Quiere conocer Lyon, Vienne, Tournon, Aviñón, Les Baux, Nimes…
Entra en ellas y recorre sus calles, sus plazas, sus monumentos. Observa a quienes las habitan. Camina por el tiempo, por el presente y el pasado.
Y escribe. Escribe…
Lo que ve y lo que siente.
Las voces de los antiguos romanos, las canciones de los trovadores medievales, la poesía de Mistral…
Ecos que aún resuenan en lugares donde el sol y el amor son fuentes de vida.
Donde «cada persona, joven o vieja, lleva cinco razas en su sangre, y cada individuo es un mundo de cinco continentes». Donde «todos entienden a todos, y la comunidad es libre, no obliga a nadie a adoptar una postura determinada».
Y gracias a un libro tan pequeño, nuestra ilusión se hace un poco más grande.
¿Música para el día 21 del año 21 del siglo 21?
Sí, claro, el Concierto para piano nº 21 de Mozart.
Nieve. Frío.
Nieve y frío a nuestro alrededor y el King Arthur de Henry Purcell.
Cold Song...
Charlando en cierta ocasión con alguien de planteamientos políticos muy alejados de los míos, me hizo una curiosa pregunta.
«¿Qué entiendes por democracia?».
Me quedé chocado. ¿Acaso podía ser democracia una palabra polisémica, como cubo, hoja o pico?
En aquel momento contesté con una retahíla de características: reglas de participación, derechos, instituciones, responsabilidades… Todo lo que tendría cabida en un manual de teoría del Estado.
Pero creo que no di en el clavo.
Porque una cosa son las cualidades y otra la esencia.
La democracia es, ante todo, una convicción espiritual. Una fe, si se quiere.
Un «algo» casi tan inclasificable como la amistad o el amor.
Un deseo por el bien común, con sacrificio voluntario de parte del bien personal.
Y diferente a la dictadura de los votos, dicho sea de paso.
Cuando el bien común se convierte en una frase de boquilla, un eslogan, cuando nos aprovechamos del sistema para favorecer intereses espurios, cuando hacemos aspavientos en nombre del progreso, la libertad, la patria o cualquier otro seudovalor para camuflar un simple y llano «ahora mando yo, os vais a enterar»…
Se acaba asaltando el Capitolio y lo que haga falta.
¿Qué mensaje me gustaría escribir hoy, en la primera entrada del año?
Algo que simbolizara la idea de un nuevo comienzo.
Quizá baste con una imagen. Una sencilla: la puerta de cierta cafetería frente a la que pasé una vez.
2021 ante nosotros…
Hubo una ciudad bajo tierra. Muy antigua.
Túneles laberínticos, piedra horadada centímetro a centímetro.
Alguien había vivido ahí, buscando protegerse.
Yo alcé la vista desde esos mismos túneles.
Por aquel pozo vi que iluminaba el sol.