Valoración: Más o menos ✮✮✮✩✩
Música: Lulu (escena), de Alban Berg ♪♪♪
El nombre de Alexander Kuprin no resulta hoy en día popular, pese a que en vida gozó de cierto prestigio.
Según parece, era persona de ideales progresistas, lo cual en la Rusia de los zares no servía sino para meterse en problemas.
Aunque tampoco después le llovieron muchas alegrías. Hasta el año anterior a su muerte, 1938, en que regresó al suelo patrio, anduvo exiliado en París.
El estiércol, su título más destacado, es una novela de estilo realista, dedicada a describir, sin medias tintas, el mundo de la prostitución.
En el antiguo barrio de Iama se levantan varias de esas casas donde las clases sociales de sus visitantes se estratifican. La más chic es la de Trappel, cuyo propietario forma parte del Consejo Municipal. Tres rublos el servicio habitual y diez por toda la noche.
Le siguen en orden de prestigio los establecimientos de Sofia Vassiliovna y Anna Markovna, a dos rublos. En este último transcurre precisamente la acción.
Los demás negocios cobran un rublo, cincuenta copeks o incluso menos, y resulta peligroso adentrarse tras sus puertas. Son los destinados al «pueblo bajo».
Bajo la férula de Anna Markovna encontramos a su marido Issai Savic, al portero Simeón, a las ecónomas Emma Eduardovna y Zossia, al pianista sin nombre, al viejo Vanyka, siempre correteando en busca de invitaciones a beber…
Y, por supuesto, a las chicas: Jenia, que guarda una gran rabia interior, Liubka, Nyura, Manyka Mayor, Manyka Pequeña, Zoia, Vierka, Sonka, la pacífica Tamara, antigua novicia en un convento…
Cada noche las visitan docenas de clientes, de todas las edades, gustos e intenciones. «Hermosos y simpáticos», tales son las palabras que escuchan de boca de las mujeres.
La historia propiamente dicha comienza cuando se presentan siete estudiantes, un profesor y un periodista que, tras una cena regada con alcohol, aún no tienen ganas de dormir.
A partir de ahí, la trama se desarrolla con abundantes ramificaciones, no menos numerosos personajes secundarios y un final nada feliz.
Desde luego se trata de una lectura cruda, que no teme denunciar la sordidez humana. Esa es su principal virtud.
Aunque tampoco alcanza la genialidad literaria, hay que decir. Aparte del estilo, un punto anticuado, sufre de capítulos que ralentizan el conjunto, su elevado número de figuras corales dificulta seguir el hilo y el tono moralista casi llega a agotar.
Unas cosas a cambio de las otras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario