Tengo frío. Me tiemblan las manos.
Mientras tanto, otras manos sostienen un anhelo de papel.
Breve llama.
El anhelo prende el aire.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Tengo frío. Me tiemblan las manos.
Mientras tanto, otras manos sostienen un anhelo de papel.
Breve llama.
El anhelo prende el aire.
Es enero de 1943 en el frente de Leningrado y un oficial español aparece sin vida bajo circunstancias que apuntan a un asesinato. Así que se encarga a un soldado, Arturo Andrade, asistido por el sargento Espinosa, que busque al culpable.
Su mérito: haber solucionado tiempo atrás como inspector de policía la desaparición de un cuadro del Prado.
Pero todo ha cambiado desde entonces. Tras la condena por un crimen que él mismo cometió, a cambio de la amnistía ha sido obligado a servir en la División Española de Voluntarios.
Y según van aumentando las víctimas, empieza a darse cuenta de que el enemigo puede surgir de la nada, en cualquier momento..., y no está claro con qué uniforme.
El tiempo de los emperadores extraños, de Ignacio del Valle: obra de detectives y suspense en un entorno inusual.
El autor consigue trasladarnos muy bien el sufrimiento de la guerra, tanto físico como psíquico, agudizado por el espantoso frío bajo el que han de sobrevivir los personajes. El final resulta inesperado y el conjunto más que convincente.
Se comete un crimen que parece un accidente y la protagonista insiste en investigar más a fondo que la policía. Sus sospechas nacen del particular conocimiento que tiene sobre la superficie por donde había caminado la víctima: la nieve.
Un conocimiento milenario, adquirido por una herencia cultural que las autoridades danesas siempre se han esforzado en borrar.
Esta obsesión por descubrir la verdad la llevará desde Copenhague hasta su lugar de nacimiento, Groenlandia, donde alguien no quiere que el resultado de unas presuntas expediciones geológicas salga a la luz.
¿Quién será el asesino que ahora también la acecha? ¿Podrá ella librarse durante la búsqueda de los propios fantasmas que la atenazan desde su niñez?
Tensiones dosificadas, personajes creíbles y buena ambientación. Puede que el final mereciera estar un poco más logrado, pero vaya...
La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, de Peter Høeg.
Cruzo el portón.
Camino junto a las vías.
Me doy la vuelta.
Y algo que no sé nombrar, que ni siquiera creo que tenga una palabra en ninguna lengua de la humanidad...
Algo condensado en una sola imagen frente a mis ojos...
Me rasga por dentro.
Dicen que el mundo se divide en dos: murakamistas y no murakamistas.
Y yo intento mantener un equilibrio zen, pero...
Soy murakamista. A mucha honra.
Por eso se me iluminan los ojos cuando empiezo a distinguir los contornos de estos relatos, las raíces que entrelazan sus cimientos, los hilos que sostienen sus paredes.
Esas atmósferas que casi puedes tocar. Que rozan tu piel mientras lees.
Aunque, para ser sinceros, no siempre tengas del todo clara cuál es la historia que te están contando. ¿Qué importa?
Porque al final... El elefante desaparece.
El de Haruki Murakami, por supuesto.
Quieres escribir un libro. Muy bien, ¿por dónde empiezas?
De entrada, qué curioso, escoges un argumento que no parece dar para mucho.
Un predicador siente que el final se acerca y escribe a su hijo cartas sobre su vida, sus pensamientos, sus inquietudes, la relación con su propio padre, con su abuelo, su mujer, su mejor amigo...
Pones a los personajes en un pueblucho de Iowa. Lo más lejos que llegan a viajar es a otro pueblucho de Kansas.
Tienes que rellenar la historia con recuerdos desde los tiempos de la Guerra Civil hasta los de Eisenhower.
Y con esos mimbres supuestamente tan finos, tu imaginación se pone a trabajar.
Te llamas Marilynne Robinson, se me olvidaba mencionarlo, y te sale una novela preciosa: Gilead.
¿Cómo lo has hecho?
El guardia de seguridad aparece corriendo a mi espalda. Quiere saber por qué he hecho esta foto.
Yo, confundido, le hablo del estanque, los árboles, los reflejos al amanecer...
Él me habla de alertas, de infraestructuras, de los peligros del mundo...
Hacer fotos resulta sospechoso.
Mañana abriremos los ojos y nuestro increíble mundo azul seguirá ahí.
Alrededor de nosotros. Dentro de nosotros.
Así que dejemos de lado los problemas que ayer no conseguimos solucionar, los sinsabores de hoy.
Tendámosle la mano a ese mañana.
Y, ¿quién sabe?
Feliz 2018.