Era un frío amanecer.
Encendimos el fuego. La inmensa tela comenzó a hincharse, hasta que sólo las amarras pudieron retenerla.
Entonces, zarpamos.
El valle quedó lejos. Ascendimos más y más, navegando en busca de los vientos.
Pronto aprendí a escuchar los sonidos que me rodeaban. La llama que portábamos a bordo se confundió con mi propia respiración.
Mis ojos abarcaban el horizonte, mis manos querían tocarlo.
Aunque todo viaje tiene un final.
También cuando desconocemos el destino, cuando cada segundo es un minuto, cada minuto una hora, cada hora un día, cada día un año.
Cada año una vida.
Retornamos a tierra.
Y la vida continuó.
6 comentarios:
¡Qué maravillosa canción...me lleva por las alturas y no siento frío ni calor! Besos
Una actividad ideal para mi vertigo, monsieur. Creo que es una experiencia que nunca conseguiran venderme, aunque lo relaten de modo tan bello como usted lo hace.
Feliz tarde
Bisous
Ha sido el suyo un bonito paseo por encima de estas nubes que hoy no dejan de echarnos agua aqui en Buenos Aires. abrazo colega
Me muero de la envidia de muerte que se ha despertado en mi corazón rabioso. Que inmenso placer escuchar los sonidos, esos que están ahí desde siempre y unirse a ese todo que somos.
Enhorabuena por tu aventura
Que suerte... debe ser una maravillosa experiencia poder surcar los cielos de esa forma, y sentir como el aire te da en la cara...aayy, yo quierooooo
Un beso cielo
Volar y ser libre. Siempre hay que volar, aunque sea con la imaginación.
Todo viaje tiene un final, es cierto, pero puede ser un nuevo inicio.
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