En mi imaginario, yo tenía a Albert Boadella como un irreverente. Un autor que se vale de la sátira en sus obras para desnudar miserias.
Pero aún me faltaba por agradecerle su nivel de compromiso con la verdad.
Porque Boadella cuenta verdades. De esas bien gordas, de las que exclamas: ¡pero si la Tierra es redonda! Y, sin embargo, hay quienes se inventan un mundo teocrático paralelo.
Una de las virtudes de ¡Viva Tabarnia! consiste en tratarse de un testimonio de primera línea. El de alguien que ha tenido que «exiliarse» como adversario de los delirios supremacistas de una parte de la sociedad catalana, que han desembocado en el intento de asalto a la soberanía democrática.
Otra, igual de importante, es su sello, el sentido del humor. La constatación de que podemos reírnos de todo ese absurdo sin dejar de combatirlo.
Y el tercer elogio es su convencimiento de que no es demasiado tarde, de que, aunque muchos habían permanecido en silencio por miedo a significarse contra la degradación, eso se ha acabado.
Está claro lo que nos jugamos: su analogía con la toma del poder por los totalitarismos en la Europa del pasado siglo no puede ser más acertada.
En suma, un ensayo impecable, cuyo contenido llama a la puerta de la conciencia ética.