Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: El club de los poetas muertos, de Maurice Jarre ♪♪♪
Entre las virtudes que aprecio en la escritura de David Pérez Vega —novela, poesía, cuentos, blog—, hay una que me resulta particularmente interesante.
Su carácter «inmersivo».
Consigue que el lector se introduzca en sus historias. Que comparta las vivencias de los personajes, sus diálogos, sus pensamientos, sus dudas, sus sueños no alcanzados…
Como si pudiéramos romper la cuarta pared del papel.
En este libro, al trasluz del tono irónico, hay mucho precisamente de sueños que quedan en el camino.
El protagonista, lo que quería en la vida era convertirse en poeta. Que el mundo conociera sus versos, surgidos desde el corazón de Móstoles.
Y acaba como inspector de Hacienda.
Con menos pelo del aconsejable, más dioptrías y escasa capacidad de atraer a las musas de carne y hueso que se van cruzando con él. Ni con metáforas ni con anáforas.
Así que no aguanta más. Necesita desahogarse, confiar a alguien los sinsabores que le han atormentado en el intento de publicar su obra.
Cuando un estudiante de español le contacta en la red, recabando su opinión sobre un poemario propio, por fin cree haber encontrado a la persona adecuada. Aquel que le entenderá como un amigo.
Con la curiosidad de que el confidente se llama Kim Jong-un y reside en Corea del Norte. Es el autor de Mi padre, el amado Líder Supremo.
Premios, becas, suplementos del periódico… Para divertirse y de paso conocer el funcionamiento en la sombra del mundillo cultural patrio, léase sin falta Los insignes.