Recuerdo con gusto la primera novela que leí sobre el teniente Andrade. En orden cronológico, sería la segunda de la serie: El tiempo de los emperadores extraños.
Su continuación, Los demonios de Berlín, me pareció más inconsistente. Aun así, mantuvo el tipo.
El título que nos ocupa hoy es Soles negros. Y el listón baja de nuevo.
Ignacio del Valle sigue profundizando en la complejidad moral del protagonista, ascendido a finales de los años cuarenta a capitán de la Guardia Civil. Y le hace acompañarse de Manolete, antiguo compañero de batallas, como fiel mastín.
El asesinato a resolver en esta ocasión es el de una niña cuyo cuerpo ha sido descubierto en una finca de Extremadura. Tierra calificada de seca y cruel en las primeras páginas, que se convierte en un personaje más.
En ella, los vencedores de la guerra intentan que su reciente poder no se ponga en duda. Porque algunos vencidos no han firmado aún la rendición.
Los habitantes de Pueblo Adentro, ocultos tras las ventanas, sienten sobre todo hambre y miedo.
También Andrade teme que alguien le reconozca. Aquello que ocurrió en Badajoz en 1936…
En busca de respuestas que le acerquen a lo que se va convirtiendo en una trama criminal con ramificaciones tan lejanas como Madrid y Asturias, los claroscuros de su conciencia no dejan de torturarle.
Quizá la niña hallada no es la única víctima. Ni será la última...
La descripción de la época es convincente. El odio, el resentimiento, la miseria imponiéndose en todos los órdenes de la vida, no solo el material, constituyen un potente trasfondo para el género negro.
No obstante, avanzamos a empellones a través de una trama tan confusa, deslavazada, con tantos personajes pululando no se sabe bien con qué objeto, que el trasfondo se ve eclipsado.
Y cuando el caso debería alcanzar su clímax ocurre… justo lo contrario.
Que alguien me explique el final, por favor.
O todo el episodio asturiano, me atrevo a decir que inverosímil.
Nada, sabor agridulce.