martes, 11 de junio de 2019

Feliz norte

Portada del libro Feliz norte, de Árpád Kun

Título y autor/a:Feliz norte, de Árpád Kun.
Clave de lectura:Periplo de un beninés que acaba en Noruega.
Valoración:✮✮✮✩✩
Comentario personal:No es mala, pero podría haber sido mejor.
Música:Barmhjertige Søstre, de Sidsel Endresen ♪♪♪

No es que Feliz norte sea una mala novela. Árpád Kun ha ganado un premio con ella y entra dentro de lo razonable.

Pero entre razonable y singular hay un trecho. Tal como se desarrolla la primera parte, crea unas expectativas mayores de las que luego cumple.

Resulta un hallazgo el mundo de Aimé Billion, el protagonista. Nacido en Benín, de madre africana y padre franco-vietnamita, se cruza por la calle con vivos y muertos por igual. Dioses y espíritus del vudú ejercen su influencia sobre el destino de cada persona.

Su abuelo es un hechicero sanador con el poder de Legba, la abuela resucita en otro cuerpo tras enfrentarse en el más allá a un morabito que amenaza a la tribu de los bnokimos, y su madre se acompaña siempre de serpientes para recordar que casi se convirtió en sacerdotisa de Dan.

La segunda parte parece querer continuar en esta línea. Ya adulto, Aimé decide aprovechar la nacionalidad europea del padre y emigrar. Aterriza en Francia, donde se encuentra consigo mismo, un «yo alternativo» con la vida que habría tenido de haber tomado la misma decisión muchos años antes.

Y continúa su periplo hasta Noruega, donde se asienta sin problemas gracias a su facilidad para los idiomas.

¿Podrá ser feliz en un ambiente tan distinto al que está acostumbrado, la granja de la Cascada Loca en el municipio del Cerro del Gallo, donde los habitantes leen las noticias del Cuerno Vikingo?

Y es justo en esta transición donde flojea. La especie de «realismo mágico» se convierte en un «realismo realista» más prosaico.

Hay que esperar a las últimas páginas para que el propio autor nos aclare el cambio de rumbo. Efectivamente está buscado y tiene un porqué.

En resumen: están locos estos noruegos…


Me pasé el día conduciendo por angostas y enrevesadas carreteras. Mis espíritus me seguían; unos, escondidos tras las frías ramas de abetos y abedules luciendo barbas de liquen; otros, volando sobre los hormigueros construidos de hojas aciculares, por encima de helechos verdes y marrones, de setas de sombreros colorados […].

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