Título y autor/a: | Moscoviada, de Yuri Andrujovich. |
Clave de lectura: | Recorrido de un poeta por un Moscú «mágico». |
Valoración: | ✮✮✮✩✩ |
Comentario personal: | El mundo parece ser tan absurdo como lo pinta. |
Música: | Shadow On The Wall, de Mike Oldfield ♪♪♪ |
Otto von F., poeta ucraniano, despierta un nuevo día en Moscú. Las actividades de sus vecinos en la residencia de escritores le impiden continuar en la cama como sería su gusto.
Otto suele soñar con el rey de Ucrania, Olelko II —Gran Príncipe de Kiev y de Chernígov, Rey de Galitzia y de Volyn, Patrón de Pskov, de Peremyshl y de Koziatin, Duque de Dniprodzerzhinsk, etc.—, con quien ejerce de confidente y consejero de las cosas de la vida.
Lo que no anticipa es que, en cuanto se levante, la jornada se va a convertir en una Moscoviada inefable, de la mano de Yuri Andrujovich.
Primero el encuentro, en las duchas de la planta baja, con la visitante malgache de hipnótico canto.
Más tarde, los tres amigos que insisten en llevarle a la cervecería de la calle Fonvizin, delimitada por alambre de espino, con colas frente a las máquinas de monedas que expenden el ambarino líquido.
La sicalíptica visita a su amante Galia, cazadora de serpientes, tras recoger el tesoro de una casete de Mike Oldfield.
La explosión de la granada en el Merendero. Los sótanos del Mundo del Niño, en persecución del barón gitano y su cartera birlada. Los túneles secretos del metro.
Hasta la extraña reunión a la que los asistentes acuden disfrazados, donde se proclama la sagrada unidad eslava al precio que sea.
Experiencias salpimentadas aquí y allá con otras que acuden a su memoria, como los requerimientos de la KGB para incorporarlo a su ejército de colaboradores patrióticos.
Y las ratas. Las ratas que se agitan ansiosas, que chillan al otro lado de la pared donde le interrogan…
Novela nada fácil de describir, con tantos mensajes subliminales que bordea el puro caos.
Y que, sin embargo, quizá no demasiado sorprendentemente, construye una historia con mucho sentido.
El nabo hizo estallar una tempestad de aplausos. Alguna cosa emanaba de él, una fuerza sacra, la energía guerrera del Estado de la Sagrada Rus, el espíritu de Iván Kalita, de Pedro I o quizá del mariscal Ajroméev. La tempestad se apaciguó solo después de que el orador devolviese la raíz sagrada al hocico del cochinillo sacrificado.
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