Es cierto, puede achacárseme que yo estaba de más en la escena. Eso de que tres son multitud...
En el sofá de la residencia de estudiantes, en Viena, la otra española contemplaba al sueco con ganas de darse un festín. Objetivamente, tampoco es que el muchacho pareciera nada del otro mundo, pero con las cosas de comer es lo que ocurre, que cada cual tiene su plato favorito.
Centímetro a centímetro fue acercándose a él. El brillo de su mirada, su sonrisa relamiéndose con anticipación, sus gestos de huy, tienes una arruguita en la camisa, déjame que te la alise, resultaban signos evidentes. Incluso podía notar su comunicación telepática conmigo: piérdete, cretino.
Y lo hubiera hecho. En circunstancias normales, el espíritu solidario habría prevalecido. Ah, pero es que justo en ese momento el sueco y yo estábamos hablando de música, y cuando empezó a cantar un lied de Mahler, me sentí incapaz de retirarme a mis aposentos.
Ging heut Morgen übers Feld... Reconocí la melodía enseguida. No me sabía de memoria la letra, pero eso carecía de importancia. De forma inevitable, tarareando, comencé a seguir su canto. Mi voz de tenor se unió a la suya de barítono igual que se encuentran dos amigos bajo la luz de una farola, en una noche de niebla.
Él era feliz. Yo era feliz. Ella me odiaba.
Algún tiempo después, ya de regreso en Madrid, coincidimos de nuevo: cruzaba la plaza de Felipe II y nuestros pasos nos llevaron frente a frente. Alcé la mano, quise saludarla, pero sus ojos atravesaron mi cuerpo como si fuese de cristal, sin detener un segundo su camino.
Hay cosas que una mujer no perdona nunca en la vida. Ni siquiera por Mahler.
2 comentarios:
Sucede a veces que el calor se nos queda en las partes bajas y entonces nada es mas importantes que satisfacer nuestros instintos basicos. Parece que a tu amigo le sucedió algo de esto y claro como iba a apreciar un lied de Mahler
Es que las hay... ay, cómo las hay!
;)
A mí el lied me ha emocionado.
Un abrazo!
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