Título y autor/a: | Los cañones de Navarone, de Alistair MacLean. |
Clave de lectura: | Más de mil vidas dependen del éxito de una misión. |
Valoración: | ✮✮✮✮✩ |
Comentario personal: | Aventura con suspense, de ritmo bien trazado y entretenidísima. |
Música: | Los cañones de Navarone, de Dimitri Tiomkin ♪♪♪ |
Hoy me resulta muy fácil encontrar corcheas que acompañen al texto de la entrada. Si se titula Los cañones de Navarone, ¿qué esperáis?
Por supuesto: la música de Dimitri Tiomkin envuelve la historia de Alistair MacLean como un guante se ajusta a la piel.
No tardaron mucho en estrenar la versión fílmica tras salir de imprenta y, de forma inevitable, la lectura de sus páginas se ve invadida de fotogramas.
Aunque también se hace patente un fenómeno: las escenas que «visualizo» (los fotogramas de Peck, Niven, Quinn…) son algo diferentes a las que describe MacLean. Diría que la novela tiene vida propia y sus protagonistas más matices, más complejidad, dudas a lo largo de su misión.
Esta última sí coincide en ambos formatos: un intrépido comando aliado ha de destruir una batería alemana en cierta isla del Egeo, cuya potencia y precisión de tiro impiden evacuar a mil doscientos soldados bajo asedio.
Los intentos mediante ataques convencionales han fracasado. El capitán Mallory, experto escalador, y sus cinco acompañantes, Andrea, Miller, Stevens y Brown, suponen la última esperanza.
Con la ayuda de civiles de la resistencia griega: Louki y Panayis (que en la pantalla se convirtieron en personajes femeninos). Y, junto a los obstáculos materiales (sortear las patrullas en un barco de pesca, trepar por los acantilados, infiltrarse en la fortaleza, sabotear las bocas de fuego…), existe uno adicional: el enemigo siempre parece advertido de sus planes. ¿Cómo?
Aventura con suspense, de ritmo bien trazado y entretenidísima.
No había transcurrido ni un minuto desde que el caique se había estrellado y ya era una ruina sin mástiles, con los costados hundidos, y acababa de desmantelarse ante sus ojos. Cada siete u ocho segundos, una ola gigante lo alcanzaba y lo arrojaba sin piedad contra el acantilado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario