Valoración: Extraordinario ✮✮✮✮✮
Música: 'Round Midnight, de Ute Lemper ♪♪♪
Cuando pensamos en algún título escrito por Erich Maria Remarque, lo más probable es que recordemos clásicos como Sin novedad en el frente o quizá su secuela, Después. Es tanta la fuerza que transmiten, que han eclipsado el resto de su obra.
Y sin embargo, esa obra existe. Con una calidad novelística que hace injusto su estado de semipenumbra.
En El cielo no tiene favoritos, la sabiduría de Remarque le permite dar vida a unos personajes tan complejos, tan humanos, que casi saltan de las páginas: Clerfait y Lillian son los nombres principales, pero el elenco que los acompaña, aun con roles más pequeños en la historia, está a parecida altura.
Una historia que nos habla de dos personas que se conocen sin buscarse, que saben que el futuro puede ser más breve que el pasado y que deciden quemar el aire que les quede juntos.
Clerfait es un piloto de carreras que, a su edad, ya no compite al nivel de los más jóvenes. Descreído, cínico ante el peligro, sin sueños, cada nueva prueba le acerca a la única meta que jamás ha deseado cruzar: la del tiempo.
¿Cuánto tiempo podría seguir haciendo carreras aún? ¿No estaba ya fuera de competencia? ¿Y qué haría después? ¿Qué le esperaba? Un empleo como representante de una empresa de automóviles en alguna ciudad provinciana…, y la vejez avanzando en un lento ocaso con sus noches interminables.
Lillian se consume lentamente en un sanatorio de las montañas suizas para enfermos de tuberculosis. A sus veinticinco años, la velocidad entre etapas que pasa ante los ojos de Clerfait es la que ella desearía experimentar.
Sin ataduras, sin lágrimas ni remordimientos, sin importar el mañana. Solo por obtener la esencia de un minuto más antes de la «partida», como denominan en la clínica al momento en que los pacientes dejan libre su habitación.
Acercamiento. Pasión. Separaciones. Planes para una noche, para un hotel, para un viaje en el rugiente automóvil de Clerfait, sin preocuparse más allá de la siguiente curva.
Dos espíritus en una Europa donde el recuerdo de la guerra apenas ha comenzado a difuminarse. Sin rumbo o, mejor dicho, con múltiples faros que los llaman con su luz: los Alpes, Sicilia, Venecia, París…
Y una forma de narrar tan asombrosamente elegante y profunda, donde cada frase, cada diálogo y reflexión disfrutan de pleno sentido, que resulta imposible no ratificar a su autor en el puesto que merece dentro de la literatura universal.
Extraordinario.