Las mujeres compositoras existen, aunque sus nombres y obras no tengan, como en otros órdenes de la vida, la admiración que pudieran merecerse.
Tras contraer matrimonio, Amy Beach, por ejemplo, consiguió permiso de su marido para ofrecer un recital al año. Uno.
La precocidad de Amy había sido increíble, tanto para crear como para interpretar al piano, y se considera que su Sinfonía Gaélica es la primera de tales características orquestales dada a conocer por una norteamericana.
No obstante, el éxito no podía quedar por encima de las «buenas costumbres» bostonianas, y que alguien de su sexo y posición social (el marido era un reputado cirujano) se dedicara profesionalmente a la música estaba fuera de discusión.
Escuchemos, si queréis, el tercer movimiento del Concierto para piano en do sostenido menor: