martes, 16 de noviembre de 2021

El estiércol

Clave de lectura: El mundo de la prostitución en toda su sordidez..
Valoración: Más o menos ✮✮✮✩✩
Música: Lulu (escena), de Alban Berg ♪♪♪
Portada del libro El estiércol, de Alexander Kuprin.

El nombre de Alexander Kuprin no resulta hoy en día popular, pese a que en vida gozó de cierto prestigio.

El estiércol, su título más destacado, es una novela dedicada a describir, sin medias tintas, el mundo de la prostitución.

En un barrio de la Rusia zarista se levantan varias de esas casas donde las clases sociales de sus visitantes se estratifican. La más chic es la de Trappel: tres rublos el servicio habitual y diez por toda la noche.

Le siguen en orden de prestigio los establecimientos de Sofia Vassiliovna y Anna Markovna, a dos rublos.

En este último, bajo la férula de la dueña encontramos a su marido Issai Savic, al portero Simeón, a las ecónomas Emma Eduardovna y Zossia, al pianista sin nombre, al viejo Vanyka, siempre correteando en busca de invitaciones a beber…

Y, por supuesto, a las chicas: Jenia, que guarda una gran rabia interior, Liubka, Nyura, Manyka Mayor, Manyka Pequeña, Zoia, Vierka, Sonka, la pacífica Tamara, antigua novicia en un convento…

Cada noche las visitan docenas de clientes, de todas las edades, gustos e intenciones. «Hermosos y simpáticos», tales son las palabras que escuchan de boca de las mujeres.

La historia propiamente dicha comienza cuando se presentan siete estudiantes, un profesor y un periodista que, tras una cena regada con alcohol, aún no tienen ganas de dormir.

Pero es necesario —observó Boris Sobachnikov— que haya algunas válvulas que sirvan de escape a la sensualidad general. Yo creo que esto es mucho mejor que valerse de los encantos de la sirvienta de casa o ponerle los cuernos a un amigo. ¿Acaso tengo yo la culpa de necesitar ahora una mujer, cueste lo que cueste?

A partir de ahí, la trama se desarrolla con abundantes ramificaciones, no menos numerosos personajes secundarios y un final nada feliz.

Desde luego se trata de una lectura cruda, que no teme denunciar la sordidez humana. Esa es su principal virtud.

Aunque tampoco alcanza la genialidad literaria, hay que decir. Aparte del estilo, un punto anticuado, sufre de capítulos que ralentizan el conjunto, su elevado número de figuras corales dificulta seguir el hilo y el tono moralista casi llega a agotar.

Unas cosas a cambio de las otras.


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