Título y autor/a: | Corsarios españoles, de Agustín R. Rodríguez González. |
Clave de lectura: | ¡Al abordaje! ¡Por el rey! (y alguna libra esterlina a la bolsa). |
Valoración: | ✮✮✮✮✩ |
Comentario personal: | Estas cosas de barcos y marinos me encantan. |
Música: | El Corsario (Obertura), de Hector Berlioz ♪♪♪ |
La roda corta filosa las olas. Todo el trapo se ha largado: mayor, gavia, mesana, foque…
Los hombres amuelan los sables en el pedernal, ceban cañones y falconetes, preparan los garfios en cubierta.
Recortada en el horizonte, una posible presa. Gloria y botín si los vientos les son favorables para la caza. Botín y gloria.
Agustín R. Rodríguez González intenta, con éxito a mi parecer, acercar el mundo de la historia al de la aventura. En Corsarios españoles comienza recordándonos que estos señores son diferentes a los piratas, desde el momento en que exhiben una patente del rey para el abordaje de embarcaciones enemigas.
A continuación narra las vicisitudes de unos cuantos que actuaron a favor de la Monarquía Hispánica.
En el Atlántico, dentro del marco de las disputas con Francia, destaca Pedro Menéndez de Avilés —fundador de la primera ciudad de los actuales Estados Unidos—. Sus numerosas singladuras le valieron el ascenso de grumete a capitán general.
Durante la misma época, las del Mediterráneo fueron aguas peligrosas. En ellas desplegaron sus esfuerzos personajes como Pedro Fernández de Bobadilla o el novelesco capitán Alonso de Contreras.
La Guerra de los Treinta Años incentivó el corso. La principal y más exitosa fuerza echó el ancla en el puerto de Dunquerque.
Ya en el XVIII, una nueva guerra, la del Asiento contra los británicos, daría lugar a cientos de capturas. Y, de nuevo en las costas del Mare Nostrum, los jabeques del mallorquín Antonio Barceló se apuntaron grandes éxitos frente a los piratas berberiscos.
Así que estupendo título para entretenerse a la par que aprender. ¡A la orza! ¡A la orza! ¡Asegurad los juanetes!
La acción tuvo un epílogo unos años después, cuando el hijo del pirata, Jean Antoine Saintonge, dedicado al mismo oficio, al enterarse de que Menéndez navegaba hacia América con la habitual escala en Canarias, le esperó con sus tres buques frente a Santa Cruz de Tenerife, buscando venganza. Nunca lo hubiera hecho: el asturiano hundió su capitana, el frustrado vengador resultó muerto y Menéndez apresó los otros dos buques.
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