Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✩
Música: Concierto para piano nº 2 (II.Allegro appassionato), de Johannes Brahms ♪♪♪
Uno de los dilemas presentados en el libro que comenté en la anterior entrada hace referencia a un juez con pruebas sobre la culpabilidad de un acusado pero conocimiento de que su obtención ha sido ilícita (han entrado en su domicilio sin una orden, por ejemplo, o esta se ha firmado de forma irregular después del arresto).
¿Qué debería hacer moralmente? Mirar hacia otro lado para castigar así los actos del criminal o preferir el imperio de la ley y que se vaya de rositas?
Justicia. Ley. ¿No son acaso lo mismo, al menos en un sistema democrático? ¿No? El suizo Friedrich Dürrenmatt abunda en esta disyuntiva a través de una novela con el título del primer concepto.
Todos sabemos que el doctor Isaac Kohler, adinerado consejero cantonal, es culpable de asesinato. El narrador nos lo deja claro desde el principio.
Ha pedido a su chófer que detenga unos minutos el auto en el que acompaña a un ministro británico hasta el aeropuerto. Se ha apeado con un revólver. Ha disparado sobre Winter mientras este almorzaba en el Du Thèâtre, delante de testigos, incluso del comandante de policía. Ha vuelto a salir.
Y es el propio fiscal Jämmerlin, una vez decretada la búsqueda, quien le estrecha la mano, petrificado, al sentarse a su lado en la sala de conciertos. Mozart, Brahms, Bruckner, ni pensar en interrumpir tal manifestación de cultura. Solo tras los largos aplausos es por fin detenido.
No se encuentra el arma durante las pesquisas, pero las demás evidencias no admiten duda. El juicio se celebra y la sentencia, veinte años entre rejas, es la que cabía esperar.
Pero un detalle continúa tan oscuro como el paradero del revólver: ¿por qué apretar el gatillo? No tiene ningún motivo, responde Kohler. Un atentado contra la lógica.
El consejero contrata entonces a un joven e idealista abogado, Spät, para que parta de la hipótesis opuesta a la reconocida: su inocencia. Nada de locuras o atenuantes. Discutiendo su propia palabra, le pide demostrar un imposible: «lo hizo pero no lo hizo».
¿Puede haber algún agujero? ¿Y si Spät consiguiera de hecho trenzar una historia alternativa para exonerarlo, quizá en contra de su misma voluntad?
¿Una en la que las diferentes figuras del drama —Hélène, la hija del reo, el abogado estrella Stüssi-Leupin, el profesor Knulpe, el arquitecto Friedli, el detective privado Lienhard, el doctor Benno, Monika Steiermann, Lucky…— parecen jugar al billar sobre un tapete, buscando el mayor número de carambolas para que la vida continúe en la plácida sociedad alpina?
¡Se va a librar! ¡Lo va a conseguir! ¡Y vuela a un exilio dorado en el extranjero, donde no podrán reclamarlo!
Y Spät, ahogado entre las paredes de una botella, proscrito en la profesión, arrastrándose en casos menores del hampa, es el propio narrador.
Con una última esperanza: que Kohler pague algún día. Y que sea su mano temblorosa por el alcohol la ejecutora.
Reseñable obra, ya lo creo. Muy a tener en cuenta.
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