viernes, 3 de abril de 2009

Relato soñado

Clave de lectura: ¿Qué caras de la pareja se esconden tras los antifaces?
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: Suite de jazz nº 2 (Vals), de Dimitri Shostakovich ♪♪♪
Portada del libro Relato soñado, de Arthur Schnitzler.

Arthur Schnitzler sitúa los carnavales como fondo panorámico de su novela Relato soñado.

Fridolin y Albertine, feliz pareja vienesa, han estado en un baile de disfraces, y entre ostras, champán y desconocidos insinuándose tras el anonimato del antifaz, la vuelta a casa acaba en pasión arrebatadora.

Llegado el momento de las confidencias, se cuentan fantasías que cada uno ha tenido con terceros, como ese apuesto joven o la bañista con quienes se cruzaron brevemente durante unas vacaciones.

Tonterías, simples escarceos oníricos que deberían ser motivo para la sonrisa cómplice, pero que se convierten en una punzante sombra sobre su estabilidad marital.

A partir de entonces, con las fronteras entre la ensoñación y la vigilia completamente desdibujadas, Fridolin se arriesga de forma impensada en encuentros con diversas mujeres, que nunca pasan del estado de las palabras, las dudas y los deseos soterrados.

Hasta que un antiguo compañero de facultad le proporciona la contraseña para entrar en determinada casa donde le han contratado para tocar el piano con una venda sobre los ojos.

Allí se celebra una fiesta especial para unos cuantos elegidos, ocultos de nuevo bajo las máscaras. En caso de ser descubierta su intrusión, tendría serias consecuencias, pero se siente incapaz de escapar cuando aún está a tiempo, porque... allí la conoce a ella. A ella...

Fridolin estaba como borracho, no sólo de ella, de su cuerpo perfumado, de su boca al rojo, no sólo por la atmósfera de aquella sala, por los secretos voluptuosos que lo rodeaban…; estaba ebrio y sediento a la vez de todas las experiencias de aquella noche, ninguna de las cuales había terminado; de sí mismo, de su audacia, de la transformación que sentía en su interior. Y rozó con las manos el velo que envolvía la cabeza de ella, como si quisiera quitárselo.

Bien, al principio puede parecer poco consistente que los sueños confesados por cada protagonista desencadenen esa extraña fiebre en Fridolin, pero acabamos creyéndolo y siguiendo sus andanzas con verdadera ansia, hasta un final que, evidentemente, no se trata de desvelar aquí.

Estupendo libro.


miércoles, 25 de marzo de 2009

El Kama Sutra de la oficina

Clave de lectura: Aplicaciones laborales de la literatura clásica india.
Valoración: Hay tanto que podemos aprender sobre el tema... ✮✮✮✩✩
Música: Fever, de Eva Cassidy ♪♪♪
Portada del libro El Kama Sutra de la oficina, de Julianne Balmain.

Me pregunta una compañera de trabajo si estoy enfadado. Con extrañeza, levanto la mirada del monitor. ¿Es que acaso se me ve mustio, ojeroso, falto de vitamina D?

¡Ah, no, no puede ser! ¡Pero si ya es primavera! ¡Esto tiene que bullir con la llamada de la vida, con el grito de la jungla, con las flores abriéndose exuberantes, preludio de jugosos frutos, con los perfumes de la naturaleza inundando las pituitarias...!

Mientras tanto, se me ocurre echar mano de una referencia literaria: el Kama Sutra de la oficina, de Julianne Balmain.

¿Qué pasa? ¿Es que nadie conoce las inmensas posibilidades de la fotocopiadora o el ascensor?

¿Y qué decir del ratón, ese invento multiusos, o los sujetapapeles en el lóbulo de la oreja?

¿Y la danza de las mil notas adhesivas?

Tampoco es que llegue a desternillante, pero en fin, es bastante simpático el librillo este.

Sobre todo, nos debería servir como cura de humildad, para recordarnos que nuestras habilidades siempre pueden mejorar en un campo tan fundamental y conviene aprender algo nuevo cada día.

El escritorio, aunque no sea más que una mesa de trabajo suavizada por almohadas y colgaduras de seda desparramadas por doquier, es del todo apropiado para el congreso o cópula carnal, siempre y cuando los amantes estén dominados por una pasión febril y sean lo suficientemente flexibles. La pantalla del ordenador sirve para sujetarse, agarrándola entre las piernas, cuando uno se inclina hacia delante o hacia atrás. Al igual que la bandeja del escáner, el teclado ofrece un masaje improvisado al amante recostado.

Venga, no os quedéis ahí como pasmarotes, que la primavera fluya también por vuestras venas.


viernes, 20 de marzo de 2009

Cosas que me contó mi padre

Cartel de toro en blanco y negro.

Era todavía un crío cuando me mandaron a trabajar al castillo. Decían que había pertenecido a don Álvaro de Luna, y aunque ya no conservaba las murallas, todavía era impresionante por dentro.

Y no veas la de gente que trabajaba en las fincas del conde. El conde viejo, quiero decir. Cuando construyeron la aldea, el marqués, que era uno de los hijos, les hizo firmar a todos un nuevo contrato de arrendamiento, como si acabaran de llegar. Supongo que sería por algo de los derechos. A los que no quisieron los echó de las tierras, aunque vinieran de familias con generaciones en el lugar.

No es que fuera malo el marqués, sólo que a veces tenía sus cosas. Imagínate que se había comprado útiles de barbero y se divertía cortándonos el pelo. Nos pagaba diez pesetas y nos metía las tijeras por la melena. Claro, los resultados eran un desastre, todos llenos de trasquilones. Pero después íbamos a uno que sí sabía y nos cobraba una peseta por arreglarlo, de forma que ganábamos nueve. Y en aquella época eran un capital, no te rías.

El conde viejo también tenía unos prontos algo raros con el dinero. Una vez estábamos de caza y salieron dos chochas. ¿Que qué es eso? Pues así les decíamos, no sé cómo se llamarán de otra forma. Unas aves rarísimas de encontrar, podías estar meses pateando el monte y ni una. ¡Vaya, cómo se puso el conde de contento cuando cobró las dos piezas de una tacada! Le dio al capataz quinientas pesetas y le dijo que fuera al pueblo a comprarnos ropa nueva a los chavales. ¡Quinientas pesetas! Nadie había visto esa cantidad antes.

En otra ocasión había llovido tanto que se desbordó el río y cortó el paso al castillo. Yo tenía que presentarme temprano, porque me esperaban como monaguillo. Pero el agua llevaba una fuerza enorme, así que no me quedó mas remedio que esperar en la otra orilla. Cuando por fin lo conseguí, el conde debía de andar de mal humor y nada más entrar me arreó un bofetón. Al día siguiente ya se había calmado y me mandaron aviso de que quería verme. Pedí permiso en la puerta con cuidado. El conde se dirigió hacia mí y, de repente, me abrazó muy compungido, pidiéndome perdón. Y me dio cinco duros para que se me pasara el disgusto. Si las diez pesetas del marqués eran dinero, veinticinco...

Sí, sí, la caza era su pasión, hasta criaba zorros. Igual que los ingleses: los capturaba de cachorros y nos mandaba cuidarlos, encerrados en una zorrera. Cuando crecían, los soltaba y los perseguía con los caballos y los perros. Pues no sé de qué manera, una noche se escaparon todos y la bronca que nos sacudieron fue de campeonato. Si hubiera llegado a sospechar que alguien lo había hecho aposta, no nos salva ni el cura.

Ahora, que a lo que tenía especial aprecio era a los faisanes. Conejos y lebratos, podíamos coger los que quisiéramos, pero los faisanes eran sagrados. Había un hombre que trabajaba allí, y también todas sus hijas, y montó una vez una trampa para liebres con tan mala fortuna que lo que cayó fue un faisán. Uno de los guardas se quedó esperando a que apareciera el culpable para recoger la presa. Ya puedes imaginarte que lo despidieron, y hasta salió bien librado solo con eso.

Ja, ja, ja, el conde tenía una caseta en el campo donde guardaba provisiones por si le entraba apetito. Un montón de conservas. Y no quería que nadie conociera el escondite para que no le desaparecieran. Pero yo sí lo sabía, y alguna vez sacaba a hurtadillas botes de perdiz en escabeche, que estaban de rechupete. Es que en casa sólo había garbanzos para comer. Y que no faltaran. Poníamos la perola encima de la mesa y cada uno metía la cuchara, que éramos muchos.

Mira, esa era una manía más de los del castillo. Si tenía la suerte de acompañar en las batidas al conde joven, nos daban bocadillos de filete o de tortilla a los dos. Entonces él me mandaba ir y cambiárselos a una señora por garbanzos, que le gustaban a rabiar. Yo le contestaba que bueno, que con el suyo hiciera lo que quisiese, pero que mi bocadillo no me lo quitaba ni María santísima.

Este conde joven era peor que los otros. Peligroso de verdad. ¿Sabes que tenía un revólver? Su manera de entretenerse era meter una bala en el tambor, darle vueltas y, a quien se cruzara, ponerle el cañón en la cabeza y apretar el gatillo. Te has quedado mudo. Yo tenía unos trece años ya por entonces, y estaba cavando un hoyo con una pala. De repente vino por detrás con la pistola y... clic. Me di la vuelta y le miré, sorprendido. Estaba sonriendo, burlonamente. Fue instintivo, alcé la pala para defenderme. Pero otro muchacho que estaba a mi lado se interpuso gritando: «¡Al conde no, al conde no!». Y se llevó él el palazo, por tonto, mientras el otro se alejaba a carcajadas...

domingo, 1 de marzo de 2009

El ejército iluminado

Clave de lectura: ¡A El Álamo! ¡Que viva México!
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: El Álamo, de Dimitri Tiomkin ♪♪♪
Portada del libro El ejército iluminado, de David Toscana.

En esta ocasión nos acompaña El ejército iluminado, del escritor David Toscana.

El profesor Matus inflama con sus lecciones de historia las ansias de reunificación entre la patria y Texas, territorio arrebatado al México glorioso. Ese exceso de celo, que le costará el puesto en la escuela ante las quejas de algunos padres sin dignidad, viene motivado por su experiencia personal con los vecinos del norte.

Cuarenta y cuatro años antes, durante los Juegos Olímpicos de 1924, Matus se había propuesto emular a los atletas que disputaban en Europa la maratón. Haciendo caso omiso de las burlas de quienes se cruzaban con él trotando en calzón corto, recorrió la misma distancia y a la misma hora que el resto de participantes, pero en Monterrey.

De acuerdo con el cronómetro, sabe que le hubiera correspondido la medalla de bronce, que reclamó repetidamente al tercer clasificado oficial. Este, por supuesto un yanqui, nunca se dignó a responder sus cartas.

En consecuencia, tras reclutar a cinco entusiastas para su «ejército», el gordo Comodoro, Azucena, el Milagro, Cerillo y Ubaldo, personas de capacidades especiales, parten todos juntos hacia el río Bravo con la sagrada misión de cruzarlo y llegar a El Álamo, que habrán de reconquistar a sangre y fuego.

La tricolor con el águila devorando a la serpiente los irá arropando en sus quijotescas aventuras, según se aproximan más y más a la gesta.

Tras recorrer por más de media hora un camino sin pavimento, Matus estaciona el auto junto a un corral y hace sonar la bocina. Un par de gallinas corre en desbandada, otras permanecen inmóviles o picoteando su alimento. ¿Dónde estamos?, pregunta Comodoro. Un hombre sale de la casa contigua, alza los brazos en señal de saludo y pronuncia frases que resultan inaudibles en el interior del auto. ¿Es amigo o enemigo?, el Milagro saca la cabeza por la ventanilla. Estamos en nuestro campo de adiestramiento, dice Matus, de aquí saldrán hechos soldados al servicio de la patria, guerreros en mente, alma y cuerpo.

Original, con un estilo vivaz, articulado en forma de flashback, donde las hazañas que creen vivir los protagonistas se entrecruzan en diferentes momentos del tiempo, Toscana nos mete muy dentro de sus personajes. Consigue hacernos ver las cosas a través de sus mismos ojos, lo que provoca amplias sonrisas de complicidad hasta el inevitable final.

Un autor y un libro, en suma, a recomendar con alborozo.


miércoles, 18 de febrero de 2009

Viaje en torno de mi cráneo

Clave de lectura: Lucha contra un tumor cerebral desde una perpectiva muy particular.
Valoración: Pesado ✮✮✩✩✩
Música: Always Look on the Bright Side of Life, de Monty Python ♪♪♪
Portada del libro Viaje en torno de mi cráneo, de Frigyes Karinthy.

Frigyes Karinthy empezó escuchando ruidos extraños en su cabeza y, después de muchas vueltas, la cosa acabó en tumor. De manera que se le ocurrió escribir Viaje en torno de mi cráneo.

Ya que siempre había destacado en el ámbito humorístico, fue ese el enfoque que prefirió para relatar sus andanzas de galeno en galeno, así como los cambios que sobrevinieron en su relación con familia y amigos debido a la enfermedad.

Finalmente se trasladó a Suecia, donde un tal doctor Olivecrona se hizo cargo del caso, aparentemente con gran éxito.

Cuando mi profesora de húngaro me vio con el volumen en ristre, me dijo que Karinthy era muy famoso en su país, pero ella nunca había osado leerlo por considerarlo «demasiado difícil».

Pues le concedo bastante razón. De hecho, reconozco que me costó avanzar: un capítulo un día, pausa, medio capítulo, otro receso, cuarto y mitad al siguiente...

Se ponen a estudiar mi olfato y se preocupan de si soy capaz de diferenciar, por el olor, el ajo de la fresa silvestre. Luego examinan mi paladar para saber si no confundo las sensaciones del gusto. Por fin me preguntan cosas muy raras, a las que tengo que contestar sin reflexionar: me hacen sumar y restar, toman una prueba caligráfica de mi puño y letra, y acaban por preguntarme si sé quién era Napoleón.

Vamos, que es de esos libros que se suelen considerar obras maestras y a mí, por el contrario, me parece... No sé, pesado. Pero nadie debería hacerme caso. Cuando el río suena, agua lleva.


sábado, 14 de febrero de 2009

Lobster

Clave de lectura: Surrealismo al poder en el Titanic.
Valoración: Imaginativo. Raro ✮✮✮✩✩
Música: Titanic, de James Horner ♪♪♪
Portada del libro Lobster, de Guillaume Lecasble.

Una opción para leer un 14 de febrero, cuando l'amour llama a tu puerta y tú estás en casa, y para colmo abres, que ya te vale.

Anjelina y Lobster se conocen en el Titanic. Él es un hermoso bogavante que, por esas cosas del destino, se encuentra a bordo del transatlántico. No puede decirse que el acuario sea de su gusto, aunque pronto llegará el momento de abandonarlo, tras un breve viaje a la cocina.

Justo cuando van a introducirlo en la olla, se produce una terrible sacudida que le hace perder el conocimiento. Al despertar, se encuentra con Anjelina, pasajera de primera, atrapada entre las gélidas aguas que a él le hacen precisamente revivir.

Para conseguir que ella también se recupere, nada mejor que un trabajillo cuidadoso con frotamiento de pinzas, que le caliente la sangre.

La señorita, feliz del resultado, se lo lleva en el bolsillo del abrigo cuando sube al bote salvavidas, pensando en repetir a la primera oportunidad.

Por desgracia, las circunstancias del naufragio los separan, y a partir de ahí todo el relato gira en torno a su mutua búsqueda, aunque la incomprensión parezca reinar en el mundo. Qué le van a hacer...

En la cocina, Lobster extiende las antenas. Capta su olor. «¡Es ella! ¡Es ella!», exclama en su interior. Se agita. Da unos coletazos. Salpica el agua del acuario: las gotas se evaporan al caer sobre la estufa. Lobster sabía muy bien que él y Anjelina estaban hechos el uno para el otro.

¡Vaya argumento tan surrealista! Habrá que tomar Lobster como una metáfora, supongo. Aun así, imaginación no le falta al autor, el francés Guillaume Lecasble, sólo para conseguir mantenernos con la curiosidad activada hasta el final.


lunes, 2 de febrero de 2009

Memorias de un amante sarnoso

Clave de lectura: ¿Qué tipo de criatura extraña es la mujer? Groucho nos lo explica.
Valoración: Ja, ja, ja, ja... ✮✮✮✮✩
Vídeo: Escena de Sopa de ganso ♪♪♪
Portada del libro Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx.

Ah, la gran pregunta existencial: ¿qué tipo de criatura extraña es la mujer?

En sus Memorias de un amante sarnoso, el perspicaz analista de la mente humana Groucho Marx nos ofrece un estudio al respecto.

Comienza con las diferencias generales entre hombres y mujeres (L'amour, la gran diversión), y de qué manera han afectado a la evolución del mundo (La historia antinatural del amor).

Después rememora algunas experiencias propias (Notas sociales de un desterrado de la sociedad), y las compara con las de unos amigos (Cosas que les sucedieron a otros ocho tipejos).

Todo lo cual desemboca en un corolario (La filosofía marxista según Groucho).

Alex no era de los que se casaban. Solía decir que ninguna chica le había proporcionado tanto placer como una buena partida de póquer. Pero empezaba a resultarle cada vez más difícil reunir suficientes jugadores para una de aquellas maravillosas timbas que en otros tiempos solían montar en un cuartito acogedor impregnado de olor a cigarros, cigarrillos, tabaco de pipa, cerveza y licores. A pesar de que el pestazo suele resultar espantoso, una reunión de hombres solos jugando a las cartas logra sacar a la superficie al macho que llevan dentro.

El autor asegura que su ensayo está escrito con todo rigor y que, si alguien llega a probar que estas páginas contienen una sola inexactitud, donará gustoso cinco mil dólares a la fundación de la señora de Groucho Marx para el cuidado y el perfeccionamiento del señor Groucho Marx.

Toda una garantía.


miércoles, 28 de enero de 2009

Nosotros

Clave de lectura: ¿Qué valor tiene el individuo en el mundo «igualitario» del Estado Único?
Valoración: Profético ✮✮✮✮✮
Música: Estudio Op.42 nº 5, de Alexandr Scriabin ♪♪♪
Portada del libro Nosotros, de Yevgueni Zamiatin.

D-503, de profesión matemático del Estado Único, vive en la más hermosa de las ciudades, dentro del muro verde.

Dos veces al día, de cuatro a cinco de la tarde y de nueve a diez de la noche, tiene sus horas propias, en las cuales se le permite hacer cualquier cosa diferente a lo que las autoridades hayan planificado para los demás millones de personas. Por ejemplo, escribir un diario.

También en fechas señaladas puede recibir y hacer visitas lúdico-festivas a la señorita O-90 y correr las cortinas de sus grandes ventanales de cristal, expresamente diseñados para que no tenga secretos que ocultar. Previo permiso del administrador de la vivienda y entrega del talón rosa reglamentario, por supuesto.

Hasta que se encuentra con la extravagante I-330 y sus puntos de vista empiezan a torcerse de la norma.

¿Acaso el denostado caos que imperaba antes de la Guerra de los doscientos años no era tan malo? Al fin y al cabo, se conserva el monumento literario de aquella época que todos han leído de niños: la Guía de ferrocarriles.

¿Qué camino seguir entonces, el de la duda personal o el de la felicidad garantizada desde arriba? ¿El del azar o el de las series numéricas perfectas y predecibles?

«Quiero que vean un ejemplo muy curioso de lo que eran capaces de crear entonces. Música de Scriabin, siglo XX. Este cajón negro… —Se abrió un telón en el escenario mostrando un instrumento muy antiguo—. … a este cajón negro lo llamaban entonces “piano de cola”, lo que corrobora una vez más hasta qué punto toda esta música…».
Y luego… no recuerdo nada más, seguramente porque… Lo diré sin ambages… Porque ella, I-330, se acercó al piano. Sin duda me asombró su inesperada aparición en el escenario.
Llevaba un traje fantástico de otra época: un vestido negro, ceñido, que resaltaba los hombros y el pecho descubiertos… Y esta dulce sombra entre…, que levantaba la respiración, y sus dientes resplandecientes, tan blancos…
Nos dirigió una sonrisa que era casi un mordisco. Se sentó y empezó a tocar. Algo salvaje, nervioso, abigarrado como la vida de los hombres de entonces, sin la menor sombra de mecanismo racional. Y, naturalmente, los que me rodeaban tenían razón: todos se echaron a reír. Sólo algunos…, pero ¿por qué yo…, por qué yo también?

Yevgueni Zamiatin escribió Nosotros entre 1919 y 1921, como una premonición. El «yo» no cabe en esta sociedad utópica, todo es «nosotros». Y sus habitantes, excepto algunos inadaptados, parecen sentirse satisfechos. ¿Por qué?

Porque existen la Tabla de las leyes y el Libro de las horas, porque todos se despiertan, trabajan, comen, pasean exactamente al unísono, visten igual, tienen las mismas posesiones y no han de pensar ni preocuparse por nada.

El amado Bienhechor y el Departamento de los guardianes lo hacen en su nombre, velando por la seguridad colectiva.

Pronto, la nave espacial Integral, en cuya construcción colabora D-503, difundirá estas maravillosas verdades por el universo. Si las civilizaciones que encuentren quieren aceptarlas sin discusión, ¡qué fortuna para ellas! En caso contrario...

Habrá que tomar medidas.


lunes, 19 de enero de 2009

La máscara de hierro

Clave de lectura: ¿Quién era el hombre de la máscara de hierro?
Valoración: Curioso ✮✮✮✩✩
Música: El hombre de la máscara de hierro, de Nick Glennie-Smith ♪♪♪
Portada del libro La máscara de hierro, de Roger Macdonald.

Resulta que los tres mosqueteros vivieron de verdad. Y por supuesto el cuarto, el más importante, D'Artagnan. Y que Alejandro Dumas «sólo» noveló sus aventuras. Es la tesis que sostiene Roger Macdonald en La máscara de hierro.

Así pues, este espadachín, Charles D'Artagnan, habría abandonado su Gascuña natal a los diecisiete años. Adoptó el apellido de su madre y en el camino a París tuvo una discusión con el conde Rosnay, agente del cardenal Richelieu.

Como consecuencia lo apalearon y despojaron de la carta de presentación para un paisano suyo en la capital: el capitán de los mosqueteros Jean-Arnaud du Peyrer de Trois-Villes, pronunciado Tréville.

Luego vino el encuentro fortuito con tres amiguetes: Athos (llamado Armand), Porthos (Isaac de Portau) y Aramis (Henri D'Aramitz), el duelo contra los guardias del cardenal, las intrigas en la corte, el peligroso despecho de Lucy Percy (a quien conocemos actualmente como Lady de Winter), el episodio del collar de diamantes entre la reina Ana y el duque de Buckingham...

Y si el libro se titula La máscara de hierro es por algo: un hombre condenado a llevarla permanentemente, con dos guardias junto a él para matarlo si intentaba huir o quitársela, que pasó a lo largo de los años por las prisiones de Pignerol, Exiles, Sainte-Marguerite y la Bastilla.

La teoría más difundida hace referencia al hermano gemelo de Luis XIV, pero Macdonald expone otras posibilidades, basadas en una compleja trama de conjuras palaciegas, envenenadores, guerras en Flandes, ministros caídos en desgracia, amantes del rey y hasta Molière, malquisto por algunos poderosos.

Únicamente Saint-Mars y La Prade, ni siquiera su otro lugarteniente, podían visitar a solas a los prisioneros, y La Prade tenía prohibido verlos por su cuenta excepto cuando Saint-Mars se hallaba ausente. Tres puertas distintas dificultaban el acceso a los reclusos, que probablemente nunca salieran de la torre romana. A todos los efectos, habían desaparecido de la faz de la tierra. Louvois estaba decidido a impedir que llegara al mundo exterior el más mínimo indicio de cuál era su identidad.

Al final, la clave vuelve a girar alrededor de D'Artagnan, encargado por el monarca de ciertas misiones «por razón de Estado». ¡El hombre de la máscara de hierro resulta ser...!

Nooo, no lo digo, que si alguien quiere leer el libro no es plan de hacerle esa faena. Me recojo y un saludo a vuestras mercedes.


miércoles, 14 de enero de 2009

Aventuras en el Zephyr

El bergantín Zephyr en el puerto de Cherburgo (1)

Voy arrastrando el petate por la rada de Cherburgo. Busco un bergantín para enrolarme.

¿Cómo se me ha ocurrido tal cosa? Ya sabéis, la llama de lo salvaje arde en las venas: vientos salutíferos, crujir de cuadernas, calavera y tibias en el pabellón... Bueno, también por echarles un vistazo a las islas del Canal, que están libres de impuestos.

El capitán del Zephyr, que supervisa el baldeo de cubierta, me ve llegar resoplando. Con su ojo parcheado evalúa mi potencial para izar a pulso la mayor y, a pesar de que lo ve muy negro, empieza a cantar: «Quince hombres sobre el cofre del muerto, jo, jo, jo, la botella de ron...».

La llama arde ahora con más fuerza. Mis piernas se detienen. He de cumplir con mi destino de viajero.

Por supuesto, me aseguro de algunos puntos esenciales: tendré un coy caliente en el sollado, turno de lavado de platos apenas una vez a la semana y patente de corso en las islas, que sí, que vamos a desembarcar en ellas. Pongo entonces la marca en el registro y ¡a bordo! ¡Aventuras, aventuras!

Mis compañeros de tripulación se dividen entre bucaneros frisones y filibusteras alemanas. También hay una pareja de piratillas franceses, pero no se dejan ver demasiado. Se meten en su minúsculo camarote y se dedicarán a estudiar latitudes, o a contar piezas de a ocho, o qué sé yo.

Comienzan las singladuras por el Mar del Norte: Sark, Jersey, Saint-Servant, Saint-Malo, con el espíritu de Surcouf observándonos desde las almenas… Guernsey, Alderney...

Cierto, mi habilidad con las velas resulta limitada. Eso de manejar los foques y el trinquete… ¡Por vida de, cómo pesan!

De manera que me encomiendan ocuparme de un par de cabos, una vez aclarado que los nudos para sujetar el aparejo no se hacen como el lazo de las corbatas. Qué quisquillosos.

Ah, los amaneceres en calas de tonos esmeraldas, el sol acariciando el combés, las zambullidas bajo la quilla, la campana que avisa del rancho, la roda cortando alegre las olas, tensas las jarcias, delfines deslizándose junto a las amuras...

¡Ah, el pedazo de tempestad atlántica que nos pilla atravesados y me hace jurar que nunca volveré a pisar otro cascarón con menos tonelaje que el Queen Mary!

El cielo aúlla, el salitre cubre los labios, la espuma nos ciega. Nos ponemos los salvavidas y nos agrupamos en la toldilla, bien amarrados. El estómago baila una animada giga con el píloro de tamboril.

¿Pero qué aventuras ni qué…? ¿Pero quién me manda…?

Como colofón, tras una noche de averno fondeamos de nuevo, salto a tierra firme y me aferro con uñas y dientes a la primera farola. ¡Qué bonita, mua, mua!

Queda confirmado que soy un marinero de agua dulce y me vuelvo definitivamente a mis zapatos, es decir…

Jo, jo, jo, la botella de ron.