Un miserable y vil felón, bellaco, rufián, fementido, carne de galera, se atreve, ¡se atreve! a decir que Dulcinea es un vulgar ser de carne y hueso, no la más maravillosa princesa jamás soñada, y que se llama Aldonza.
¡Y me lo suelta a mí, en mis propias barbas!
Malhaya esas palabras, que yo haré prontamente que se trague.
Más le vale correr presto, porque a mandoble limpio he de verle arrastrarse por el suelo, humillándose ante la más fermosa figura, la más alta dama de todas las ínsulas y reinos que en el mundo han sido.
Pondrá su lindo pie sobre su cabeza y le suplicará le conceda el gran honor de ser su siervo, voto a tal. Voy a buscar mi adarga, que no sé dónde la he dejado...
6 comentarios:
Es el libro favorito de mi señora madre :)
Muá.
A fuer de ser sincero, he de deciros, noble caballero, que me ha gustado vuestro relato, y si vuesa merced me hace el honor, le invito a visitar mi blog de sátiras barrocas.
Atentamente, Carlos Galeón.
No se preocupe, que seguro que se trata de otra con el mismo nombre. No ve que lo que no puede ser nunca es y ademas es imposible?
Eso sí, no olvide usted la adarga, que en casos asi uno no es nada sin ella.
Feliz dia, monsieur
Bisous
No permitáis o mi señor que nadie insulte de ese modo a tal alta mujer. Poned vuestro pie en su garganta y no lo retiréis hasta que maldiga haber nacido.
jajaja, como? estoy con luis, tu aprieta, aprieta... como se le ocurre insultar a una dama
No! No puede ser ella! Dejemos tranquilas a las princesas!
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