Tiempos curiosos, estos.
Tiempos en que los nazionalistas, para insultar a quienes defendemos la Constitución y el Estado de Derecho, nos llaman «fascistas».
Qué poso de negrura en su corazón.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Tiempos en que los nazionalistas, para insultar a quienes defendemos la Constitución y el Estado de Derecho, nos llaman «fascistas».
Qué poso de negrura en su corazón.
Nadie se movía al final del concierto. Todos queríamos que cantara otra.
Por fin, una voz pidió: «¡Quién fuera!».
Y la respuesta de Silvio fue: «Quién se acordara...».
La dupla perfecta: película favorita, banda sonora favorita. Del gran Alex North, concretamente.
Espartaco.
Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny, ópera de Kurt Weill con libreto nada menos que de Bertolt Brecht.
Estrenada en 1930 y prohibida al poco en Alemania ya os imagináis por quién.
Así suena Alabama Song.
Este es hoy nuestro mundo.
Había un niño
y una tela de araña
que esperaba oculta.
Aguijón, veneno.
Antes podíamos gritar,
ahora ya no.
Este es hoy nuestro mundo.
¿Cómo no sentir ahogo cada vez que se anuncia un nuevo caso de abuso, de violencia o de asesinato machista?
Pocos criminales tan cobardes como aquellos que se creen dueños de otra persona, arrancando todo el significado de la palabra «amor».
Y nos fijamos solo cuando es tarde, pasando a menudo por alto lo que está ahí, ahí mismo, no tan larvado.
No hace falta esperar a un día de marzo para ponerse en pie.
Porque en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo, la vida de cualquier mujer no disfruta del mismo valor que la de cualquier hombre.
Como si la humanidad tuviera que pagar un tributo doliente a nuestra propia idiotez.
¡Que le corten la cabeza!
¡Chas! Y dejaron sin ideas a san Emeterio.
¡Chas! ¡Chas! Y lo mismo a san Celedonio, que pasaba por allí. Tenían un sentido del humor estos romanos...
Pero había en esas cabezas un no sé qué, caramba. Cuando llegaron los agarenos, siglos más tarde, alguien pensó que debían salvarlas.
¿Qué mejor opción que meter las reliquias en una barca... de piedra y empujarla hacia la corriente? Hala, a navegar, a navegar.
Noto a un par de visitantes del blog escépticos. ¿Por qué se iba a hundir una barca de piedra y no un acorazado de chorromil toneladas? Dichoso Arquímedes…
El caso es que llegó sin motor a la costa de Pimiango. Ahí vararon sus sólidos fondos.
Et voilà. Día de fiesta grande. Ermita, ramo, pericote, san Emeterio gloriooooosooo.
De acuerdo, parece que luego se llevaron a los dos a Santander, que es puerto principal, Portus Sanctorum Emeterii et Celedonii.
Pero adonde quisieron venir primero fue a Pimiango. Y punto.
Otra recomendación de parte de las corcheas del blog: Batalla imperial, de Joan Cabanilles.
Algunas veces, tampoco demasiadas, justo después de terminar una novela te preguntas a ti mismo: ¿qué acabo de leer?
Y te quedas pensativo, absorto, muy «dentro» aún de esas páginas.
Es el caso de La voz dormida, de Dulce Chacón. Una historia tan vívida, tan cercana, tan surcada de claroscuros…
La historia de unas mujeres en la posguerra española, supervivientes, encerradas en prisiones de rejas que aferran con sus manos y rejas del espíritu. Imposible respirar tras ninguna de ellas.
Mujeres osadas y sometidas al temor.
Insisto: contada con esa desbordante riqueza de expresión y de registros…
Algunas veces, tampoco demasiadas, te sientes afortunado por haber abierto un libro como este.