Nueva lectura que va a parar al grupo de las de «no lo tengo muy claro», las que reparten alegrías y tristezas por igual.
Y eso que en gran parte cumple su objetivo, lo reconozco. El hombre anumérico, de John Allen Paulos, alerta con convicción de las consecuencias de vivir de espaldas a las matemáticas.
Suena a tópico, pero a menudo, para justificar una actitud escapista, decimos que somos «de ciencias» o «de letras». Como si entender el grado de fiabilidad de una encuesta tuviera que ser virtud de los primeros y escribir sin faltas de ortografía de los segundos.
Paulos ilustra con casos prácticos el rechazo popular a los números, el anumerismo, en un mundo que, por el contrario, rebosa de sus aplicaciones.
Nuestra dejadez podría impedirnos discernir que, aunque un suceso A esté correlacionado con otro B, no significa que A sea la causa de B.
O que tomar una decisión A, porque de alguna forma nos la presenten con ropajes más atractivos, puede perjudicarnos probabilísticamente en comparación con la B.
O que, en la tesitura de elegir entre las candidaturas de A, B y C, según se ordenen las preferencias al votar, podría resultar vencedora… la menos deseada.
En este sentido, como decía, el autor se muestra convincente. La ignorancia matemática voluntaria, aun en personas de formación académica avanzada, nos hace más manipulables. Hay que intentar perder el miedo.
Supongamos que haya un análisis para detectar el cáncer con una fiabilidad del 98 por ciento; es decir, si uno tiene cáncer el análisis dará positivo el 98 por ciento de las veces y, si no lo tiene, dará negativo el 98 por ciento de las veces. Supongamos además que el 0,5 por ciento de la población —una de cada doscientas personas— padece verdaderamente cáncer. Imaginemos que uno se ha sometido al análisis y que su médico le informa con tono pesimista que ha dado positivo. ¿Hasta qué punto ha de deprimirse esa persona? Lo sorprendente del caso es que dicho paciente ha de mantenerse prudentemente optimista. El porqué de ese optimismo lo encontraremos al determinar la probabilidad condicional de que uno tenga un cáncer sabiendo que el análisis ha dado positivo [¡aproximadamente el 20 por ciento!].
El problema por el que me resisto a darle buena nota es que, ejemplo tras ejemplo tras ejemplo dando vueltas sobre los mismos temas, el libro llega a resultar… En una palabra: pesado.
Exceso de argumentación, qué paradoja. El demonio del aburrimiento sonríe al acecho. Cosquilleo de tentaciones para avanzar entre sus páginas «en diagonal».
Pero a mí ni caso, ¿eh? Ojalá continúe siendo el superventas que se publicita y su éxito aproveche a los lectores.